La profesión periodística es una amante esquiva. Pagan mal, los horarios son incompatibles con cualquier asomo de vida social y todos te tratan como a un perro tiñoso. Los directivos recortan gastos, tus jefes imponen su línea editorial, la gente se cambia de acera para evitar tu micrófono, te llaman vendido y chivato y, al final, siempre cambian a otro canal. Sólo los buitres de la prensa rosa y los tertulianos fascistoides te consideran un compañero de gremio. Y aún así, sacar información verídica y contrastada cada mañana a la calle es un lujo arriesgado que compensa cuando uno está peleando por su vocación.
No es así para todos. Hace poco, una excompañera de profesión, hoy incorporada al sector público por la vía monárquica, aseguró que no echa de menos trabajar en los medios de comunicación. Su juventud de reportera del Grupo Prisa en México y los años compartiendo telediario con el infame Alfredo Urdaci no dejaron huella. Ahora que ella ha acabado ejerciendo de futura reina y su exjefe de portavoz del Pocero, no tiene rubor en confesar que aquella pose profesional de busto parlante no era más que eso, un simple disfraz para ser conocida. Y vaya que si lo ha conseguido.
La última revelación sobre la profesión periodística nos llega de la mano del Sumo Pontífice de la Cristiandad, el exagente de las SS Benedicto XVI. Pese a que su iglesia lleva dos mil años jugando al timo de "sé bueno, dame tu dinero e irás al cielo", el papa de Roma cree que puede dar lecciones a la prensa. Acuciado por la revelación de cientos de miles de casos de pederastia a manos de sus sacerdotes, ha decidido pecar contra el octavo mandamiento para tapar el sexto y ha acusado a los medios de comunicación de mentir y sobredimensionar los casos de abusos sexuales a menores. Tanto da que las violaciones de niños afecten a casi todos los colegios religiosos de Bélgica o Irlanda, la culpa es de esos gacetilleros que agitan a las multitudes y que pueden acabar por cerrarles el negocio. Tanto da, todo quedará impune, como pasa siempre con los clérigos. Eso sí, su superioridad moral vive horas bajas, con uno de sus ministros protestantes llamando al odio religioso y miles de personas contestándole al otro lado del mundo. Ya han muerto 15 civiles en Cachemira por el affaire del Corán y pronto serán más. ¿Recuerdan el siglo XV? ¿La Inquisición, las quemas de brujas, los pogroms y la expulsión de judíos y moriscos? El siglo XXI ya ha visto morir más gente, por los mismos estúpidos motivos. Algo se pudre en Roma, y sale de las entrañas de la mismísima Curia.
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