A la sombra de dos tiranos

Uno se despierta pensando que vive en una democracia y, al abrir la prensa, es sencillo darse cuenta de que el Estado Español está sometido a los caprichos de sátrapas foráneos. No, hoy no me refiero a los especuladores financieros que dictan las reformas laborales a punta de pistola ni a la Alianza Atlántica bajo cuya bandera combaten el mal nuestros reclutas. Esos mandamases de chicha y nabo no llegan a la suela de los zapatos en lo que a influencia en Moncloa se refiere a dos tunantes que responden al cargo de monarca absoluto. Mohamed VI y Benedicto XVI son los que de verdad cortan el bacalao y no esos incautos de las Cortes. Si no me creen, repasen el pasado fin de semana. Todo comenzó en un avión pagado con nuestro dinero. En su asiento de primera clase, el ayatollah de los católicos clamó contra "el rampante laicismo" que, según él, conducirá a este país a la debacle moral y social. Al bajarse del avión, en plenos fastos multimillonarios -acertaron, pagados con nuestras nóminas- Joseph Ratzinger continuó su monserga ante menos de la mitad de los fieles previstos en la capital de mi país y en la de Cataluña. La pobre afluencia de público no mermó un àpice la verborrea papal, que acusó al gobierno de falta de religiosidad y de apartar a las mujeres de su sacrosanta misión, la de guardar la casa y cuidar a la prole.



Las palabras opresión, odio, vergüenza y persecución salieron de su boca, y no se refería a los miles de pederastas que oculta el Vaticano bajo palio. Benedicto XVI tiene autoridad para hablar de persecución, como voluntario de las SS y antiguo cardinale in capo de la Santa Inquisición. Como monarca absoluto que es del reino de los cielos -que en la práctica son cuatro calles de Roma- a Benedicto le choca que aquí dejemos que los ateos campen a sus anchas y las mujeres vayan en pantalones a su trabajo. Su nostalgia es para la que fue reserva espirutal de Europa y su odio para la democracia que el papado ayudó a derrocar. Y ante tal diatriba machista y rancia, el famoso ejecutivo de la paridad, la igualdad y las bodas gays no supo hacer nada mejor que musitar reproches velados. Lo mismo que cuando se les piden explicaciones de cuánto dinero de nuestras arcas engrosa las jugosas cuentas vaticanas en Suiza. Por mucho que se diga, el Papa sólo viene a reclamar lo que es suyo, lo que todos nuestros gobiernos le han otorgado siempre, la cartera, la otra mejilla y, si te descuidas, un pellizco en las nalgas.



Pero el poder de achantar seudoprogres con cargo del papa teutón no es nada comparado con el de nuestro primo, el autócrata del otro lado del Estrecho. Poco después de que Ratzinger abandonase el país, Mohamed VI ordenó a sus ejércitos que arrasasen el campamento de protesta saharahui de Gdem Izik. De las 26.000 personas que allí se encontraban, 11 fueron asesinadas a tiros, 159 desaparecieron en los calabozos y más de 700 fueron heridas. Uno de los fallecidos, del que se llegó a decir que era un narcotraficante ligado al terrorismo, era sólo un niño de 14 años. No contento con eso, armó a los colonos alahuitas para que arrasasen los barrios de mayoría saharahui de la capital, El Aaiún, mientras sus medios silenciaban la verdad vergonzosamente, como Le Matin en Casablanca, o inventaban un mundo paralelo en el que reinaba la calma y las loas al monarca, como Aujourd'hi Le Maroc. Todo ello intercalado con hipócritas llamadas a la solidaridad con la intifada palestina. Es de entender que la prensa de un régimen torpemente camuflado como parlamentario sirva a los intereses de su dueño y señor, incluso que los servicios secretos de Rabat torpedeen los únicos medios saharahuis libres en su exilio en los campamentos de refugiados de Tinduf. Sin embargo, el servilismo más ruín e inexplicable viene de mucho más cerca.



El diario El Mundo hablaba ayer de intifada saharahui y no de masacre marroquí y, en la otra acera, El País inventaba nuevos niveles de neutralidad para editorializar sin mojarse. Esa técnica de los chicos de Prisa, que luego no sirve para que a sus reporteros se les permita entrar al Sáhara, la han aprendido bien de sus amigos de Ferraz. La ministra Trini, la de la chupa de cuero y el compromiso con el diálogo internacional, cayó muy bajo asegurando que España no tenía nada que decir sobre un asunto interno de un vecino y aliado. El mismísimo jefe del Ejecutivo tampoco tuvo reparo en señalar que Marruecos no estaba violando los derechos humanos, distraído como está pensando en saborear las mieles de la fama en la cumbre del G20 de mañana. Quizás sea porque el gobierno sabía con cinco días de antelación que Marruecos iba a borrar del mapa la protesta independentista, como hoy se puede leer en la prensa.


Quizás porque, siempre que se trata del reino alahuita, los políticos españoles callan y agachan miserablemente la cabeza. ¿Qué le debe el estado español a Rabat? ¿Qué influencia internacional tiene ese narcoestado para decidir nuestra política exterior? La política racista y totalitaria que se reprocha a Irán, tiene pábulo en las entrañas de Moncloa y también del Elíseo parisino. Algunos apuntan a la vieja amistad que une a los reyes marroquíes con EEUU, otros señalan al papel de barrera ante la inmigración y aún hay quien recuerda su poder sobre caladeros de pesca que alimentan a toda la Península. Nada de ello justifica envainarse los derechos humanos y el respeto a la vida. Por menos que eso se bombardeó a Libia, se asfixió a Serbia e invadieron Irak. Será que esta vieja España, a fuerza de alimentar reyes y caciques, le ha cogido el gusto a ser el escudero de los tiranos.

propagando la acción

El anarquismo vuelve a las portadas de los periódicos. Y no es gracias a esa abominación política que en EEUU llaman libertarianismo. El trasfondo político del movimiento ultra Tea Party es este remedo de ideología basado en tres pilares: nada de impuestos, nada de ayudas sociales y todo por y para el mercado. Si añadimos un quintal de ignorancia y una buena dosis de pacatería puritana, tendremos lo que hoy entiende el Tío Sam por anarquista. Pero de las liberalidades de Sarah Palin o Esperanza Aguirre a la acracia libertaria de Proudhom, Bakunin o Malatesta hay mucho trecho. 


