Mordaza Monárquica

Una vez más la forzada convivencia entre Monarquía y Democracia que se da en nuestro estado ha vuelto a mostrar sus contradicciones. Una simple portada con un chiste subido de tono ha bastado para que los oscuros mecanismos de la judicatura -sí, esa puta llamada justicia que, como las drogas, sólo se administra a quien pueda pagarla- se pongan en marcha y ordenen una medida totalmente anómala en un sistema basado en la soberanía popular y el respeto a los derechos individuales. Nada más y nada menos que se ordenó el secuestro de la publicación, con el bochornoso espectáculo de policías desvalijando kioskos antes de que el panfleto sedicioso se distribuya entre el populacho. Casi tan anacrónico como la misma monarquía.

El culpable de todo este esperpento fascistoide, el juez Juan Del Olmo, es un reconocido amante de la libertad de expresión, como ya demostró en el Caso Egunkaria, un diario cerrado arbitrariamente por una presunta colaboración con ETA que nunca ha llegado a demostrarse porque nunca se ha celebrado ningún juicio. ¿Para qué? ¿No eran todos los imputados unos asquerosos separatistas? ¿No se había desafiado desde ese mismo diario a jueces, políticos y majestades varias? ¿Por qué prengunta usted tanto? ¿No será usted también un amigo de los etarras?

El delito, injurias al sucesor de la Corona y menoscabo del prestigio de ésta, está castigado con una multa de hasta 24 meses. En sentido parecido se pronuncia el Código Penal cuando las injurias en cuestión son dirigidas a cualquier miembro de la caduca y denigrante institución que nos rige, en el sentido estricto de la palabra. Desde la Transición, medios, políticos y demás basura se han dedicado a vocear por callejones y esquinas la importancia de la figura del Rey como unificador de voluntades y garante de libertades, pese a su aparente falta de poderes prácticos de gobierno. Toda esa imagen ideal del monarca bueno que no se mete en nuestros asuntos mientras le sigamos pagando los vicios a él y a toda su familia -el yerno quedao por las drogas, las hijas dedicadas a procrear como conejas, la nuera moderna y fashion a la que vimos las bragas una memorable tarde de mayo- se desmorona implacablemente cada vez que alguno de sus lacayos con toga decide que se ha menoscabado su derecho constitucional a ser superior al resto de sus súbditos.

Para que a la chusma no se nos olvide quien manda, los poderes del Estado se reparten el trabajo. La prensa glosa la figura regia con un boato y un fervor hagiográfico que no se veía en este país desde la dictadura, los políticos desvían la atención del expolio de los bienes del estado que supone la asignación anual de la Corona en los Presupuestos Generales del Estado y la Justicia vela porque a ninguno se le ocurra nombrar al Monarca en vano. Y al que se desvíe, se le aplica la censura -si el imputado es vasco, la variante local, llamada Ley Antiterrorista. Sí, señores míos, EN ESPAÑA HAY CENSURA. Hay censura cuando se habla de la República como forma alternativa de Gobierno, cuando se recuerda el Derecho de Autodeterminación de los Pueblos como uno de los derechos humanos, cuando se desvela que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado practican de manera sistemática la tortura -las cintas de la Comisaría Central de Barcelona son elocuentes-, hay censura cuando se comete el error de pensar que España es una democracia en la que se puede ironizar o cuestionar la figura del Jefe de Estado, de dónde viene, quién le hizo la entrevista de trabajo, por qué se le cae la baba o cuánto cobra.



En un país como éste, que se despierta cada mañana con la llamada a la Segunda Cruzada desde la cadena obispal, en el que el mismo Losantos se mofa de la figura real, la justicia ha decidido fijar sus dardos ciegos en los críticos de siempre. Ese es quizás su problema, que a nuestra Administración Jurídica le sobran tics nostálgicos, convirtiendo, como antaño, la información crítica en delito. La farsa democrática que nos desgobierna se ha venido abajo una vez más. Ha bastado un dibujo que muestra a Felipe dándole a la Leti por Detroit -doggystyle, que dirían los expertos- para que, de facto, un juez de dudosa moralidad derogue la libertad de expresión en beneficio de el mancillado honor del Ciudadano Segundo del Reino y su consorte, la Reina de la TV, antigua secuaz en la desinformación del recordado Urdaci, que ahora se pudre en una vil cadena local imitando a Tom Jones. Si el tiempo pone a la gente en su sitio, puede que haya llegado el tiempo de desempolvar las guillotinas o los billetes sólo de ida al exilio.

Para terminar, nada más que adherirme a las palabras del senador Anasagasti, pensadas por muchos, censuradas y criticadas en cualquier medio mayoritario. Pero no se preocupen, súbditos del Reino de España, sigan leyendo el Hola. Mientras, seguirán multando y amenazando a quienes dicen lo que piensan, aunque al final, su censura no es más que un parche temporal que no podrá detener el curso de la historia. Brindemos por los reyes bobalicones sin sentido del humor, por el animus iocandi y por un nuevo Mateo Morral. La próxima vez mejorará la puntería.

