Oigo incluso cómo ríen
las montañas

arriba y abajo de sus azules laderas
y abajo en el agua
los peces lloran
y toda el agua
son sus lágrimas.
oigo el agua
las noches que consumo bebiendo
y la tristeza se hace tan grande
que la oigo en mi reloj
se vuelve pomos en la cómoda
se vuelve papel sobre el suelo
se vuelve calzador
ticket de lavandería
se vuelve
humo de cigarrillo
escalando un templo de oscuras enredaderas...

poco importa

poco amor
o poca vida
no es tan malo

lo que cuenta
es observar las paredes
yo nací para eso

nací para robar rosas de las avenidas de la muerte.


Charles Bukovski
Poema

Incompatibilidades con el progreso

Esta semana estoy gafado con el mundillo informático. He de comunicaros la defunción de mi ametralladora de palabras, el ordenador con el que dí mis primeros pasos más allá del lápiz y el papel. La ferralla se despertó una buena mañana y ya no recordaba ni el explorer. Se fue, con dos años enteros de datos y archivos dentro (veremos si en la autopsia puedo recuperar el contenido de la unidad c, con mis fotos, un par de proyectos, muchos textos y mis últimos descubrimentos musicales).
No era el mejor, ni el más rápido, ni siquiera funcionaba del todo bien, pero creo que le saqué todo el rendimiento que pude a sus 4 gigas de memoria, su procesador pentium y sus 128 megas de RAM. Lo construí pieza a pieza, convirtiendo un triste despojo de oficina en una herramienta útil y entrañable. Fueron dos años grandes, ferralla.

Para continuar mi via crucix tecnológico, me puse a utilizar el ordenador que mi excasero (Juan, la culpa no es mía, apenas lo toqué) dejó tras de sí como un chucho en verano. Un trebello como el mío, quizá un poco mejor. Tras menos de una semana de uso cuidadoso, más por desconfianza en la máquina que por otra cosa, anteayer lo encendí y, sin más, explotó. Como suena, explotó, con su humo y su olor a rueda quemada. La cantidad de pelusas y mierda acumulada se incendió y petó el motor de la ventilación y parte del cableado. Segunda víctima de V en menos de una semana.

Ahora soy un internauta errante, que os escribe a salto de mata entre los portátiles de mis compañeros de piso que, por cierto, me miran raro cuando les pido que me dejen conectarme. Les disculpo, yo también creo que soy gafe. Y esta noche se ha confirmado. He intentado subir un par de fotos de mi difunta ferralla y Blogger me dice que ni se me ocurra, que hay fallos en la descarga de los archivos. Se habrá corrido la voz.

La única noticia más o menos positiva es que me he hecho con un dominio .tk, www.vdevarela.tk , desde el que podéis acceder a este humilde blog. La idea, como casi siempre, me la dió el incombustible Chico Desenfocado (las anginas, ya pasarán!!) .Si os apetece tener vuestro propio dominio gratuito ya sabeis, www.dot.tk. Fácil, cómodo y para toda la familia.

Menos mal que el gafe de vuestro humilde narrador no ha llegado al correo postal. Justo las palabras que necesitaba recibir, musa, las más inesperadas, las que se cuelan como agujas entre la piel, alcanzando el rincón más oculto, donde se esconde lo más privado, la fibra más genuína y pura de mis entrañas, la tortuga dentro del caparazón. Sólo tú, nadie más conoce el camino.

Firmado: V en el exilio telemático, a una semana de los exámenes y a dos de los 23 años.

