Eterno holocausto

En só catro días, Israel e o seu moderno exército asasinaron casi catrocientas persoas e feriron a outras dous mil en Gaza. Mañá serán máis e ninguén moverá un dedo para evitalo. Nin en Tel Aviv, nin en Washington, nin en Xenebra, nin na miña rúa. Será porque a ONU é mentira e nós uns hipócritas. Os holocaustos son para os covardes e o noxento asedio que sufríu o territorio palestino nos derradeiros meses é a millor proba. Illados, sen luz, auga nin menciñas, os civís víronse privados de calquera posibilidade de resistencia ou supervivencia. Fecharon ou bombardearon os seus centros de traballo e non lles deixan sequera cruzar ó país ocupante para buscar sustento. Mesmo os barcos cargados de axuda humanitaria foron atacados pola ultramoderna armada hebrea ante o pasmo mundial. Máis ninguén fará nada.


Ós israelís non lles gustan tampouco as testemuñas e por iso os xornalistas tamén son obxectivo das súas bombas teledirixidas, o mesmo que as mulleres e os nenos da Franxa. Para os covardes, ninguén é inocente, todos merecen morrer. E aínda defenden que a súa guerra é xusta, aínda que saiban de certo que non é máis que un absurdo calco da que a Alemaña nazi lles fixo non fai tanto. Mesmo dan ganas de pagarlles coa mesma moeda, mais entón seriamos tamen man de obra do eterno holocausto. Saben o peor? Hai quen di que só é unha manobra política do partido moderado Kadima -moderado porque non esixe o exterminio palestino coma outros- para achegarse ó eleitorado ultradereitista nos próximos comicios. Pode haber algo máis parvo que ser xudeu e fascista? Pregúntenllo a Benxamín Netanyahu. Por paradoxos coma ise quedei sen razóns para crer que Israel debe existir.


Pedras contra tanques, como no guetto de Varsovia, como no cerco de Srebrenica, como en Acteal ou no deserto de Darfur. Aínda non aprenderon a escribir á historia con outra cousa que con sangue. Por iso, a rabia que agora acende a artillería hebrea prenderá a mecha dun novo holocausto. Por que sabemos que, do mesmo xeito que a carraxe non deterá os seus mísiles, o sangue xamáis se limpará con máis sangue.

Hubo una vez en que fui profesor...


Terminó el II Taller de Radio de Onda Mayor como también se agota el año. Atrás quedan catorce sesiones intensivas de micro y nervios con nuestros dieciocho "alumnos" de excepción. Junto a mi habitual compañero de fatigas , el maestro Evangelio, hemos desgranado los principios fundamentales del medio, con la esperanza puesta en reactivar ese vehículo de los sueños que es Onda Mayor. No hubiese sido posible sin nuestros sufridos -y, por que no decirlo, talentosos- chavales, sin la asistencia técnica de Santi, Mateo y Fernando y sin la ayuda inestimable de Óscar Torres, David Figueira, Miguel Proudhom, David Sierra y, como no, Pepe Domingo Castaño. Todos vosotros, que disfrutais como yo de ese oscuro vicio de las ondas hertzianas, que habéis compartido clases, prácticas y cañas hasta la madrugada, que habéis trabajado tan duro en Taxi para Nueve y en El Locotorio. Sin vosotros no hubiese sucedido. Pero dejémonos ya de nostalgias, nos volveremos a ver, estoy seguro, navegando en el éter sonoro. ¡Larga vida a Onda Mayor!

Crudo invierno


En lo alto de mi balcón anidan los vientos y la escarcha. En el interior, me refugio tras las cortinas al calor de las velas, rodeado de columnas de humo que se lleva la corriente. Agazapado en mi rincón, busco dentro el calor que me falta, con la oreja pegada al suelo para escuchar el rastro de tus pasos junto a mi puerta. Pero sólo escucho el frío trepar por las escaleras y a la helada cayendo sobre mi portal. Huyo hacia adentro, aferrándome a un recuerdo ausente que ahora parece remoto. Afuera, en mi balcón, arrullan las palomas mientras en el interior el invierno ocupa el otro lado del colchón.