Dia da Patria Galega


25 de xullo, unha vez máis a nazón irredenta érguese para festexar a súa existencia. Saen as rúas e as prazas os mozos e os vellos, xentiña toda xunguida por un sentimento común expresado nunhas mesmas verbas de son doce e desvalar morriñento. Hoxe é o día da pedra e da choiva, da leira verde e do mar bravío. Hoxe é o día en que, tras seiscentos anos de negación da nosa existencia, saíremos as rúas a berrar ben forte que seguimos eiquí, subsistindo na nosa teima de ser nós. Cada 25 de xullo, de Verín a Ortegal, de Fisterra ós Ancares, un só berro se oe nas nosas gorxas. Despois de tódalas patadas que nos deparou a historia, da fame, a migrazón, a denigrazón da lingua e do seu povo, nós seguimos eiquí! Feliz Día da Patria Galega dende o exilio, nenos!


Para rematar, un intre de Memoria Hístorica Galega, a épica narracíon da TVE-G do traslado dos restos mortais de Afonso Daniel Castelao o camposanto de Bonaval en Compostela no ano 1984:



Compás de espera

A media hora de salir del curro e iniciar el ansiado fin de semana. A una semana de las vacaciones, con muchos proyectos para esos 20 días pero pocos planes concretos. Todo está por hacer, pero hace tanto calor... que a cualquiera se le quitan las ganas. Otro verano más encerrado en Madrid, tantos que ya he perdido la cuenta y, sin embargo, sé que me faltaría algo sin participar de este paisaje desolado de gran ciudad semivacía con turistas de fondo.

Pocos permanecen ante la amenaza de las temperaturas saharianas y el asfalto a medio hervir. Algunos tenemos la suerte de poder recogernos en nuestro grupo de incondicionales, encaramados a lo alto de una azotea para cazar un poco de esa brisa nocturna que ejerce de salvavidas. A veces, incluso nos podemos permitir el lujo de hacer una pausa entre el bochorno y escaparnos a ese pequeño cesped-oasis que se esconde al fondo de la piscina del viejo hogar Chaminade.


Un lugar sobre la hierba donde posar la toalla y desmoronarse encima mientras el sol desdibuja el moreno de oficinista y van sucediéndose los reencuentros con la vieja guardia colegial. Si cierras los ojos, puede que hasta escuches una voz dulce narrando fragmentos de Alicia en País de las Maravillas, sea junto a la piscina, sea en cualquier banco del Jardín Botánico o en ese rincón dónde se escriben las historias que quiero que me leas. Quedan veinte minutos para salir del curro, siete días para ser libre, pero ya hay una parte de mí que lleva una temporada de vacaciones, lejos, muy lejos, de mi cotidiano País de los Placeres Amargos.

Promesas cumplidas

Hay conversaciones que se demoran y se posponen hasta terminar languideciendo antes de ser iniciadas. Algunas llegan a convertirse en un par de tardes-noches memorables, de esas de sentarte y hablar durante horas al cobijo de unas cervezas en aquel bar y volver a casa libre de temas de conversación pendientes, a veces incluso tambaleándote y canturreando al calor de la cebada y la malta. Por los tejados y las tascas de Argumosa en compañía de Gato Negro.

Un saludo y que tengas un buen verano, hay una buena lista de proyectos para después. Buen verano a todos los demás, esteis donde esteis, aunque sea en Rarotonga o en el mismísimo L.A. Cuidado con atascos, calores, medusas, chanclas, ventiladores y demás incidencias estivales. Id por la sombra, no sea que os calienten la cabeza.

La quema del Reichstag

La mentira política no es un arma novedosa ni moderna. Sin embargo, en estos tiempos parlamentarios de soberanía y derechos humanos, la falsedad y la búsqueda de crispación nos acercan a los peores momentos de la democracia parlamentaria. Tanto en 1933 como hoy, la mentira como arma política es una bomba que puede hacer saltar todo lo que se ha conseguido en este país desde 1975.


La mañana del 27 de febrero de 1933, en torno a las nueve y cuarto de la mañana, el teléfono de la estación central de bomberos de Berlín comienza a sonar. Al otro lado de la línea, una voz sin identificar avisa a los servicios de emergencia de que el edificio del Reichstag, sede del Parlamento Alemán, está ardiendo. Cuando la policía y los bomberos se personaron en el incendio, el fuego se reaviva en la Cámara de Diputados y reduce a cenizas el último símbolo de la democracia en la Alemania prehitleriana.