Hace sólo unos días, la CNT cumplía cien años. Tras dos décadas aquejada de escisionismo y diletancia, el sindicato obrero más antiguo de la península volvió a cobrar relevancia hace relativamente poco. Durante las protestas por los ajustes draconianos contra los derechos sociales y laborales por parte de un gobierno supuestamente progresista, los escasos pero irreductibles ácratas de la bandera roja y negra organizaron comités, prepararon movilizaciones y generaron debate como si los años no hubiesen pasado por ellos. A su lado, visiblemente avergonzados por su evidente servilismo, los sindicatos oficiales palidecían, con sus huelguitas de salón cuando ya todo estaba más que atado. CCOO y UGT, con sus varios millones de afiliados, temblaban ante la perspectiva de montar una pequeña algarada a un ejecutivo supuestamente amigo, mientras que los poco más de mil anarcas del Metro de Madrid, de Correos y de la Sanidad consiguieron llevar la protesta en la calle y acallar la sibilina crítica antisindical que alimentan tanto la ultraderecha corporativa como la izquierda domesticada con subvenciones. Sólo lo llaman huelga salvaje porque, por primera vez en mucho tiempo, no fueron capaces de manipularlos.

 
Eso es anarquismo, aunque habrá quien prefiera las cartas bomba que envían desde el irredento barrio de Exarhia los sin-amo de Atenas. Van ya catorce misivas fulgurantes, dirigidas a lo más granado del Occidente en crisis. Angela Merkel, Sarkozy, Berlusconi, la Europol y media docena de embajadas culpables conocen ya el talento de estos artificieros helenos, hijos predilectos de Carlos Marighella y Nikos Maziotis. Se equivocan al escupir pólvora a los mercaderes de odio pero ¿qué otra cosa se puede hacer ante el pistolerismo empresarial al estilo de la Semana Trágica? Últimamente, a la policía le gustan los jovencitos, como el griego Alexis Grigoropoulos o el saharahui Nayem Elgarhi. Demasiadas veces se empeña el poder en demostrarnos que nunca será nuestro y que quienes si pueden llamarlo suyo sólo saben usarlo en nuestro detrimento. No queda sino batirse, sea a la griega o al viejo estilo alemán de la Spaßguerrilla. Ellos ladran, censurando revistas que rompen el monolítico recibimiento al Papa, espiando periodistas incómodos y disparando risible propaganda regia propia de una monarquía garbancera. A nosotros, no nos queda otra que seguir esquivando balas al aire.


Se suele decir, desde derecha e izquierda, que el anarquismo no funcionó por su naturaleza utópica. No se menciona la opresión sistemática, la traición estalinista y el velo tendido sobre autónomos, situacionistas y operaístas. Aquellos que aspiran a alimentarse de la política no quieren saber nada de la acracia y por eso nada se supo de ellos durante la transición. Silenciados, criminalizados e infiltrados por fascistas, hasta reducirlos de nuevo a la trastienda de una librería, al almacén de un taller, al doble fondo de un cajón. Ahora, cuando las cosas vuelven a torcerse como antaño, las pancartas y pegatinas funden a negro. Negro luto por las víctimas diarias, negra bandera de los que tomarán lo que merecen sin pedir permiso a nadie. Si el mercado lo hace a diario, ¿quién tiene la autoridad moral de negárnoslo?

Envidia gala


La economía, la composición de los gabinetes de gobierno, la prensa y los ecos de la calle nos confirman casi a diario que vivimos en tiempos de hegemonía política conservadora. Ellos, en un giro entre kafkiano y goebbeliano, prefieren llamarse a sí mismos liberales. Decía Galeano, en un aforismo que casi suena a tópico, que en los malos tiempos, los liberales se vuelven reaccionarios y los reaccionarios, fascistas. Pues bien, llegó su sonora crisis a los mercados, las empresas, la cola del paro y hasta la cola del pan. Y unido al fantasma del hambre y el caos, vino a instalarse en nuestras vidas la tan conservadora desconfianza, colaboradora necesaria de todos los males del mundo. El empresario desconfía del funcionario, el funcionario del sindicalista, el sindicalista del parado, el parado del extranjero, el extranjero del policía, el policía del civil y el ciudadano ya no se fía ni del panadero cuando le da las vueltas. Y es entonces cuando uno se da cuenta de que lo han conseguido. 


Martilleándonos con esa crisis que nadie parece haber causado pero de la que unos pocos se lucran, han conseguido convencernos de que los buenos tiempos acabaron y ahora toca sudar para que otros holguen. Si nos guiáramos por el tono pesimista de tertulias mediáticas, declaraciones públicas y debates de bar, cualquiera podría decir que vivimos una nueva posguerra en la que son afortunados aquellos que tienen trabajo, aunque eso signifique en la práctica poco más que una limosna bien sudada. Nos obligan olvido, al odio, a la desesperanza y al egoísmo cavernícola que encierra un "sálvese quien pueda". En nuestras calles, lo han conseguido, pero ¿y en Francia?


Mientras el resto del mundo maldice por lo bajo los recortes sociales y subidas de impuestos que ponen en marcha los gobiernos, en Francia los trabajadores han conseguido en unos pocos días ahogar al Elíseo. Las refinerías, cerradas; los suministros de gas y petróleo, bloqueados; las escuelas y universidades se dan en las calles y los funcionarios han decidido reinterpretar cuál es su función pública. Todos ellos salen a la calle en una de las múltiples huelgas generales que ya ha visto el Hexágono en pocos meses. Seis, que el jueves serán siete y el primer sábado del mes que viene, ocho. 


Calles repletas de jóvenes y mayores, trabajadores y funcionarios, parados e inmigrantes han demostrado como parar los pies al abuso financiero. Mientras en el estado español los sindicatos convocaron una protesta inútil dos semanas después de aprobados los recortes, los ciudadanos franceses han decidido ponerle las cosas realmente difíciles al soberbio Sarkozy. Si él continúa con sus intenciones antisociales, seguirán las huelgas. 

 
Tras años fomentando internacionalmente las desigualdades sociales, ahora los dueños del cotarro han decidido que ya es el momento de exigirnos el retorno a la vida feudal. "Hay que trabajar más por menos dinero", dijo ese que es jefe de empresarios y ya ha quebrado tres compañías llevándose la caja al bolsillo. Es hora de salir a la calle y contestar a la francesa a la corte de listos, descuideros, aprovechados y usureros que decide tanto en nuestras vidas. Como ya ocurrió antaño con la guillotina, una vez más Francia nos enseña como poner un fin apropiado a régimenes intolerables.

