Estranha forma de vida


Me pilláis de paso, entre andenes y puertas de embarque. Ayer, en Lisboa, hubo reencuentro con escenarios históricos y se forjaron nuevos recuerdos, hechos para perdurar y reforzarse. Secundado por mi cómplice favorita, los largos, los becos y los tranvías fueron aliados de una huida dibujada en vinho verde y arena de playa. Portugal acudió esta vez al rescate, al contrario de como graznan los mercados. Sólo así pudieron dilatarse esas setenta y ocho horas para dar cabida a las conversaciones, los descubrimientos y las miles de imágenes que atesora la retina de la Nikon. Tengo que agradecer un paréntesis necesario que nos mantuvo al margen de las cobardes puñaladas fascistas del norte y de la constante letanía de malas y peores noticias. Habrá que recordarle una vez más a la ultraderecha quién perdió la II Guerra Mundial. Más allá del mundo real, mi portugués terminó de oxidarse y hubo que aguzar el ingenio para dejarse llevar, atravesando a duras penas las puertas del comboio. Todo concluyó al final del rail del 28, encaramados a la vieja colina, observando las luces de la ciudad sumergirse en el Tejo y jugando a tener varios siglos a la espalda. Volveremos cuando florezcan los claveles y, mientras tanto, rehago por tercera vez la maleta para volver a hundir los pies en el Atlántico. Julio está cumpliendo sus promesas y ahora seré yo el que haga honor a las mías en agosto. Hasta entonces, echadme un poco de menos.

Un ejemplo de mal periodismo


Corren malos tiempos para la prensa sensacionalista, pero no se apuren que pasarán pronto. El descubrimiento de la enorme red de escuchas ilegales del grupo amarillista News Corporation en Reino Unido, que alcanza a la casa real, Downing Street o incluso a los familiares de soldados muertos en Afganistán e Iraq, ha significado el cierre de uno de los más longevos panfletos sensacionalistas, News of the World. Este diario ha cerrado sus puertas tras varias décadas enseñándonos la peor cara del periodismo, un estilo auspiciado por su gran jefe, el magnate ultraderechista Rupert Murdoch. La difamación, el rumor y la casquería fueron convertidos en la materia prima con la que se fabricó un imperio mediático. Ahora que se ha descubierto que sus directivos cometieron todo tipo de excesos e ilegalidades, Murdoch ha intentado poner fin a la polémica cerrando el diario para frenar la hemorragia de lectores escandalizados y de dinero, unos 7.000 millones de dólares en pérdidas en la bolsa de Londres, a día de hoy.

Hay quien defiende que este tipo de prensa existe porque la gente la lee. Porque la gente, que es mayoritariamente boba, necesita su dosis de carnaza y marujeo. Entre ellos, Rebekah Brooks, mano derecha de Murdoch en Reino Unido y brazo ejecutor del estilo moral y profesionalmente reprochable del grupo. Esta pelirroja de Cheshire representa casi todo lo que funciona mal en la profesión periodística. Llegó a News Corp recién terminada la carrera y se propuso prosperar en el grupo costase lo que costase. A los 31 años se convirtió en la editora más joven de un diario británico, en News of the World, y, según sus excompañeros, este meteórico ascenso se debió a tres males fundamentales de la profesión: la falta de escrúpulos a la hora de pisar cabezas en su ambicioso camino hacia arriba, el servilismo total hacia la junta directiva del grupo y la carencia absoluta de ética profesional. Durante su mandato, exigió a sus redactores que siguieran su mismo código de conducta, forzando exclusivas, calumniando y practicando la extorsión y el soborno con tal de obtener una primicia. Se dice que la propia Rebekah llegó a disfrazarse de limpiadora para poder colarse a hurtadillas en un medio rival y robar una exclusiva. Ahora, el anciano Murdoch ha puesto en sus expertas manos la salvación del resto de activos de la compañía, como el tabloide The Sun o el canal Skynews. Si consigue frenar el escándalo con algún contrataque escandaloso, puede que el gobierno británico termine por permitir la compra de la plataforma de pago BSkyB, que serviría para salvar los muebles e incluso ampliar el negocio. Algunos esperamos que esta operación no llegue a prosperar, por el bien de la profesión y por la necesidad de unos medios de comunicación que sirvan para crear una opinión pública realmente informada. Otros, como el empleado más célebre de Murdoch, nuestro añorado Aznar, piden respeto para la libertad de seguir vendiendo basura como si fuese noticia.