La prensa devuelve los golpes

Después de siete años de patadas a la libertad de prensa y cinco de ocupación militar de Irak, a George Bush han estado a punto de pasarle factura. Por suerte para él, el periodista iraquí Muntazer al-Zaidi no iba armado más que con sus zapatos y su indignación. Zaidi trabaja para el canal local Al-Baghdadiya, que emite por satélite desde El Cairo, y ha sufrido la invasión en sus carnes. En noviembre de 2007, tuvo que ser rescatado por el ejército del Mahdi, liderado por el clérigo Muqtada al-Sadr, tras ser secuestrado por incontrolados y abandonado a su suerte por el gobierno financiado por la Administración Bush. Algunos colegas de la prensa dócil han corrido a socorrer al emperador saliente, presentando apuradas disculpas. Puede que olviden que durante el mandato del cuadragésimo tercer presidente de Estados Unidos han muerto periodistas a manos de sus tropas invasoras, han sido encarcelados sin juicio compañeros de profesión en ese paraíso de las libertades que es Guantánamo y se ha contratado a otros para esconder y justificar sus crímenes en la guerra contra el terrorismo que nunca acaba.

Es lógico que intente acallar voces como la de Seymour Hersh, reportero del New Yorker, que se jugó literalmente la vida denunciando las masacres estadounidenses en My Lay, Vietnam, y en la prisión de Abu Ghraib. Sin ellos no sabríamos la verdad y quién sabe si entonces el emperador estaría hoy en Bagdad despidiéndose del mando de sus tropas. Pero los tiempos son distintos, la guerra civil en Irak se recrudece, los talibanes contratacan en las afueras de Kabul y se acumulan los ataúdes cubiertos de banderas de estrellas y barras. Cinco años después de cantar victoria en un portaaviones, ahí tiene su beso de despedida. Una pena que su cara de acojone le estropee la foto de su retirada.

Esta noche arderá Madrid


Lo saben hasta las piedras... ¿Mi pronóstico? Vigilen al prodigioso número diez. En BorderSticks, gran tarde de derby y después pinchada T&T en el Groovie Bar. Esta noche se llama Lionel y se apellida Rojas. Avisados estáis.

Rabia, barricadas y casquillos de bala

"C’est l’histoire d’un homme qui tombe d’un immeuble de cinquante étages. Le mec, au fur et à mesure de sa chute se répète sans cesse pour se rassurer : jusqu’ici tout va bien, jusqu’ici tout va bien, jusqu’ici tout va bien. Mais l’important c’est pas la chute, c’est l’atterrissage."

Hace días que no paso por aquí, sin tiempo material para explicaros por qué me parece justo quemar comisarías para que los policías se lo piensen dos veces antes de disparar a quinceañeros desarmados. Qué le voy a hacer, soy de la vieja escuela y creo en aquel viejo lema que anima a colgar al último banquero con las tripas del último cura. Y no pido que estéis de acuerdo.



Tenía dibujada mentalmente una columna especial, la número 200 después de más de tres años, cargando las tintas para poner en tela de juicio el derecho de la policía a llevar armas y usarlas, derecho otorgado muy a la ligera por todos nosotros. Su triste arrogancia de chulo de discoteca a sueldo de la ley. Su violencia profesional. Los oscuros intereses de aquellos que los usan como perros de presa. Contra nosotros. Todos sabemos lo que pasó, lo que está pasando, y no vamos a hacer nada al respecto, por no variar. Como dice la cita, "hasta aquí, todo va bien". Tenía hasta un título más o menos ingenioso sobre el estallido de la anarquía en la cuna de la democracia. Muchas líneas caústicas acerca de la falta de vergüenza de los muñidores de pruebas falsas, esos que siempre salen en traje y corbata a proclamar sin inmutarse que "el triste fallecimiento fue producto de una bala que rebotó". Sí, salió derechita del arma reglamentaria a pegar botes del cerebelo a la materia gris de Alexandros Grigoropoulos. Como hace tiempo, cuando otro policía, este italiano, disparó a Carlo Giuliani "accidentalmente" en la cara y, acto seguido, su furgón atropelló "desafortunadamente" su cuerpo agonizante. Como cada vez que alguien muere en una comisaría. Parece que no se han dado cuenta que sabemos que aplican la ley de fugas, y ya ni hablemos de la tortura. Como sucedía en el pasado y sigue sucediendo, aunque hagamos como si no lo viésemos. Quizás sea porque su democracia policial subsiste gracias a que todos mantenemos las formas aunque sepamos que casi todo es mentira, como en un desangelado carnaval en el que todos sabemos que hay detrás de cada máscara.