Avance informativo


Son las 9 de la mañana. Un tifón de categoría 5 acaba de tomar tierra en Filipinas. El gobierno ata los últimos cabos de los presupuestos del estado más antisociales desde la Revolución Rusa. En EEUU, desazón en el Pentágono por los más de 400.000 archivos secretos sobre la invasión de Irak que WikiLeaks se dispone a publicar en pocas horas. Ya hay más de 500 muertos por las riadas en Vietnam. Antena 3 rueda en Chile un telefilm sobre los 33 mineros rescatados, menos de una semana después de su rescate y antes de que ellos y cientos de sus compañeros hayan recibido la mínima muestra de un finiquito. La tregua vuelve a saltar a golpe de rifle contra misil en Palestina. En Francia, Sarkozy prefiere obviar en su democracia de cartón el rechazo de los ciudadanos a sus recortes sociales y amenaza con usar la fuerza contra los huelguistas de las refinerías. Al este, la canciller Merkel proclama el fracaso de la sociedad multicultural, mientras que el 60% de sus compatriotas pide limitar la libertad de los musulmanes en su país. Y, para colmo, ayer empezó la edición número doce de Gran Hermano. Son las 9 de la mañana y el mundo ha madrugado para continuar yéndose a la mierda.

barrera arquitectónica


Me desperté como antaño, peleándome con uno de mis demonios familiares. Aterricé sin frenos, de la pesadilla surreal al crudo realismo de una mañana de domingo, precedida como no podía ser de otra manera por la consabida noche plagada de lagunas y charcos. Esa es la geografía de muchas mañanas de fin de semana, alumbradas por sueños delirantes, que sirven de campo abonado para reflexiones sin contexto ni filtro. Vamos con una. El otro día, vagando por las callejuelas que nacen en Tirso de Molina y van a morir a mi barrio, topé con un muro. Vaya cosa, pensaréis, el mundo está lleno de ellos. Belfast, Cisjordania, Larnaca y Berlín son prueba de ello. Pero éste era diferente. La calle, no recuerdo exactamente cuál, discurría cuesta abajo, estrechándose varios metros hasta alcanzar, sin previo aviso, una fila de ladrillos levantada sobre el adoquinado. Apoyándose en los edificios, la calle ha sido tapiada y, al intentar rodear su trazado para descubrir el lado opuesto de la imagen, no hay nada. Las vías confluyen de tal manera que, tapiando una sóla de ellas, las demás se cierran sobre sí mismas en un laberinto urbano al que falta encontrar algún sentido. El contraste del ladrillo y el cemento fresco sobre el adoquinado histórico dibujó para mí un paisaje de desasosiego. En mi mente, aquella mañana y ésta, retumba una idea opresiva. Alguien, por algún motivo inexplicable, ha empezado a borrar lugares del mapa. Del mismo modo, al cegar la calle, ésta ya no lleva a ninguna parte. Como los mandamientos del Gran Hermano, el muro obliga a negar lo evidente pese a casi al alcance de la mano. Casi, pero no. Enmudecen un pensamiento, prohíben una idea, vacían una palabra de su contenido. Empiezan levantando nuevas barreras. Una día cualquiera, puedes despertarte dentro del muro y, al mismo tiempo, fuera del mapa. Por eso, bajo mi almohada, martillo y piqueta ahuyentan las pesadillas ebrias del domingo por la mañana.


M.I.A, Born Free from ROMAIN-GAVRAS on Vimeo.

Mirada oblicua


Entornando la vista, buscó un ángulo nuevo en el que apostarse a ver venir la vida. Al cabo del tiempo, nada se parecía ya a sí mismo. El espacio ignoto emplazado en el escenario que ocupa lo cotidiano, disfrazándolo con luz nueva, descorriendo el velo para mirar de frente el punto de no retorno. Y decidió quedarse allí. Ojos nuevos descubren un territorio desconocido que se abre a simple vista y, desde su lado del espejo, tambien nos observa.


Kasabian - Underdog
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mind partizan


Me pillais de paso. Huelo a curry y a aeropuerto y las retinas vienen renovadas con luz distinta y marcos más amplios. Aventurarse a vagar sin miedo a huelgas ni retrasos, a pisar el punto más al norte y al este en el que jamás hayas estado y a dejar que los espacios hablen por sí solos. Mereció la pena dejarse llevar y no esconderse mientras continuaba lloviendo. Un regalo para el postre y, encaramados sobre el muro, buscar con el rabillo del ojo la presencia constante de la torre de la RDA desafiando a los rascacielos. Yo sólo quiero parecer tan joven como Keith Richards y continuar sonriendo al desaliento. Pero ahora tanto da, mañana cogeré otro avión y volveré a desaparecer fugazmente. Pero no esperéis libraros de mí permanentemente.
Sturm und drang, meus!

departures

A praza do Ferro, Rosa Luxemburg Platz e o peirao de Barcelona. Voltar a escribir o día a día en billetes usados e esvaecerse un intre longo do escenario habitual. Xa vos contarei á volta, meus...

No dirás falso testimonio ni mentirás

La profesión periodística es una amante esquiva. Pagan mal, los horarios son incompatibles con cualquier asomo de vida social y todos te tratan como a un perro tiñoso. Los directivos recortan gastos, tus jefes imponen su línea editorial, la gente se cambia de acera para evitar tu micrófono, te llaman vendido y chivato y, al final, siempre cambian a otro canal. Sólo los buitres de la prensa rosa y los tertulianos fascistoides te consideran un compañero de gremio. Y aún así, sacar información verídica y contrastada cada mañana a la calle es un lujo arriesgado que compensa cuando uno está peleando por su vocación. 


No es así para todos. Hace poco, una excompañera de profesión, hoy incorporada al sector público por la vía monárquica, aseguró que no echa de menos trabajar en los medios de comunicación. Su juventud de reportera del Grupo Prisa en México y los años compartiendo telediario con el infame Alfredo Urdaci no dejaron huella. Ahora que ella ha acabado ejerciendo de futura reina y su exjefe de portavoz del Pocero, no tiene rubor en confesar que aquella pose profesional de busto parlante no era más que eso, un simple disfraz para ser conocida. Y vaya que si lo ha conseguido.