Viaxe ao pretérito imperfecto


Me había prometido no dejar pasar otro verano sin volver al Atlántico, al océano que aún encierra parte e mis mejores recuerdos de infancia y adolescencia. Reconozco que tenía miedo. Miedo de que nada fuese como lo recordaba, miedo al retorno a una familia que apenas reconozco, miedo de un lugar que rehuyo incoscientemente desde hace casi tres años. Me armé de valor (sé bien a quién agradecerselo) y decidí huir en modo suicida: llegué a Pontevedra en la madruada del sábado para regresar a lo largo del domingo, apenas 36 horas.
Me alegro de haber podido afrontar lo que más temía y, pese a no ser una estancia especialmente agradable, he podido hacer lo que deseaba. Baño gélido en Silgar, cigarros en la terraza al rumor de la marea mientras la luna juega a reflejarse en la ría, reencuentro memorable con los viejos amigos estivales, borrachera graciosa y vuelta a casa casi intacto. Casi. La indiferencia rompe todas las burbujas antibalas.

Después de un viaje de vuelta protagonizado por el fuego (recordemos, el expolio es explotación) y nueve horas de trayecto infernal, me encuentro de vuelta en Madrid, enfrentado a la realidad de los exámenes (11 en 14 días) y a la ausencia ineludible. Ya sólo puedo agarrarme a la certeza de que me he hecho más fuerte y menos dependiente de lo que un día fue el núcleo referencial. De que no estoy tan solo como pretenden hacerme sentir. De que, en cuanto pueda, es necesario que empiece a soltar lastre para poder volar por mi cuenta. De que aquello que se empeñan en llamar familia, se hace día a día con aquellos que realmente saben darte cobijo hasta que pasa la tormenta.

De vuelta a la ciudad sin estrellas, no puedo evitar añorar la cadencia de las olas sobre la arena, ese sonido que devuelve al latido que me acuna cuando me quedo dormido abrazado a tu regazo.
"Os cazáis y os imitáis unos a otros, sin tregua, desvariados, medrosos como sombras sin sepulcro, os perseguís corriendo, miserable revoltijo."

Friedrich Hölderlin
Empédocles

Mañana os cuento mi reencuentro con el Atlántico, gélido y, a ratos, acogedor. Voltei, con saudades no peito e bágoas nos ollos núos que xa non ollarán cara atrás. Camiño sen retorno con sabor a terra queimada.

Maldita ciudad sórdida

Madrid es una enfermedad que se te cuela por las venas, con cada bocanada de aire viciado, hasta ahogarte, consumiéndote hasta convertirte en otro "gato" más con mirada metálica. Puedes verlo si miras a los ojos de la gente; la podredumbre avanza imparable, corroyendo cuanto hay de humano en los habitantes de este mundo anfibio, mezcla de intemperie desolada y subsuelo postatómico. Manadas de ciegos, autómatas, carne de cañón incapaz de ver como la mierda se aferra a sus tobillos. Al final, pasaron.

Madrid es la capital de la sordidez, Gran Vía es la joya de la corona. Durante el día, aparece infestada de rubicundos sajones anodinos, en busca del próximo palo que les alivie de su peso en dinero de presidentes muertos. Inquietos turistas que corretean cual cucarachas entre el abigarrado y apocalítico laberinto de obras, bares y vendedores ambulantes. Pintoresco país, a sus ojos; última rejilla del sumidero, a los míos. Lo más miserable aguarda agazapado a que el reloj de la Puerta del Sol dé la hora de las putas de saldo, mercaderes de falsa comida, policías que mascan chicle blanco, chulos de videoclip, modernos de ropas rotas, punkis de colegio de curas y miradas escualidas con venas consumidas por el dragón amarillo. Gran Vía a las doce de la noche grita a los cuatro vientos la llegada inexorable de la decadencia.

La arteria principal de la ciudad sin estrellas baja demasiado cargada de ponzoña. A sus lados se extiende el esqueleto deforme que se esconde tras las luces metálicas de Gran Vía. Leganitos, Tudescos, Montera, Fuencarral, geografía obtusa de la miseria humana ante quien ya no sabe verla. Paisajes faltos de luz y de belleza retratados en una fotografía de Sebastiâo Salgado.

