El delito de pedir cuentas al rey

José Antonio Barroso, alcalde de la localidad gaditana de Puerto Real, ha declarado esta mañana ante la justicia. ¿Su delito? Dudar de la honradez de Juan Carlos, ciudadano primero de las Españas, y de su padre, o, dicho en terminología legal, injuriar a la Corona. El pasado 14 de abril, 77 años después de que su abuelo tuviese que exiliarse del país por aclamación popular, Barroso acusó a Juan Carlos Borbón de amasar de manera ilícita la cuarta fortuna de España, recalcó el oscuro papel de su padre durante el golpe militar faccioso y la posguerra y criticó el hecho de que el monarca sea una figura blindada en nuestro ordenamiento jurídico, un sujeto por encima de la ley que no sólo no puede ser imputado por los delitos que cometa, sino que, como demuestra el propio encausamiento del alcalde, tampoco puede ser criticado ni su honradez puede ser puesta en duda. O lo que es lo mismo, el ciudadano Juan Carlos puede hacer lo que quiera y la ley nos obliga a ser cómplices mudos. Hoy, a las puertas de la Audiencia Nacional, el edil se ha reafirmado en sus opiniones: "el rey es de naturaleza corrupta".
Vayamos por partes. ¿Por qué se encarga de un delito totalmente superfluo como éste la Audiencia Nacional? Esta instancia nació con el objetivo de combatir crímenes demasiado importantes para los tribunales ordinarios, como el terrorismo, el narcotráfico o el crimen organizado. Pero no sólo a esos delitos. Haciendo honor a su herencia, ya que la Audiencia es heredera directa de los tribunales de orden público de la dictadura, este organismo público también se encarga de velar por los artículos 490 y 491 del Código Penal, que defienden a la Corona de cualquier crítica con penas de cuatro a veinticuatro meses de cárcel. En los calabozos de la Audiencia Nacional, cualquier republicano faltón vale lo mismo que un mafioso ruso, un camello de la costa o un mercenario etarra.


Otra pregunta. ¿Quién es el juez encargado del caso? Fernando Grande-Marlaska, el mismo que condenó a los diarios Gara y Deia por hacerse eco de las cacerías de osos amañadas con vodka a las que Vladimir Putin invitaba al funcionario Juan Carlos. No queda ahí. Después de que el juez Del Olmo secuestrase la revista El Jueves por burlarse del heredero y su mujer, Marlaska fue el que cerró el caso multando a Guillermo Torres, dibujante, y Manel Fontdevila, guionista de la viñeta.
Ante esta violación jurídica expresa de la libertad de expresión, ¿quién se queja? La prensa, bien domesticada, sabe que le espera la misma suerte si no sigue el juego al Jefe de Estado. Los juristas tampoco se meten, ni los políticos del bipartidismo. Las críticas a esta censura autoimpuesta vienen del exterior, de organizaciones como Amnistía Internacional o Reporteros Sin Frontera, grupos transnacionales muy respetados a las que sólo se escucha en España cuando no critican la tortura en dependencias policiales o se quejan de las extrañas reglas de juego de la monarquía constitucional. Por que si las quejas vienen del propio país, la justicia actúa.
Por último, repasemos las biografías de los protagonistas del caso. Empecemos por los demandantes. Don Juan de Borbón, padre del actual monarca, tercer hijo de Alfonso XIII y heredero suyo, fue un personaje sombrío. Nunca llegó a reinar, unos dicen que por su propia incapacidad, otros que por circunstancias históricas. Tras alcanzar el título de heredero al trono pasando por encima de sus hermanos mayores de forma poco elegante, huyó con el resto de su familia a París después de que el país les diese la patada, donde se dejó querer por cada conspiración antidemocrática que se le presentó. Fracasó repetidamente en su intento de unirse al bando sublevado, que le despreció, primero como líder y después como soldado raso. Exiliado en el Portugal fascista de Salazar, convenientemente cerca del casino de Estoril, se limitó a vivir a costa de sus escasos partidarios hasta que su propio hijo, siguiendo la tradición familiar, pasó por encima suyo para hacerse con el trono en plena dictadura. Y aquí empieza la historia de Juan Carlos, por que no sería elegante comenzar en el oscuro incidente de la muerte "accidental" de su hermano mayor, Alfonso. El hecho de que el propio Juan hiciese jurar a su hijo su inocencia y las suspicacias de su tío Jaime hablan por sí solos.