La última revelación sobre la profesión periodística nos llega de la mano del Sumo Pontífice de la Cristiandad, el exagente de las SS Benedicto XVI. Pese a que su iglesia lleva dos mil años jugando al timo de "sé bueno, dame tu dinero e irás al cielo", el papa de Roma cree que puede dar lecciones a la prensa. Acuciado por la revelación de cientos de miles de casos de pederastia a manos de sus sacerdotes, ha decidido pecar contra el octavo mandamiento para tapar el sexto y ha acusado a los medios de comunicación de mentir y sobredimensionar los casos de abusos sexuales a menores. Tanto da que las violaciones de niños afecten a casi todos los colegios religiosos de Bélgica o Irlanda, la culpa es de esos gacetilleros que agitan a las multitudes y que pueden acabar por cerrarles el negocio. Tanto da, todo quedará impune, como pasa siempre con los clérigos. Eso sí, su superioridad moral vive horas bajas, con uno de sus ministros protestantes llamando al odio religioso y miles de personas contestándole al otro lado del mundo. Ya han muerto 15 civiles en Cachemira por el affaire del Corán y pronto serán más. ¿Recuerdan el siglo XV? ¿La Inquisición, las quemas de brujas, los pogroms y la expulsión de judíos y moriscos? El siglo XXI ya ha visto morir más gente, por los mismos estúpidos motivos. Algo se pudre en Roma, y sale de las entrañas de la mismísima Curia.

Algo diferente


Un día, el que menos te lo esperes, te darás cuenta de todo lo que ya has recorrido. Aún hay tanto que hacer, y sin embargo, cada vez son más los recuerdos que merece la pena rescatar. Crece la sensación de dirigirse hacia algo concreto, algo deseado, y, de la misma manera, se hacen más importantes los pasos dados, sus escenarios, sus protagonistas y sus personajes secundarios. No me importa si suena tópico, es la única descripción honesta. He aprendido a valorar lo pequeño, a atesorar lo fugaz, a tirar de anecdotario, a correr riesgos sin calcular probabilidades y a no dar nada por sentado. Es mejor así. Hay victorias memorables, regates ajustados y pérdidas irreemplazables, pero ninguna derrota. Paso a paso, dibujando una trayectoria errática que narra la historia que quiero contar. Ya no moriré con la edad de Hendrix y me convencí de que puedo llegar a donde quiero. Sé que suena autosuficiente, pero no voy a negar que sí, mi vida me hace feliz. Trabajito que me cuesta, todo sea dicho de paso, pero las cicatrices y la compañía merecen la pena. Todo esto merece la pena. Doy gracias por ello y me sirve para apretar más fuerte y atreverme más allá. Sé que este no es mi discurso habitual, pero, de cuando en vez, tenéis que permitirme que me marque algo diferente. A fin de cuentas, hoy es mi día.

Políticos de toda la vida


La política es un terreno espinoso en el que, tras una fachada creíble, se esconden toda clase de zonas oscuras. Sobres que cambian de manos, dossieres que crean o destruyen carreras públicas, devaneos inconfesables y toda clase de canalladas glosan la hoja de servicios del más común de los representantes públicos. Parlamentarios, portavoces, coordinadores, concejales de urbanismo, senadores vitalicios y demás ralea nunca defraudan las peores expectativas. Carlos Fabra, Luis Roldán, la familia Baltar, El Bigotes o los artistas del "Caso Malaya" son sólo la punta de lanza local de un mal endémico que florece tanto en dictadura como en democracia, en climas cálidos y en la sobria Europa. De hecho, el principal adalid de la gran corrupción, Silvio Berlusconi, es un gran maestro capaz de tender puentes entre los diversos estilos del crimen político. Il Cavaliere, domador de velinas, azote de jueces y legislador interesado, une el sexismo, la prevaricación y el enriquecimiento ilícito en la referencia a seguir por parte de toda clase de plutócratas, reyezuelos, avispados, señores de la guerra y comisionistas de hoy en día.


No lejos del reino del absurdo sobre el que Berlusconi campa a sus anchas, en la anodina Bélgica, hogar de otros talentos de la alta política, reside nuestra última gran promesa del chanchulleo. Mientras el país lleva más de tres meses esperando a que valones y flamencos se pongan de acuerdo para formar el que probablemente sea el último gobierno antes de la secesión, la senadora neerlandesa Kim Geybels, ha visto nacer y morir su carrera en un breve verano. A sus veintiocho años, consiguió un escaño en los últimos comicios en gracias al auge del principal partido independentista y a lo electoralmente rentable de sus encantos. La prensa flamenca la convirtió en una especie de Sara Carbonero de la política y su falda consiguió que nadie hablase de la frágil situación política en la investidura parlamentaria.


Tras la resaca electoral, Kim decidió sacudirse de encima el cansancio que supone ser un señuelo llevándose a Bangkok a su novio, Bas Luyten, también cargo electo del NV-A de Bart de Wever. A la vuelta de esas vacaciones, su carrera política había muerto en plena introducción. Extorsionada por la mafia tailandesa, acusada de consumir cocaína, de tener relaciones extramatrimoniales con un alto cargo y de malversar fondos públicos, la joven Geybels ha tenido que abandonar su escaño, dimitir como presidenta del Departamento de Juventud y devolver el carnet de su partido. Todo un agosto movidito el de la senadora.



Nada nuevo bajo el sol. Sólo vieja política, esa en la que nadie confía porque, en el fondo, es lo que se espera de ella. Llámenme antidemocrático, pero sería mejor que se nos gobernase directamente desde la cárcel. No nos sorprendería tanto saber qué ocultan tras las sonrisas telegénicas y los discursos milimetrados de su asesor de imagen. Al menos así sabremos a qué atenernos.

Recomendacións diarias para un setembro agripicante



Existencialismo de marca blanca

Existen muchas actitudes y respuestas ante la muerte. La religión, la medicina y las compañías funerarias son sólo algunas de las más comunes. Pero, a menudo, la forma en la que la vida termina sirve más bien para demostrar, una vez más, el enorme absurdo que rige nuestros destinos. Todos los días, en tandas de centenares por hora, muere gente. Y algunas veces, su deceso se convierte en una broma macabra. No lo digo por decir.