El pelotazo inmobiliario de la iglesia


Casi dos siglos después, la iglesia católica ha decidido tomarse una provechosa venganza de las desamortizaciones de Mendizábal y Madoz. Hoy desayunamos con la noticia de El Pais en la que se anuncia que el clero ha aprovechado un recoveco legal para inscribir a su nombre miles de templos, terrenos, viviendas e incluso instalaciones polideportivas. Un incalculable patrimonio histórico, cultural y social, pero también económico, ha pasado a manos eclesíasticas durante los últimos años con las maneras silenciosas y opacas de una trama corrupta o un fondo de inversión. De este modo, la iglesia está acaparando terrenos e inmuebles y vendiendo imágenes de incalculable valor. ¿Cuáles son sus motivos? Hay quien pensaría que tras este empeño rentabilizador existe un afán altruista acorde con su doctrina social, aunque la triste verdad es que sólo buscan vender, alquilar o especular para llevarse más dinero a la sacristía. Hay ya más de mil casos en Navarra y otros tantos en lugares tan diversos como Galicia, Andalucía o Extremadura. En algunas ocasiones, el expolio roza el ridículo. En un pueblo de Ourense, el párroco ha decidido cerrar una pista deportiva ante la negativa del centenar de vecinos a pagarle un alquiler desorbitado. Y, mientras tanto, el Estado Español sigue pagando religiosamente cada año más de 6.000 millones de euros al clero para que continúe ese vergonzoso expolio y para que impartan su doctrina parda a una concurrencia cada vez más diezmada.


Precisamente en estos días se acaba de conocer el robo del Códice Calixtino que la iglesia se encargaba de custodiar. Esa obra de arte, patrimonio cultural de Galicia y de toda Europa, ya no es nuestra porque sus cuidadores fueron negligentes, inconscientemente o no. Visto el afán capitalista de los prelados, habrá quien llegue a pensar que ha sido el propio clero el que ha sustraído ese documento histórico para lucrarse en el mercado negro. Sólo tres personas tenían llave para acceder al incunable, y esos tres sospechosos son, como cabía esperar, ancianos curas. Las declaraciones del títere español al frente de la Xunta no han hecho más que confirmar semejantes sospechas. Sea cierto o no, no dejo de preguntarme para qué quieren ahora tanto dinero. ¿Habrá disminuido la contribución de sus fieles al cepillo? ¿Será nostalgia del diezmo? Puede que la curia se haya dado cuenta al fin de que su negocio inmaterial no es muy distinto del de los especuladores que arruinan nuestras economías sin mancharse las manos. Privatizar terrenos comunales y templos que se suponen abiertos a todos es sólo una más de sus muchas contradicciones, la de una iglesia fundada por y para los pobres que cada día se parece más a una secta dedicada al lavado de cerebros y de carteras. Repasando la historia, deberían ser más cautos. La última vez que decidieron involucrarse en política y finanzas, ardieron iglesias y conventos. Ahora que ellos son sus únicos dueños, corren más riesgo de caerse a pedazos. Por el desuso, claro.


Arqueólogos, saqueadores y majarajás

En India, un grupo de investigadores y de bomberos encontraron el sábado pasado un tesoro escondido en las bóvedas subterráneas del templo hindú de Sree Padmanabhaswamy, cercano a la ciudad malabar de Kerala. Estatuas de oro macizo, toneladas de joyas suntuosas y cientos de piedras preciosas ocupan una cueva oculta en el panteón de los antiguos majarajás de la región. Se trata de uno de los mayores tesoros hayados por el hombre, algo más apropiado para una novela de Verne que en la cruda realidad india. Las autoridades del Estado de Kerala, feudo tradicional de la izquierda laica hasta las elecciones de mayo, han desplegado a la policía y a varias unidades del ejército para evitar el saqueo de esta reciente riqueza, valorada por la agencia Reuters en cerca de 12.000 millones de euros. Detectores de metales, cámaras y patrullas armadas con largas porras protegen ahora el santuario, que ha guardado durante cinco siglos su secreto.


El problema fundamental de encontrar un tesoro, según el gobierno local, no reside en su búsqueda, sino más bien en el segundo después del hallazgo. El estado federal indio es dueño de la mayor parte de los templos del país, en parte para preservar el patrimonio milenario pero también para sacar más rendimiento del turismo. Sin embargo, este templo en concreto alberga la cripta de los reyes de Travancore, uno de tantos estados títeres en los que los británicos delegaban el gobierno de su vasto imperio. Por ello, los dueños del templo son los descendientes del último majarajá, que todavía ostentan su título en el seno de la democracia más poblada del mundo. Nueva Delhi ya ha puesto a trabajar a los jueces del Supremo para mantener el tesoro, mientras en Kerala algunas voces ya hablan de emplearlo para mejorar la vida de sus habitantes. Según las agencias, una masa enfurecida atacó la casa de un activista que propuso que se emplease para financiar mejoras sociales, sanitarias y culturales en la región. Nadie sabe si actuaron movidos por sectarismo religioso o por la ambición del heredero del rey cipayo, Uthradom Thirunal, gobernante sin poder de facto de una monarquía largo tiempo abolida.


India es lugar de contrastes. Uno de los países más ricos del mundo en población y recursos que se muere constantemente de hambre. Una de las democracias más estables de la región, pese a los tres mártires de la familia Gandhi. Uno de los países más poblados y sociológicamente más diversos, pero acostumbrado a los conflictos religiosos y étnicos. Un centro crucial para la investigación científica, aunque en él pervivan atávicos sistemas de casta. Puede suceder de todo con ese tesoro, aunque lo más improbable es que termine convertido en carreteras, hospitales o escuelas. Hay quien ha propuesto cobrarse los desequilibrios financieros de países menos pintorescos, como Grecia o Italia, expoliando su riqueza artística o natural. Dinero llama a dinero y, tras él, vienen un montón de bastardos.
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