Pronto, las maquinarias propagandísticas del Estado y los diversos partidos del gobierno -los conservadores del presidente Hindemburg y el emergente Partido Nacional Socialista del nuevo canciller, Adolf Hitler- deciden aprovechar el fenómeno para su propio beneficio. La detención del mendigo Marinus Van der Lubbe, un enfermo mental, a la postre antiguo miembro del partido comunista neerlandés, fue orquestada e instrumentalizada por la incipiente propaganda nazi como una conspiración de la Internacional Comunista para hundir el ya de por sí mancillado orgullo alemán de entreguerras.

Con la excusa de combatir el marxismo –versión desactualizada de nuestra posmoderna “guerra contra el terrorismo”-, el Partido Nazi, que pese a contar con un apoyo minoritario en las urnas ostentaba la cancillería y varios ministerios, aprovechó la situación para declarar el estado de emergencia y presionar al anciano presidente para derogar las garantías constitucionales sobre derechos humanos recogidas en la constitución de 1919 de la República de Weimar y, de paso, forzar un adelanto de las elecciones en un momento favorable.

Los nazis, tal y como demostró en el juicio uno de los incriminados por el incendio, el búlgaro Georgi Dimitrov, no sólo instrumentalizaron el atentado para ganar poder, arrinconar a la oposición y desvirtuar la democracia, sino que también fueron responsables del atentado mismo. Pese a la evidencia de la mentira, Hitler ganó las elecciones anticipadas, las libertades fundamentales fueron derogadas y el Tercer Reich puso en marcha su ponzoñosa maquinaria genocida. Dimitrov, declarado inocente, tuvo que huir de Alemania perseguido por escuadras de las S.A., proclamando al mundo el inminente peligro del nazismo rampante. Nadie le escuchó.

Casi setenta y cinco años más tarde, la misma estrategia sigue dando buenos resultados. La difusión constante y programada de mentiras dirigidas a conseguir determinada cota de poder o minar la credibilidad del rival está a la orden del día. En nuestra actualidad política, todos los días arde un nuevo Reichstag. Un determinado grupo político de la oposición –me niego a manchar estas páginas dando nombres evidentes- se ha dedicado desde hace tres años a una campaña suicida por recuperar el poder. En el camino, perdida la noción de la realidad y cualquier vestigio de decencia, no se han detenido ante nada ni ante nadie. Tras el atentado en los trenes el 11-M, el partido del gobierno de entonces se dedicó a tergiversar los informes policiales para evitar que la autoría islámista de los atentados pudiera arrojar sobre ellos las culpas de la masacre. A pocas horas de las elecciones, el entonces Ministro de Interior subió a la palestra para mentir a sus ciudadanos con conocimiento de que la autoría no era ni podía ser de ninguna manera de ETA.

Perdidas las elecciones y arrojados del poder, el nuevo partido de oposición ha endurecido las tintas y no ha hecho prisioneros en su campaña para empozoñar la vida política del estado. Primero, desvirtuaron el proceso de las urnas, negándose a reconocer su derrota y afirmando sin ninguna vergüenza que las elecciones no eran válidas. Después, ayudados por toda clase de mercenarios de la información y extremistas de cualquier ralea, se han dedicado a sembrar la duda sobre la acción de la policía, la imparcialidad de los jueces y la honradez de los servicios secretos. Embarcados en su cruzada a favor de la mentira, han llegado al extremo de acusar al actual partido del gobierno, al gobierno de Marruecos y a las fuerzas de seguridad del Estado de conspirar con el terrorismo etarra para cometer el atentado. El número montado día tras día por los abogados de cierta asociación de víctimas y por el señor Díaz de Mera en el juicio del 11-M supera todo lo imaginado en cuanto a desvergüenza y falta de respeto por la democracia y por las víctimas, las auténticas víctimas.

Sus medios vocean la mentira, mientras sus palmeros, asquerosos patriotas de tytadine, corean a pie de calle y algunos empiezan a hablar de adelanto electoral y, los más avezados, de la necesidad de un giro de timón al estilo 23-F. El partido de oposición, abrazado a la oscura ultraderecha de asociaciones como los Peones Negros o Manos Limpias, se ha negado a reconocer la verdad incluso cuando esta ha sido afirmada y probada por la justicia, persistiendo en su teoría conspirativa que sólo sirve para socavar los cimientos de esta frágil democracia que, una vez más, la derecha se está encargando de romper. Sienta otro precedente peligroso en el historial de un partido que nunca ha condenado el régimen anterior y que, hoy más que nunca, parece más nostálgico y arrinconado que nunca, empeñado en empujar al abismo nuestra democracia en su particular descenso a los infiernos. En su suicidio político, no permitamos que se lleven nuestra democracia por delante. No otra vez por la fuerza de la mentira.

Publicado en Carne Cruda, de Magazine Siglo XXI, edición de Julio

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