Madrid hay veces que muerde, que acalla las gargantas de cinco millones de personas cansadas de poblar este demacrado pedazo de tierra yerma. Madrid calla y revientan los tímpanos del silencio cómplice. Madrid es la capital triste de un estado que prostituye la alegría como reclamo. Gran Vía, supuesto epicentro de Babilonia, es una calle sórdida que soñó con ser la Quinta Avenida y se despertó a la izquierda de la Calle Desengaño.

Madrid enferma. Nunca conseguiré odiarla. Le debo cinco años, mucha gente, noches, humo y un zurrón lleno de recuerdos. ¿Recuerdas a los Dire Straits en la estación a cualquier parte? ¿El traqueteo del ventilador? ¿Las meriendas en Almansa? A veces, la ciudad se sacude el plomo, llueve y entiendes otra vez el brillo de esa mirada.

Viviendo en un autobús

El significado de la palabra hogar es borroso. Cuando llevas un par de días sin ducharte, dormitando horas escasas entre trayecto y trayecto, preparándote para la próxima llegada provisional, lo que consideramos nuestro lugar se difumina, se convierte en una más de esas palabras vacías que ya sólo encierran un convencionalismo. He vuelto a la carretera, ¿se nota?

Ayer acariciaba la idea de volver a mi casa, a mi cama, mi ducha, mis comodidades, mi rutina fácil. Hoy echo en falta mucho de lo que he encontrado en este enésimo éxodo. La hospitalidad, el calor de una colchoneta en la casa rectoral, el contacto directo con el vacío entre la hierba y las estrellas, el sudor compartido, la fiesta en múltiples y variadas vertientes. Todo comenzó en un pasacalles popular y, doscientos kilómetros más tarde, terminó en macroconcierto punkarra (Askuarock´05, por cortesía del siempre providencial Teo). Entre medias, lo de siempre, material idóneo para la futura nostalgia que, con la venia del respetable, prefiero reservarme.

Alguna vez lo dije, el hogar auténtico es un espacio nómada que sólo reside en dónde pueda sentirlo, con quien pueda sentirlo. Me reafirmo. La pertenencia a un lugar, la nacionalidad, no tienen nada que ver con esto. Soy mi propio hogar, aunque necesite de alguien más para sentirlo.

Nos espera la larga travesía en el desierto, separados pero nunca lejos. Sigo siendo lo que te mantiene unida al suelo, por si la gravedad fallase...
"¿El pueblo pide una verdadera justicia? Pues haremos que se conforme con una un poco menos injusta. ¿Los trabajadores gritan basta ya de explotación? Pues procuraremos que sean un poco menos explotados, pero sobre todo, que no se avergüencen de serlo... ¿Quieren que desaparezcan las clases? Pues haremos que no haya tanta diferencia, o mejor, que no se note tanto. ¿Quieren la revolución? Pues les daremos reformas, los ahogaremos en reformas... mejor aún, en promesas de reformas que jamás les daremos.
(...)
Lo importante es convencer a la gente de que todo marcha sobre ruedas... Los Estados Unidos, un país realmente evolucionado, nadan en escándalos, engordan con ellos... matan a un presidente por ser poco conservador... en el asesinato están implicados nada menos que la CIA y el FBI... matan a unos veite testigos, la opinión pública está desolada, escandalizada... se investiga, la prensa y la televisión gritan, acusan, denuncian... y el resultado directo es que resultan elegidos primero Johnson y después, nada menos que Nixon.
(...)
El escándalo es un antídoto contra el peor de los venenos, la concienciación de la gente."
Dario Fo
Muerte accidental de un anarquista