Juan Carlos, nacido en el exilio italiano, fue el elegido por Franco para continuar su obra. Por algo será. Muchos hablan de su papel en la implantación de la democracia, algo clasificable tanto de oportunismo político como de instinto de supervivencia -en el trono-. Los historiadores glosan su tarea firme en el fallido golpe del 23 de Febrero de 1981, donde queda tanto por aclarar de sus contactos con los implicados. Los medios alaban su campechanía y su buen hacer, quizás por que no investigan sus deudas con la monarquía saudí, su implicación en el caso KIO y diversas corruptelas menores. ¿Para que investigar, si Juan Carlos tiene plena inmunidad ante la justicia? ¿Para terminar declarando ante Grande-Marlaska?
Hablemos ahora del imputado. José Antonio Barroso Toledo nació en Puerto Real y ha sido siete veces elegido alcalde de la localidad, tres de ellas con mayoría absoluta y sólo ha afrontado una legislatura en la oposición, cuando todos los partidos -popular, socialista, verdes y andalucistas- se unieron para derrotarle. Y volvió a ser elegido, hasta tres veces después de perder. Trabajador de los astilleros y militante comunista desde la juventud, Barroso destacó en la lucha social por los derechos de los trabajadores del sector naval en los ochenta y noventa. El resto es ya conocido, su discurso sobre el monarca y su encausamiento. Esta mañana, ante los juzgados, se presentó escoltado por unas decenas de compañeros y con una de las biografías no autorizadas de Juan Carlos, Juan Carlos I, el último Borbón de Amadeo Martínez, con el que intentará argumentar sus críticas a Juan Carlos basándose en la veracidad de los hechos imputados. Por que en la ley está escrita la llamada exceptio veritatis: no existe injuria si el acusado prueba que los delitos que imputa son ciertos. Pero, por razones que escapan a la Constitución o el Ordenamiento Jurídico, ningún juez aceptaría eso contra Juan Carlos, para no tener que investigar los lugares oscuros que oculta nuestra normalidad democrática.
Una última pregunta. Qui prodest? ¿A quién beneficia esto? Todo lo anterior es mi opinión, esto último lo dejaré a su imaginación, señor juez.

"Es probable que Dios no exista

Ahora, deja de preocuparte y disfruta tu vida".

Este eslogan viaja en los autobuses de Londres, ¿se lo imagina en las calles su ciudad? La joven guionista Ariane Sherine, a través de la iniciativa Atheist Bus, lo ha conseguido. Escritores e intelectuales como Richard Dawkins o Kaya Burguess han secundado la iniciativa, que cuenta como indicativo la cifra de más de ocho mil seguidores en su perfil de Facebook. Y eso que en el Reino Unido, la propia reina Isabel II es la cabeza del culto anglicano y defensora de su fe. En España, nadie creería posible que alguno de estos anuncios se colase en nuestras vallas publicitarias, sobre todo tras la absurda polémica por el cartel de la película "Diario de una ninfómana" y menos sabiendo que la Corona anda con el gatillo fácil a la hora de querellarse por injurias contra los incautos. De todos, nominalmente Iglesia y Estado son organismos diferentes, pese a los funerales de estado, las capillas ardientes, las homilías castrenses, las concesiones en educación y las subvenciones a la Iglesia, impropias de un país occidental. Podría ser peor. En Estados Unidos, como en Irán, puedes acabar en la cárcel por defender la Teoría de la Evolución de las Especies. Aquí, los hay que niegan el Holocausto, el franquismo o incluso el calentamiento global. Es por eso que, ante la propaganda de la mentira, esté justificado devolver un poco de proselitismo. Para que por una vez se escuche la duda razonable. Llámenme hereje, pero pudiera ser que, en un futuro lejano, los nazarenos de las procesiones dejen hueco en la calzada a los autobuses. Háganle caso y sean felices.