El caso es que no estoy aquí para eso. Aunque sean ya siete los días que resisten la dignidad y la rabia en las calles de Atenas. Aunque ayer la comisaría de la calle Montera amaneciese destrozada, con sonoras A de anarquía pintadas en su fachada. La verdad es que comencé este hilo para renovar el viejo dicho, colgando al último estupa con las tripas fascistas de Fraga.

Memoria histórica reciente

La pasada semana, el partido fascista Democracia Nacional denunció al diario Odiel Información, de Huelva, por calificarles de "nazis". Y el juez lo admitió a trámite. Vergüenza para un estado como éste, en el que llamar mierda a la mierda puede llevarte a la cárcel y en el que se pueden ilegalizar ideologías, siempre y cuando no sean las de los vencedores. Se denuncia el acoso de ETA a los políticos, periodistas y cualquier otro discrepante, pero todos callan cuando es la odiosa ultraderecha la que asoma los dientes. Y no les importa que su programa incluya la deportación infame de los inmigrantes, la desigualdad de la mujer, la indignidad "ante dios" del homosexual y el libertario, incluso la negación del holocausto acompañada de invitaciones a comenzar uno nuevo. El mes pasado, el mismísimo líder del Ku Klux Klan, David Duke, vino a Valencia a felicitarles personalmente y ningún agente de la ley impidió su conferencia plagada de ignorancia y bravatas. Estaban muy ocupados protegiéndo a los fascistas de los miles de valencianos que acudieron a manifestarse en contra. Es el mundo al revés y una vez más, nosotros los perjudicados.

Aunque sea notoria la relación entre los partidos fascistas legales y los matones descerebrados a pie de calle, nadie toma en serio la Ley de Partidos cuando se invoca ante las amenazas de los sicarios nazis. Cuando la Falange avisa a Garzón de que sus fusiles aún están calientes. Cuando un militar afiliado a Democracia Nacional apuñala en el corazón a un menor antifascista. Cuando militantes de España 2000 apalean inmigrantes o prenden fuego a mendigos. No están acostumbrados a que se les juzgue ni se les persiga, porque las leyes políticas no se escriben nunca en su contra. Aunque esté en juego la libertad de expresión, los derechos fundamentales e incluso la vida de forasteros, gays o simples ciudadanos que no comulguen con su estúpido catecismo de odio. Por esta razón, tendremos que seguir encontrándonoslos en las calles. Por eso, no podemos olvidar quienes son y tenemos que seguir señalándolos con el dedo. Porque a merda, cando é moita, cheira. Como sus sesos rapados sobre la acera o sus muertos pudriéndose en el Valle de los Caídos.


Principio del eterno retorno

"If I leave here tomorrow
Would you still remember me?
(...)
'cause I'm as free as a bird now,
And this bird you'll never change.
Oh Lord, I can't change,
Lord knows, I can't change."


Siempre me ha gustado vagabundear. Y salir de apuros con algo más que acrobacias. Me escondo tras la lente y apunto ocurrencias en billetes de autobús. Nunca llevo reloj. Desprecio las palabras prefabricadas y mi voz sale de las entrañas cuando me buscan la otra mejilla. No siempre resulto una buena compañía. A veces, aúlla la alimaña que necesita huír de la jaula y perderse en el trasiego de las avenidas. Protegido por murallas de música estridente, en mi mente callan los reproches. Me gustan las horas intempestivas y seguir soñando en mi idioma. Si me pasan la mano por el lomo, ronroneo. Y frunzo el ceño al sonreír. Soy recalcitrante, lo sé, nunca supe reconstruirme usando otro modelo que el de mis errores. Por eso, sigo bailando bajo la luna para traer la lluvia y nunca aprendí a tomar el camino fácil.