Algo está a punto de pasar

Después de muchos años considerandome un outsider, la pieza del puzzle que no encaja en ningún lado, por fin he encontrado algo de lo que formar parte sin sentirme encerrado o fuera de lugar. Toda etiqueta es una mordaza con la que no estoy dispuesto a cargar. Por eso elegí la única que me permite no ceñirme a nada. Ha nacido el Anormalismo. Yo no estaba allí, pero me lo contaron. El que quiera comprender, que escuche.
En línea con el alma mater de esta nueva corriente contracorriente, El Chico Desenfocado, el Anormalismo ha tomado forma. Y yo he tomado partido. No ha sido una decisión difícil: ¿masa domesticada o individuo divergente?
Para enterados y/o interesados, el Manifiesto del Anormalismo: http://tragicomedio.blogspot.com
Seguiremos informando, con las manos manchadas de tinta...
"Una pota en cada altar,
una hoguera en cada iglesia"

Colecciono despedidas

Instantes fugaces en los que todo lo que te rodea pierde importancia, en los que un roce, un último beso, una mirada sedienta, se convierte en el centro de la existencia de sus protagonistas. Sólo existen ellos y la conciencia mutua del tiempo que huye. El espacio común creado por un abrazo, cerrado a los demás como un rito arcano que sólo para ellos tiene sentido.
Suena a obvio, pero odio las despedidas. Y a los Beatles. Y la mostaza. Y las risas en lata. Y el maldito proverbio japonés: "el ausente se marcha cada día".
P.D.: ¿La próxima vez que llegue me estarás esperando? Merece la pena comprobarlo.

Por su seguridad, abróchense las mordazas

Hay días en los que hay que replanteárselo todo para poder seguir adelante. Para poder mirar cada mañana a los ojos de la mentira y no sentir la nausea de lo maquiavélicamente edulcorado. Hay días en los que no sabes que ocurriría si la gente fuese realmente consciente de lo que pasa, en qué pasaría si tuvieras la valentía suficiente para afrontar la verdad y dejar de eludirla como si fuese un rincón sombrío de un lugar demasiado familiar al que es demasiado tarde para intentar volver.

Se ha hecho de noche, olvidaste el camino a casa y te esfuerzas en creer que no estás perdido. Pero la mentira se desconcha en sus grietas y puedes ver que, en el fondo, prefieres no mirar a través. Escogimos la venda y la mordaza. La verdad es demasiado jodida. Y nosotros, demasiado débiles para afrontar nuestra responsabilidad callada, ocultos en el centro del rebaño, un engranaje invisible más que tensa la cuerda. Hasta que se rompa, como terminan por romperse todas las vendas y las mordazas, y no tengamos otro remedio que mirar el fruto de nuestra opera magna. Como aprendices de brujo, arquearemos las cejas segundos antes de que nos estalle en la cara. Entonces ya estaremos definitivamente ciegos y sordos y mudos. Y muertos. Será demasiado tarde, pero seguiremos con la cabeza bajo la almohada repitíendonos que todo está bien.

Somos culpables. No es que no nos lo enseñen, es que preferimos no verlo. ¿Información libre? ¿Existe una sola mente libre que pueda plantarle cara? Yo no, desde luego no sin sentir nauseas. De lo que soy. De lo que somos todos. Con los puños metidos en los oídos para que el apocalipsis no nos despierte del sueño prefabricado. La lengua, cortada a mordiscos, para que no nos delate. Las cuencas de los ojos, cegadas con cera, para que una mano no sepa a quién estrangula la otra. Somos analfabetos funcionales, para no tener que darnos cuenta de quién somos cómplices. El culmen de la civilización tiene que taparse la nariz para no oler su propia podredumbre. La generación más avanzada no soporta mirarse a los ojos. Nosotros, encaramados a los hombros de gigantes, demasiado orgullosos y cobardes como para asumir que somos incapaces de afrontar la responsabilidad de tener en la punta de la lengua la solución al problema. Pero ya apenas hay lenguas afiladas. Sólo hay muñecos de trapo. Y ciegos que no quieren ver.

Sin embargo, la historia enseña que nada es peretuo, ninguna tregua, ninguna mentira, ningún imperio. Pronto la verdad gritará tan alto que no podremos eludirla. La libertad de información no es una reclamación, es la afirmación de lo inevitable. Al igual que el agua se abre paso inexorablemente entre la piedra, la verdad se filtra al igual que la luz través de la venda. No pido la libertad de expresión, por que es en su nombre en el que se aprientan las mordazas. No pido nada, sólo afirmo que algún día ya no quedará mentira lo suficientemente grande tras la que escondernos.