Empecemos con las muertes con moraleja. Como la de Lee Seung-seop, un joven surcoreano adicto al World of Warcraft que, seis semanas después de ser despedido a causa de su nivel de vicio, murió tras jugar cerca de cincuenta horas consecutivas. Otro mártir del frikismo fue elevado a los altares hace pocos días. Christopher Kayser, un aficionado a los sucesos paranormales de Carolina del Norte, fue arrollado por un tren mientras esperaba la aparición de una locomotora fantasma. Torres más altas, como el filósofo, político y científico Francis Bacon, también cayeron por su excesiva pasión por lo suyo. En 1625, adelantándose varios siglos al sistema de conservación de alimentos en frío, se congeló en el jardín de su casa intentando comprobar si la nieve podía conservar la carne mejor que la sal. Otras tienen un regusto a refranero o incluso a parábola bíblica, como la de Tennessee Williams, ahogado con un tapón de un frasco de pastillas, o la del humorista francés Carette, abrasado en su sillón por una colilla tras quedar parapléjico y negarse a dejar de fumar. Pantagruélico fue el final del rey Adolfo Federico de Suecia, conocido como uno de los monarcas más volubles de la historia, que pasó a peor vida a los 61 años tras comer hasta morir. En su último menú, el que causó su fallecimiento por colapso digestivo, hubo lugar para más de veinte platos. Y no murió hasta después de repetir catorce veces postre. 


Algunas veces, parece producto de la propia vanidad humana, como en uno de los primeros hombres récord de la historia, el germano Hans Steininger, dueño de la barba más larga del siglo XVI, según sus conciudadanos, que se partió el cuello tras pisársela huyendo de un incendio. En el caso de George Allen, entrenador de fútbol americano, le asesinaron sus propias victorias. Un mes después de que sus jugadores le bañaran en Gatorade tras ganar una competición, le venció la neumonía. El bateador estrella de los Cleveland Indians en los años viente, Ray Chapman, fue, por su parte, una víctima del juego sucio. El lanzador de los New York Yankees, Carl Mays, embarró la bola para evitar que la batease y Chapman no la vio venir antes de que le fractrase el cráneo. En otros casos, como en el fundador de la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton, una enorme red de confidentes y estupas que más tarde daría lugar al espionaje moderno, la ironía es más sarcástica que didáctica. Alan Pinkerton falleció de una infección tras morderse la lengua.


Hay también muertes lisa y llanamente de risa. Como la de Alex Mitchell, un británico de cincuenta años, que suscumbió a cerca de media hora de carcajadas sin poder recobrar la proberbial flema anglosajona. En el caso del tailandés Danmoen Saenunnum, la falta de aire o un ataque al corazón se lo llevaron al otro barrio desternillándose de la risa mientras dormía. En el caso de Dick Shawn, la broma parece morbosamente apropiada. Durante una actuación, a finales de los ochenta, se tumbó en el suelo boca abajo mofándose de los políticos que se duermen en el cargo. Tardaron varios minutos en darse cuenta de que nunca volvería a levantarse. La palma del humor clásico se la lleva el escapista Bobby Leach, que tras ganarse la vida lanzándose dentro de un barril a las cataratas del Niagara y realizando otras proezas en las que se jugaba literalmente el cuello, falleció tras tropezar con una cáscara de fruta en la calle. Peor todavía para el navegante galo Dumont-d'Urville, descubridor de la Venus de Milo, viajero incansable y primer expedicionario a la Antártida, y que encontró un paradójico final en un accidente ferroviario a las afueras de su París natal.


Pero mis dos favoritas vienen de Francia. La muerte del sastre Franz Reichelt habla muy claro de la tencidad y la estupidez del ser humano. Reichelt, precursor del paracaídas, inventó un traje alado para planear basado en las formas de los murciélagos y pidió a las autoridades parisinas permiso para probarlo precipitándose desde la Torre Eiffel. Tras llamar a todas las puertas, solicitar múltiples favores y convencer a ingenieros, políticos y viandantes, obtuvo el permiso oficial para lanzarse hacia la muerte una mañana de febrero de 1912. Mucho más agradable fue el fin de los días del séptimo presidente de la III República Francesa, François Félix Faure, que abandonó su cargo tras fallecer mientras le hacían una felación. Faure, por lo menos, le encontró la gracia al chiste. La vida es un absurdo, dijo Albert Camus, poco antes de matarse en un estúpido accidente de coche.



Desde la azotea, veo el mar


Agoniza la tarde entre las brasas y los vapores, mientras agosto se agota sin dar tregua. A ras de suelo, crepita el mar de asfalto del que escapan audaces viandantes. Pronto, cuando el aire vuelva a ser respirable, serán más. Justo antes de desaparecer, el sol dibuja colores nuevos en el horizonte de antenas, grúas y tejados. Lusco e fusco, territorio fronterizo del que nacen el delirio y la tiniebla. Se anticipan las alarmas ancestrales que pregonan y la luz aprovecha sus últimas fuerzas para despedirse entre promesas. Los pies, sobre el magma; la cabeza, en las alturas. Se apagan las luces. Llega la hora oscura de salir al aire.

Voltou coa marea



Dicíano esta mañá os xornais. Os mariñeiros e os voluntarios que participaron nas tarefas de limpeza da marea negra do Prestige sufren alteracións xenéticas e problemas pulmonares case oito anos despois do verquido. Os productos químicos que contiña o cru están danando a súa saúde, incrementando o risco de padecer cancro de pulmón e leucemia. De sete mil persoas que tomaron parte no estudio do Colexio de Médicos de EEUU, cincocentas una padecían afectacións no sistema respiratorio ou roturas cromosomáticas no seu ADN.

Agora lembro todas aquelas mentiras. Os pequenos fíos dos que falaba o sipaio aquil que agora quere mandar en Madrid tornáronse en 67.000 toneladas de petróleo na costa galega. O governo, tanto o de fóra como a súa sucursal en San Caetano, xurou e perxurou que todo estaba baixo control, aínda que o seu exército e os equipos de emerxencia non chegasen o Atlántico ata case un mes e medio despóis. Os primeiros en facerlle fronte o seu desastre foron os mariñeiros, seguidos de caseque 300.000 voluntarios de toda a Península que fixemos nosas tarefas pola que aturamos un governo. Moito antes de que os militares españois fixesen acto de presencia, chegou o exército belga, que quedou abraiado da escasa preocupación guvernamental pola marea negra. As labouras de limpeza e contención que tiñan que rematar en corenta e cinco días duraron máis de un ano, doce meses nos que non houbo peixe, marisco nin rianxo que levar as lonxas. 