Cuentas pendientes

Cuanto más insisten en negarlo, más evidente resulta que España tiene todavía cuentas pendientes en su pasado. En un pasado no tan lejano como pretenden hacernos creer. Del 18 de julio de 1936 al 20 de noviembre de 1976, este país vivió una dictadura indigna que no se arredró a la hora de mancharse las manos de sangre. Campos de concentración, torturas, represión, ajusticiamientos sin rastro de justicia durante 40 años, cuatro décadas en las que los vencedores de la guerra pudieron despacharse a gusto para resacirse de los llamados "desmanes de la República" que ellos mismos provocaron con su alzamiento. Tiempo suficiente para desenterrar a sus muertos y poner en orden sus cuentas pendientes, encarcelando, vetando y haciendo desaparecer cualquier vestigio de los vencidos.
El bando vencedor dispuso de tiempo suficiente para ajustar sobradamente sus cuentas pendientes. Los vencidos, en cambio, vieron como la llegada de la democracia volvió a dejarles sin voz, forzándoles a olvidar para poder seguir adelante. Pero la Historia nos demuestra que el tiempo no cierra heridas ni resuelve las disputas. Los represaliados siguen en sus tumbas y los golpistas dando nombre a las calles y las estatuas. Nosotros, hijos y nietos de unos y otros, aún no hemos aprendido a vivir juntos, por que quizás los vencedores de la guerra y también de la transición creyeron que serían capaces de hacernos olvidar tanto horror.

En Iberoamérica, muchos se sorprenden del extraño poder del punto y final que se impuso tras la dictadura. Pese a seguir comandados por el sucesor del dictador a título de rey. Pese a mantener su bandera, su policía secreta y sus mandos militares. Nada de reparación, nada de desfascistización de la administración y la sociedad. Un apretón de manos y pelillos a la mar. Y todo sigue igual bajo esta capa artificial de normalidad que ofrece la democracia. Los herederos de la vieja dictadura, fastidiados cuando se les importuna con sus ancestros ideológicos, escurren el bulto con la cantinela de no reabrir viejas heridas.
Pues bien, con el desentierro de los republicanos exterminados en masa y la polémica entre el juez Garzón y el fiscal Zaragoza por el auto sobre la dictadura, la cuestión vuelve a estar encima de la mesa. Esperanza Aguirre, siempre descarada y pizpireta, se excusó aludiendo a la matanza de Paracuellos, que tampoco ha sido juzgada. O eso cree ella, por que, en las fosas comunes que rodean el Valle de los Caídos y en todas las demás repartidas por toda la geografía española, hay muchos republicanos condenados a muerte por ese caso. Más de 50.000 víctimas en posguerra, con y sin juez de por medio. Pese a todo, el fiscal de la Audiencia Nacional, Javier Zaragoza, ha tildado de inquisición el proceso y en las filas populares se habla de revanchismo.
Visión egoista la suya, que niega a media España el derecho a recibir justicia por un Golpe de Estado y cuarenta años de fascismo culpable de la mayoría de los crímenes conocidos. Crímenes que hoy muchos dejarían impunes, o por que no se consideran responsables o por que volverían a hacerlo. Por eso, ahora es más necesario que nunca recuperar la memoria y zanjar ese pedazo miserable de nuestra historia. Y, sólo entonces, podrán curar las heridas y las cuentas se darán al fin por resueltas.

