El futuro de Grecia


El 8 de diciembre de 1974, los griegos votaron en referéndum que el país se convirtiese en una república. Desde entonces, no se ha vivido en Grecia una elección más crucial. Sin embargo el próximo 17 de junio, apenas tres meses después de los anteriores comicios, los griegos volverán a las urnas para decidir algo mucho más importante que un primer ministro o una mayoría parlamentaria. La UE, con la canciller Angela Merkel a la cabeza, ha apostado por convertir estos comicios en un referéndum sobre la permanencia del estado heleno en el seno comunitario. Los ciudadanos, por si no quedó claro en las pasadas elecciones de hace sólo 12 días, deberán elegir entre los dos partidos antaño mayoritarios, es decir, los que apoyan el rescate y los recortes que conlleva, y el resto de fuerzas que rechazan más sacrificios en aras de los mercados. 

En principio, resulta complicado pensar que Grecia saldrá de la moneda única por las implicaciones negativas que traería a otros miembros de la eurozona y al propio país, aunque en los últimos días las amenazas comunitarias de expulsión parecen tomar cuerpo. Pese a que la mayoría de las encuestas vuelven a dar ganador a un partido que apoya el rescate, los conservadores de Nueva Democracia, su ventaja sobre Syriza, la Coalición de Izquierda Radical, es suficientemente exigua como para que los líderes europeos y los economistas continúen presionando al socio griego con una nueva bajada a los infiernos.


Las opciones que se le presentan al elector heleno son escasas, aunque muy variadas. Los más votados en los pasados comicios, los conservadores, arrastran la carga de ser el partido que falseó las cuentas públicas durante el gobierno de Kostas Karamanlis, entre 2004 y 2009. Sin embargo, bajo la dirección de Antonis Samaras han conseguido quitarse parte de ese lastre, que comparten con su socio proeuropeo, el Pasok, que contribuyó a la crisis tapando el fraude contable del anterior gobierno, un trabajo conjunto de maquillaje de deuda al que contribuyeron decisivamente Goldman Sachs y Lehman Brothers. Desde el estallido de la crisis griega, en diciembre de 2009, conservadores y socialistas han sufrido baches y desencuentros, pero jamás han renegado de las "bondades" de acatar la doctrina de austeridad impuesta por la troika. De hecho, gran parte del varapalo electoral que sufrieron los socialistas se debe a la gestión de la crisis por parte de Yorgos Papandreu, tercero de una estirpe política, pero mucho menos acertado que sus ancestros a la hora de gestionar el país en tiempos difíciles. 

Al otro lado del ring, están la variopinta amalgama de partidos opuestos a asumir los recortes que solicita Bruselas a cambio de los dos rescates a la economía helena. El más representativo de este bloque es Syriza, que se aupó sorprendentemente a la segunda plaza en las pasadas elecciones, sometiendo al Pasok al bochorno histórico de caerse del podio del bipartidismo. Los atractivos de este partido, que hasta hace poco era el tercero del ala izquierda del parlamento por detrás de socialistas y comunistas, residen en gran parte en su joven lider, Alexis Tsipras, de sólo 37 años. Este político de verbo ágil ha sabido recoger a los votantes socialistas desencantados sin dejar de aumentar su base propia de votantes. Según sus propias palabras, "la crisis ha hecho el trabajo, nosotros sólo presentamos propuestas en las que siempre hemos creído, aunque es ahora cuando la gente empieza a darse cuenta de hasta que punto teníamos razón".


Si hacemos caso a algunas encuestas, Syriza tiene posibilidades de convertirse en la fuerza más votada el próximo 17 de junio, con la ventaja de que el sistema electoral heleno otorga 50 escaños extra al partido ganador para facilitar la formación de gobiernos estables. Sin embargo, su victoria en las urnas no presentaría un escenario sencillo, ya que el resto de fuerzas antirrescate no son precisamente homogéneas. De hecho, la cuarta fuerza nacional son los llamados Griegos Independientes, un grupo conservador escindido de Nueva Democracia en 2010 debido a su rechazo al plan de austeridad de la troika. Otro partido con el que Tsipras no podrán contar son los comunistas de Aleka Papariga que, pese a compartir gran parte del programa, fueron los primeros en anunciar que no pactarían un gobierno con Syriza tras las elecciones del pasado 12 de febrero. Por último, el partido neonazi Amanecer Dorado ha conseguido entrar en el parlamento y el 17 de junio podría reafirmarse en sus escaños. Aprovechando el malestar social producido por el empobrecimiento extremo del país, los cabezas rapadas capitaneados por el vocinglero Nikolaos Michaoliakos pretenden superar su cota del 7% de votos apelando a electorados más tradicionales. No lo tienen fácil, ya que los partidos a la derecha de Nueva Democracia, como LAOS o la Alianza Democrática de Dora Bakoyannis, han regresado al redil conservador.

Desde fuera, las declaraciones de algunos políticos hacen más sencilla la campaña electoral de los antirrescate. El pasado fin de semana, la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, se permitió comparar la situación de los niños griegos con la de los de Níger, al tiempo que acusaba a los contribuyentes del país de evadir masivamente el fisco y provocar la crisis económica. Días atrás, la canciller Merkel exigió que el pueblo griego pagase por los errores de sus gobernantes. Estas salidas de tono no hacen más que agravar la situación social de un país que ha visto como su paro pasaba del 9 al 22% en 3 años, que verá caer su PIB este año un 7%, el quinto consecutivo a la baja, y en que el ciudadano se ha emprobrecido un 20% de media desde el inicio de la crisis. Cada semana nos llegan noticias de que otro parado, otro jubilado sin recursos, otro griego sin futuro se lanza al vacío por pura desesperación. Aunque eso, como cabía esperar, no moverá jamás a los mercados.

 
¿Y qué sucedería si la UE expulsase a Grecia de la moneda común? Las hipótesis más alarmistas prevén cupones de racionamiento, fronteras clausuradas y tropas en las calles para frenar el caos. Es posible que al nuevo gobierno de Atenas no le diese tiempo ni a imprimir una nueva moneda propia antes de verse fuera del euro. Además, en cuanto ese nuevo dracma estuviese en circulación, es lógico pensar que se depreciaría rápidamente, lo que, a medio plazo, podría hacer más competitiva a la economía griega. A corto plazo, Grecia vería un rápido empobrecimiento, marcado por la inflación, las dificultades para importar petróleo y artículos de primera necesidad y la incapacidad del Estado para pagar a sus trabajadores. Además, el gobierno tendría que cerrar sus fronteras para evitar que los griegos huyan con sus euros a bancos extranjeros. Escenas, todas ellas, del futuro más pesimista posible. Otros, sin embargo, miran hacia Islandia, que en 2008 evitó el caos solicitando a Rusia un préstamo financiero masivo. Hoy, parece difícil augurar qué será de Grecia tras el 17 de junio, aunque, por una vez, serán las urnas las que escriban el futuro de un país cansado ya de ser el conejillo de indias de economistas, banqueros y especuladores.
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