Estoupou a carraxe en toda Galiza, e os políticos adicáronse a paliala metendo cartos nos fuciños da xente sen resolvelo problema de fondo. 415 millóns de euros que non resolveron nada e que non nos protexen dun novo Prestige, dun novo Mar Exeo, dun novo Casón, doutra desfeita propiciada pola codicia política e o desdén cara o noso povo. Agora, anos despois, comezamos a ver consecuencias. O xuízo aínda non comezou sequera, pero xa sabemos que ningún dos seus responsáveis pagará polos danos feitos. Os donos do lixo-barco, a sociedade pantasma anglo-suizo Crown Resources, unha pantalla da multinacional rusa Alpha Resources a que pertence o meirande criminal de traxe e gravata, Marc Rich, desapareceron sen dar explicacións nunha morea de avogados.

Dos responsables políticos, cabe destacar á comisaria europea de Transporte, Loyola de Palacio, culpable da inacción comunitaria contra os buques monocasco, quizáis porque o seu propio irmán traballada para a familia de armadores gregos Coluthros, armadores, mira ti por ónde, do propio Prestige. O conselleiro galego de Obra Pública, Xosé Cuiña, mao direita do daquela presidente, Manuel Fraga, lucrouse vendendo material de limpeza. O propio Fraga atopábase de cacería o día do afundimento do petroleiro, casualmente con Alfonso Cortina, xefe de Repsol, e Fernando Fernández Tapias, que posuía as empresas que cobraron da Xunta por limpar deficientemente á costa afectada, e o dono do Corte Inglés, Isidro Álvarez, que ameazou os meios con retirar a súa publicidade se daban cobertura á marea negra. Culpable tamén é o entón ministro de Obras Públicas, Francisco Álvarez Cascos, que, noutra casualidade, se atopaba na devandita cacería e ordeou alonxar o buque cando xa era demasiado tarde, contra o consello de todo o mundo, Jacques Costeau incluído.


Non  nos podemos esquecer do que era naquel tempo responsable de Interior e mao direita do presidente Aznar, Marianito "castrapeiro" Rajoy, que se encargou, xunto co Delegado do governo -máis extranxeiro ca nunca- na Galiza, Arsenio López de Mesa, de enganar a poboación día si, día tamén, para tentar tapar a súa desfeita. Todos eles merecen ir de cabeza á cadea, por beneficiarse da traxedia, por non faceren nada, por perpetuar o seu noxento colonialismo señorito e costumbrista e por roubar o pan e a saúde ó noso país e os seus mariñeiros. Mais, desengánense, coma sucederá tamén co verquido no Golfo de México, o seu diñeiro pasará por enriba de calquer intento de facer xustiza.

El general es un degenerado


Dejadme empezar con un tópico. Se suele decir que en la vida, uno termina llevándose lo que se merece. La prensa boliviana de esta mañana lo ratifica. El exdictador Juan Pereda Asbún, que gobernó con mano de hierro el país andino en el breve verano de 1978, ha sido enviado por orden judicial a un centro de rehabilitación para drogadictos tras ser arrestado en plena calle enseñándole las vergüenzas a un grupo de colegialas. Este general retirado -por la fuerza de las mismas armas que le auparon al poder- no se contentó con exhibir sus arrugadas 79 primaveras a las pobres niñas, sino que también intentó embaucar a una para llevársela en su coche, en el que guardaba un buen alijo de cocaína. En comisaría, se demostró que la mayoría de la droga la llevaba puesta. El que en un tiempo -breve- fue el jefe de Estado del país sólo acertó a negar lo evidente, tanto respecto a las drogas como al acoso y a añadir un sonrojante: "las muchachas son coquetas". Este es el final de la historia del "presidente de facto" Pereda.


Juanito Pereda vió la primera luz dos meses después de la proclamación de la II República en España, de la que su padre, terrateniente castellano instalado en las ricas minas de La Paz, siempre abominó. Al poco de dejar de vestir pantalones cortos, ingresó en el ejército boliviano. Unos cuantos años después, consiguió graduarse como subteniente de aviación y se pudo permitir el lujo, negado al resto de la población por pobreza o etnia, de completar sus estudios en Italia y Argentina. En las fuerzas armadas fue medrando en la convulsa Bolivia, gobernada por militares indirectamente desde 1935 y a cara descubierta desde 1964 hasta 1982, hasta alcanzar el grado de comandante en jefe de la Fuerza Aérea. Desde este cargo, al que llegó gracias al golpe de estado del general René Barrientos, llegó a alcanzar la confianza del que sería su mentor, Hugo Bánzer. Ambos se hicieron con el apoyo de los fascistas del Movimiento Nacional y las Falanges Socialistas, con los que, sumados al ejército voraz del general Barrientos, combatieron a la guerrilla comandada por Ernesto "Che" Guevara y formaron escuadrones de la muerte para asesinar a cerca de 8.000 opositores, mineros e indígenas. Sobre sus conciencias pesa la Masacre de San Juan, en la que se ensañaron con una población minera desarmada, aniquilando a hombres, mujeres y niños, como describe Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina. Incluso llegar a convertir al criminal nazi fugado Klaus Barbie, el carnicero de Lyon, en delegado de marina de un país sin mar para evitar que fuese juzgado.


No contentos con el nivel de barbarie, Bánzer y su secuaz Juanito Pereda arreglaron una muerte conveniente para Barrientos, haciéndole desaparecer en circunstancias poco claras mientras viajaba en su helicóptero. De este modo, su padrino llegó al poder y nuestro protagonista fue nombrado ministro del Interior, colaborando activamente en la implantación del Plan Cóndor en su país, al que empobrecieron vendiendo sus minas a precio de saldo a compañías inglesas, australianas y yanquis que obtenían carta blanca para reinventar el esclavismo. Dinerito de la CIA y carniceros locales. Pasó igual en Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay y Brasil durante más de dos décadas. Las cosas marchaban bien para el "presidente de facto" y su delfín, hasta que Bánzer decidió darle una oportunidad al muchacho y postularle como candidato en unas elecciones presidenciales medianamente legítimas. 
 