Última pregunta: ¿quedará alguien como Diego de León , capaz de empeñar su último aliento en gritar "fuego" a su propio pelotón de fusilamiento? Hay mierda en vez de sangre en nuestras venas plastificadas. Y queremos creer que nos da igual.

V en el país de la zurra


Una vez más, he hecho las maletas para huir de Madrid. Empieza a ser costumbre. Sin embargo, esta vez no ha sido un viaje en busca del relax. Esta vez iba en serio. Esta vez se trataba de la Pandorga. Después de haber dado cobijo en mi madriguera a tres aragonesas (que puede parecer una chorrada, pero tiene su peligro) durante tres días, en los que conseguí compaginar la resaca letal y levantarme a trabajar a las 8, el sábado partimos hacia Ciudad Real el grupo más variopinto que jamás acudió a estas fiestas, con japonés pintoresco incluído.

Una vez allí, todo comenzó a desfasarse. Tras soltar los bártulos, vestirnos con nuestras peores galas y disfrutar de una comida casera (con pisto al vodka incluído), fuimos conducidos a la fiesta más salvaje que he contemplado jamás, la Zurra. Un parque lleno hasta los topes de peña embrutecida (local y visitante, y ahí aportamos nuestro pequeño grano de arena), dedicada en exclusiva a preparar la famosa zurra (vino blanco, azucar, limón y vermouth) que, durante toda una tarde, los mozos y las mozas de Ciudad Real se dedican a arrojarse los unos a los otros y a beber algo de la pócima, si es que sobra. Poco más se puede decir.

En un ambiente de máxima cordialidad al calor de los efluvios de la "limoná", nadie pudo evitar terminar calado hasta los huesos, pegajoso y alacatreando a vinacho. Sé de unos cuantos (sé donde vivís, colegas) que se echaron unas buenas risas volcando el contenido de un barreño sobre vuestro humilde narrador. Nunca me había enfrentado a un grupo tan grande de gente al borde del éxtasis y la experiencia ha sido irrepetible. No recuerdo haberme reído tanto. Acabamos como en las noches memorables, en la piscina y con los primeros síntomas de resaca.

Este ha sido un viaje nuevo, diferente. Quizá haya sido por la conviviencia continuada con tanta fémina junta (memorables conversaciones sobre depilación, chicas!) o por la experiencia de ver bailar a un japonés poseído por una música que tan sólo sonaba en su cabeza (we love you, Mitzoushi), sin embargo, la conclusión es clara: el año que viene quiero volver a la Pandorga. La hospitalidad de nuestros anfitriones (tres o cuatro comidas al día de lujo, cama, piscina y ropa limpia, auténtico hotel cinco estrellas), el buen rollo de estarse lanzando litros de vino indiscriminadamente y sin ningún tipo de violencia, el césped abarrotado de gente a medio camino entre la resaca y el botellón en ciernes, la sensación de cruzarte con alguien del Chami cada dos metros,... ha sido más que impactante. Han sido sólo 28 horas en Ciudad Real, pero han cundido como 3 fines de semana en Madrid.

En el zurrón me llevo bastantes cosas: el pañuelo mítico, la pulsera conmemorativa a la moda, unos vaqueros rotos, 0 euros de saldo, las miradas que derriten el hielo, un colorcillo cercano al bronce en la piel y la sensación de haber vivido el mayor acto de catarsis fiestera imaginable. También me llevo a mucha gente a la que me está gustando conocer y con la que me he sentido muy a gusto, pese a conocernos desde hace muy poco. Sólo queda decidir un punto crucial: ¿próxima parada? San Pedro Manrique, Askuarock 2005 en tierras de Teo, puede llegar a ser muy grande...
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