Morte por esquecemento


Non hai peor pobreza ca daquel que se atopa illado. Privado dun camiño algunha parte, afunde nunha espiral de lenta decadencia. A aldea, en África ou se cadra en Galiza, respira unha brétema irrespirable. Os recursos esmorecen ata esgotar e hai que poñer máis esforzo para acadar menos. A actividade, calquera actividade ou producción, mingua ata quedaren colapsada. Non hai mercado, non hai cartos. A comunidade, fechada en si mesma, vai vendo como o seu mundo diminúe e torna cada vez máis baleiro. Non hai proxectos que debuxen un futuro. A vida esvaece.
Sen nada apenas para si, pouco hai que lle ofrece-lo mundo exterior e, como non hai azos para ningunha caste de millora, ninguén, nin os de dentro nin os de fóra, toma a molestia de facer vieiros. Sen estradas, nin recursos, quen vai querer saber nada do que alí acontece? Condeados a dezmarse ata a desaparición, os seus habitantes, que abondo teñen con sobrevivir, son condeados tamén o esquecemento. O mundo é entón un lugar cativo, un casiña sen auga nin fiestras, á que só lean carreiros de terra e nas que non se pode facer máis que saír e sentar na rúa a agardar que algo grave suceda.
Onde estaban Kigali, Mogadiscio, Darfur ou Biafra antes de que nos cegase o cheiro dos seus mortos? No norleste de África, algunhas tribos nómadas esvaécense no deserto á procura de auga. En todo o continente, teñen lugar tódolos días violacións, saqueos, asasinatos, contaxio, mortes por inanición, corrupción e máis escravitude sen que ninguén o saiba. Porque se cadra non o queremos saber.
Non hai camiños que leven ós campos de refuxiados, nin petroleo ou diamantes perto deles, xa que senón coido que xa terían “refuxiado” ós seus habitantes ben lonxe. Xa que logo, non hai corresponsais extranxeiros, non digamos meios locais ceibes, porque ninguén se molestou en falar de democrácia. Ó non haberes información, o silencio barre os máis febles das páxinas da Historia, privandoos, amáis de sustento, recursos, territorio, comunicación, liberdades e demáis luxos occidentais, da súa própia existencia.
Son ninguén porque ningúen en ningures se molestou en saber deles. Por iso, aínda que a nós nos semelle pura cobiza, algúns rachan de xeito furtivo o seu guión endémico, procurando unha codia de pan duro no Norte. Deste xeito, na fuxida sen senso cara ó fachendoso Occidente, os esquecidos trazan na incertidume unha rota improvisada no meio do deserto ou rubido nunha balsa desafiando o mar. Esta odisea de fame e silencio, nembargantes, supón un desprazamento mais caseque nunca supón un troco real. Migrados futirvamente, no Norte concédeselles un nome: ilegais. E, baixo ese nome, coñecerán a outra faciana do illamento, aquela que supón vivir rodeados pola opulencia, mais sen poder sequera fartarse das suas migallas.
Alí, confundidos entre a pobreza autóctona, ficarán nunha casiña sen auga nin fiestras, á que só lean carreiros de terra e nas que non se pode facer máis que saír e sentar na rúa a agardar que algo grave suceda. Porque só ollamos cara eles cando o sangue salpica perto abondo para non poder afasta-la mirada, fuxindo dese xeito de ve-las cousas tan do Norte, que nos nega todo aquelo do que non aturamos ser cómplices, todo aquelo que é tan pobre que por forza, só pode estar sentado, sen comida, educación ou traballo, agardando que algo grave suceda.

Cavando trinchera en la cola del paro

Me arden las pestañas, me duele la espalda, mi autoestima y mis ahorros penden de un hilo. Lo habéis adivinado, estoy buscando trabajo. El Servicio Madrileño de Empleo; la inútil bolsa de empleo de mi antigua facultad; la Asociación de Periodistas de Madrid; el tedioso rellenar de casillas de Infojobs, Trabajar.com, Laboris y demás réplicas; el vértigo esclavista de las ETTs; los servicios de recursos humanos de los grandes grupos de comunicación y el ya clásico buzoneo de mails cargados de esperanzados currículums que casi siempre llegan a nada. Esa es mi ocupación actual, la de ponerle precio de saldo a mi cabeza licenciada y posgraduada.

Mientras los directivos de comunicación descubren por enésima vez la pólvora ofreciendo pienso mediático a través de sus radios, periódicos y televisores, miles y miles de esforzados currantes de la comunicación -tan esforzados y jodidos como cualquier otro licenciado de hoy en día- hacen malabares para sobrevivir en la fina línea que separa el subempleo del desempleo. Llegados al mundo laboral en tiempos de crisis y sinvergonzonería patronal. Obligados a pagar con nuestros impuestos la estúpida derrota de su economía salvaje con nuestro sudor, que sólo sirve para premiar la especulación. Ellos ya se encargarán después de blanquear sus sonrientes beneficios en algún triste banco inviolable de Suiza. Su crisis es suya, producto de su temeraria falta de escrúpulos. Nunca antes habían sido tan visibles sus colmillos, la inseguridad de sus beneficios ha destapado su verdadero rostro. Y puede que ya nadie vuelva a confiar en ellos.

¿Recuerdan el corralito argentino de principios de este siglo? Ayer Zapatero parecía un Menem cualquiera, garantizando los fondos de los bancos con sonrisa acartonada y sudores fríos. Si mañana retirasemos nuestro dinero de sus bancos, no tendrían más remedio que sacar los tanques a la calle. Cuando todo se vaya a la mierda, ¿qué policía, qué ejército podrá contener la indignación de los que sostenemos ese castillo de naipes llamado economía?

Pero eso es otra historia. Mañana tocará levantarse a revisar el mail por si algún medio se ha dignado a contestarme. Y para seguir buscando un clavo ardiendo, un mirlo blanco con el que escapar volando de la precariedad y el triste aburrimiento del parado. Y si no, tocará seguir el imperativo genético galaico, hacer el hatillo y emigrar en busca de algo mejor. Cualquier cosa antes que rendirse o pasar por el aro. Si nos cierran la puerta en las narices, habrá que abrirla a patadas.
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