Pereda vio aparecer una oportunidad única y decidió no dejarla escapar. Fundó el Partido Único Nacional -nadie le explicó demasiado bien que era eso de unas elecciones libres- y urdió tamaño fraude electoral que su mentor se vio forzado a anular los comicios por el bochornoso espectáculo ofrecido. Nuestro entrañable Juanito no podía creerlo. Su padrino, su maestro en las artes oscuras de la tiranía, le había abandonado. Se había ablandado, imaginó, ante las protestas internacionales y las manifestaciones populares. Y Pereda tenía un remedio perfecto para calmar las protestas. El 21 de julio de 1978 volvió las armas contra su creador, apoyado por los falangistas y el sector más radical de la armada boliviana. El sexagésimo sexto presidente -de facto- de Bolivia fue tan breve como su inteligencia y no duró más de cuatro meses. Otro general, Padilla Arancibia, derrocó su gobierno, al que los historiadores definieron como endeble y violento, para iniciar una complicada transición democrática que llevó al restablecimiento de la República en 1982. De su tarea de gobierno sólo cabe destacar una iniciativa, la de atraer importantes narcotraficantes a las plantaciones tradicionales de coca, fundando uno de los primeros narco-estados de la historia.


Derrocado por sus hombres y abandonado por la aristocracia criolla, se refugió en Santa Cruz de la Sierra,  como buen hijo de indiano, para llevar una vida cómoda, aunque llena de zonas oscuras. Y de Juanito Pereda poco se supo hasta ayer mismo, salvo sus vínculos con el narcotráfico, como negociante y como consumidor, y su gusto por las jovencitas. Todo ello ha quedado expuesto bajo la luz pública. Uno de los más execrables asesinos que ha gobernado Sudamérica nunca ha sido juzgado por sus crímenes contra su pueblo, sino que lo será por su tendencia a exhibir sus genitales bajo los efectos de la coca. Llamadlo justicia poética, karma o enorme ironía. Llamadlo como queráis, a mí me gusta. Mejor eso que verles languidecer cómodamente en sus camas, acostados sobre miles de cadáveres sin rostro.

L'esprit de l'escalier



El otro día me preguntó un imbécil: "¿Tú crees que los criminales son de derechas o de izquierdas?". En el momento no se me ocurrió nada ingenioso que contestar, así que, dejándome llevar por el viejo tópico, respondí preguntándole, desde su propia experiencia, por la orientación política de los idiotas. La réplica idónea a semejante cuestión me llegó mucho más tarde, como casi siempre, gracias a algo que los galos llaman l'esprit de l'escalier. Los grandes ladrones, los asesinos más sanguinarios, los estafadores sin escrúpulos, los traficantes de género múltiple y los depravados más recalcitrantes, hay que buscarlos muy arriba. Dirigen multinacionales, grandes despachos de abogados, archidiócesis, bancos, lobbys de presión, partidos políticos, escuadrones de mercenarios y medios de comunicación de masas. Ellos ya tienen el poder y de atribuirles una ideología, me niego a otorgarles el digno anarquismo de los corsarios. Ellos están atrincherados en sus privilegios con tanta fuerza que da incluso rubor llamarles conservadores. Yo creo que más que absolutistas, son feudales. Decidan ustedes mismos si eso es izquierda, derecha o cualquier otra etiqueta de moda.


Nómadas


En pleno siglo XXI, es complicado imaginar que existan todavía maneras de vivir ajenas al modo occidental y la civilización basada en sueldos mensuales, facturas, leyes, iglesias, webs porno, hipermercados y escuelas. Más todavía si descendemos a principios tan básicos en nuestra sociedad como el hecho de construir vivienda permanente y establecerse. El sedentarismo, dicen los manuales de historia, dio al hombre espacio y tiempo suficientes para poder prosperar y distinguirse definitivamente del resto de las fieras. Sin embargo, el hombre se las ha apañado desde el inicio de los tiempos para contradecirse, para disentir del camino que él mismo ha trazado. Incluso del ritmo supuestamente evolutivo de su historia, del taparrabos al traje, del mamut a la comida rápida y de los ancianos de la tribu a la wikipedia. De este modo, venciendo su natural tendencia a erradicar lo diferente y contra todo pronóstico, el hombre continúa siendo nómada. Y no solamente en lo profundo de la selva tropical, sino en la mismísima Europa.



Automáticamente, hablar de pueblos errantes en el viejo continente trae a la mente dos ejemplos: judíos y romaníes. En la actualidad, ambos son pueblos asentados, en menor medida en lo que se refiere a los gitanos, por su condición de persona non grata en muchos países mediterráneos y su secular arraigo en la periferia urbana. Pero, escarbando un poco, es posible descubrir incluso en el mismo territorio de la Unión pueblos nómadas que hacen uso de las ventajas del Espacio Schengen sin necesidad de pasaporte. Lo que la sociología llama etnias peripatéticas persiste hoy día en las mismas narices de la burocrática y aseada Bruselas. Sintis en Alemania, romas en el sur de Europa, Reino Unido e incluso Finlandia, tártaros en Rusia, cosacos en Ucrania, reisendes en Noruega, yeniches en Baviera, Suiza y Austria, mercheros o quinquis en España. Todos ellos nómadas, todos ellos fuera de nuestro adorado progreso. Uno de los ejemplos más genuinos de lo que supone este fenómeno de anacronismo social son los pavee, también conocidos como irlandeses errantes o pueblo viajero. 


Trescientos mil de ellos continúan recorriendo los caminos en Éire, Gales, Inglaterra e incluso EEUU y Canadá, llegados desde Galway hasta ultramar. Nadie conoce el origen de su peregrinación a ninguna parte, ni el significado de su idioma, el shelta, llamado gammon en gaélico y sencillamente the cant -la jerga- para los anglófonos. Los libros consideran muy probable que provengan de campesinos irlandeses desposeídos de sus tierras tras la invasión inglesa de la Isla y su colonización a base de importar labriegos sajones. Algunos acusan al propio Oliver Cromwell de dejarles en la cuneta en el siglo XVII, aunque su lengua ininteligible ya existiese cuatrocientos años antes. Desde entonces, estos hombres itinerantes vagan en busca de fortuna, viviendo, como muchos otros nómadas en todo el mundo, del comercio de chatarra, la artesanía y el cuidado de los animales que les acompañan. Del mismo modo, la marginación por parte del mundo avanzado les afecta aún a día de hoy. Todavía existen en algunas localidades carteles que les prohíben el acceso a determinados lugares, cuando no a pueblos enteros. 


Pero, pese a los escasos cambios en la tolerancia de los sedentarios hacia sus costumbres, los pavee continúan viviendo en el camino, luchando contra la exclusión, la falta de recursos y una alarmantemente escasa esperanza de vida. Mientras un europeo medio tiene por delante unas siete u ocho décadas, la mitad de los irlandeses errantes no supera los 39 años. Y aún así, siguen adelante, como el resto de pueblos nómadas, tras casi dos milenios de historia dándoles la espalda. Leyendo nuestros periódicos y recapitulando las barbaridades con las que hemos llenado nuestros libros de historia, cuesta aceptar que son ellos los salvajes. Quién sabe, puede que la próxima crisis nos lleve a todos a retomar la senda ancestral que lleva al perpetuo viaje hacia Poniente. Siguiendo el camino del sol hacia tierras más verdes, desafiando la línea del horizonte y dejando atrás los castillos de humo y asfalto.

Inesperada mañá de agosto con sorriso de fondo


Esta xa non é a cidade que eu coñecín. Non mudaron as rúas, nin os xestos metálicos nin sequera o ateigado bulir do tráfico. Pero iste vrán semella que todo o meu redor decidiu mudar de golpe sen que ninguén máis se decate. Madrid ergueuse hoxe engalanada co arrecendo da herba recén cortada e a pedra húmida pola choiva. A paisaxe da tristura tórnase ós meus ollos nun chiste privado, nun regalo de cumpleanos adiantado un mes. Diredes que é cousa miña, que levo tempo demáis nesta capital de ningures tanteimuda en se vestir de cemento e perdín o pouco sentidiño que me quedaba. Pode ser. O que eu sei de certo é que iste non é o meu acostumado mes de agosto, pola choiva que venceu o calor sahariano, por voltar a escoitar o balbordo dos paxaros vencendo ó do tráfico, pola sinxela ledicia que percorre de súpeto as rúas sen motivo aparente, por non me sentir só nin nas noites máis baleiras, polos fins de semana con ameixas, gnocchis e viño branco sen saír da casa e o arrecendo engaiolante duns rizos achinados. Outro vrán foi posible, e foino hoxe pola mañá. Morta á rutina, todo semella novo, todo está aínda por facer. Esta xa non é a cidade que eu coñecín. Agora, xa é a cidade que, ó mencer, garda unha sorriso segredo para os seus hóspedes inesperados.


Radiohead - No Surprises

La guerra de nunca acabar


Esta madrugada, una declaración del presidente de EEUU, Barack Obama, ha llamado poderosamente mi atención. "La guerra en Irak ha terminado"-afirmó- "nos retiraremos el 31 de agosto, como estaba previsto". A cualquiera hubiese pasado desapercibida semejante reiteración rutinaria del calendario de salida de las tropas de ocupación estadounidenses, salvo por un detalle. ¿La guerra de Irak ha terminado? ¿Estamos seguros de ello? Para los que estuvimos indirectamente implicados en el conflicto, como manifestante antibelicista en las calles de un país ocupante, esta sencilla frase de Obama remueve algo doloroso en nuestro fuero interno. Aquellos días en los que medio país se echó a la calle contra el "trío de las Azores", en los que aprendimos a situar en el mapa la resistencia insurgente de Fallujah y la barbarie de Abu Ghraib, vuelven siete años después a recordarnos nuestra derrota. La guerra siguió adelante, sin que pudiésemos detenerla, llevándose por delante la vida de un millón de irakíes y cuatro mil soldados yankis. Ahora, Obama dice que todo ha terminado, aunque, tras la retirada, más de 50.000 efectivos de su ejército permanecerán en el país.



Algunos habíamos asumido que la invasión de Irak comenzó el 20 de marzo de 2003, pocos días después de que medio mundo saliese a manifestarse en contra, y continuaba desde entonces, pero habíamos dado por buena la afirmación del exalmirante en jefe, George Bush, cuando anunció el 1 de mayo de ese mismo año que su misión había sido cumplida. Pese a la resistencia civil a las tropas ocupantes, asumimos la derrota del pez chico ante la enorme maquinaria bélica de los renegados de la ONU. Se celebraron elecciones, las minorías retomaron ciertas cotas de poder, se aprobó una constitución, Saddam fue ahorcado por el nuevo gobierno y cada día se volvió cotidiano contar las bajas de la guerra civil soterrada en Mesopotamia. Todo ello bajo la tutela rifle en mano de los "invitados occidentales". 



Ahora, siete años, cuatro meses y catorce días después de la invasión, Obama anuncia desde su impostada superioridad moral que todo acabó para poder centrar su dinero y sus marines en ahogar Afganistán en más y más campos de amapolas. Justo en uno de los momentos más delicados del nuevo régimen irakí, incapaz desde hace cinco meses de decidir una coalición de gobierno, y en uno de las etapas más cruciales de la ofensiva de la OTAN contra los talibán, diezmados cada día por la nueva deserción de un aliado sobre el terreno -ayer fueron los holandeses, algún día se retirarán los "soldados de paz" enviados por Zapatero. Precisamente la misma semana en la que la justicia española ha decidido volver a juzgar a los soldados yankis culpables de asesinar a José Couso por hacer su trabajo. Todo cuadra visto desde el prisma más macabro, pero no consigo entender su sentido. ¿Es que ya terminaron de robar todo el petróleo? ¿O es que los 736.000 millones de dólares que ha costado la "operación" ya han sido suficientes? 

 
Pasan los años, nos volvemos más cínicos, pero no olvidaremos jamás quién fue quién aquella primavera de 2003, quién juró que existían armas de destrucción masiva, quién contribuyó con su silencio y quién hizo lo que pudo por detener la barbarie. Por obra y gracia de Obama, magnánimo y contradictorio Premio Nobel de la Paz, tenemos permiso para lamer ya nuestras heridas en pacífica postguerra.

Swan song


No quiero escribir, pero lo estoy haciendo. No hay otra cosa que pueda hacer para acallar el grito sordo, mudo y ciego que trepa por mi garganta e incendia mis pulmones. Pienso en la ausencia, pero no quiero cederle tinta. Prefiero hablar del pasado, pero tampoco voy a hacerlo. No aquí. Cualquier recuerdo a medias es más valioso si evito exponerlo a miradas ajenas, porque para compartir las nostalgias, las preguntas y las heridas abiertas están ya los incondicionales. Todos los demás no sabéis nada, y es mejor así. La gente sigue paseando por la calle, el mundo gira en su cansino malvivir y, cada día, hay hombres que se enamoran de una desconocida en un vagón cualquiera del metro. Puede que, en memoria del hermano que marchó, esta vez se atrevan a vivir sin miedo. Por su recuerdo, llenaré un vaso; en su honor, recorreremos los caminos que faltan. Y aún así, nunca será suficiente.

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