Invisible


Hoxe erguínme cedo, fallando o meu costume de habitar horas intempestivas. Saín á rúa a percorrer a mañanciña, a observar con ollos de turista a xente atarefada que vai e ven dalgunha parte. As veces desfruto deste pracer amargo, o de perderme no rebumbio, como se puidera esvaercerme ante os ollos dos demais. Será o pequeno vicio de ver a vida dende fóra, encadrándoa no meu obxectivo pero sen formar parte do retrato. Camuflado nesta apariencia invisible, síntome ceibe, capaz de afrontar todo aquilo que levo tempo esquivando. Deixándome levar, fun quen de darlle un repaso xeral ós meus crevacabezas habituais. Sen meias tintas, sen amortecer os golpes. Será que desfruto da miña invisibilidade ou que me subíu á cabeza a madruga, pero creo ter atopado un camiño de fuxida deste novembro gris de tódolos anos. Mentres tanto, tede coidado non vaiamos tropezar na rúa.

Unspected Standards

Una mañana cualquiera, en una larga alameda de aquel parque, descubrió a John Coltrane en un viejo saxofonista húngaro. Fue un miércoles sin mayor historia, buscando algún rumbo en el inhóspito noviembre, cuando le sorprendió la sutil melodía de Don´t take your love from me entre el bullicio de turistas, policías y paseantes. El músico se dejó retratar por aquel hombre de semblante serio que le dió unas monedas, le sacó un par de fotos y se alejó sonriente, silbando un viejo blues.

Unha rúa para don Luís

Na miña casa, Luís Gallego non era calquer outro doutor. Don Luís, como lle chamaron sempre meus pais e meus avós, era un bo amigo. Todos nós, mozos e vellos, pasamos pola súa consulta, no Xardín ou rúa do doutor Marañón, perto das Burgas, e aínda algunha vez que se pasou pola nosa casa a consultar algunha das nosas doenzas. Nunca quería cobrar. Lembralo supón lembrar o meu avó, a admiración que el coma tantos outros ourensáns tiñan por aquel home alto e simpático que nunca quería cobrar a ninguén e sempre tiña remedio que ofrecer. Lembro escoitalo falar no seu galego sinxelo que calquera podía comprender, dun xeito no que nunca escoitei falar a ningún outro doutor. Por que, dende sempre, don Luís tiña gañado o aprecio e respeito dos seus veciños e de calquera que o fose buscar o bar Rojo se non cadraba que estivese na consulta.


A súa é unha lembranza dun Ourense que xa case non existe, unha cidade pequena e esquecida de autobuses vermellos e mercedes de emigrante, de vellos paseantes con cachaba e cigarro apagado nos beizos, de leiteiras afoutas que levaban o seu xénero sobre a cabeza cara a praza de abastos e dos músicos vagabundos da praza do Ferro. Unha cidade que tivo no doutor Gallego un exemplo senlleiro de home bo que fixo todo o que estivo nas súas mans por axudar os demáis.
Por iso é capaz, aínda despois de morto, de que nos poñamos por unha vez dacordo. Por que todos tivemos infancia e pasamos algunha tarde coa nai pola súa consulta. Por que todos lembramos ser cativos, poñernos enfermos e comezar a sentirnos mellor nas súas máns. Pode ser que só por iso mereza unha homenaxe do seu povo, de todos aqueles que lle debemos algunha que outra consulta. Ou por que costa encontrar outro ourensán que ocupe con máis merecemento o nome dunha rúa ou dun hospital. E aínda lle quedaremos debendo moito.

V de vigilia


Son las seis de la mañana y no hay sueño que pueda tumbarme. Las ojeras cavan su propio surco mientras la mente juega a visitar mis tormentos privados. Desde las esquinas oscuras del cuarto, mis demonios vienen a repartirse los despojos. Y no puedo o no quiero apartar la vista. La lengua sabe a plomo y la mano se crispa garabateando el papel. Se cuelan por la ventana las primeras luces del día y la noche se da ya por perdida. Nadie a estas horas puede esperar demasiado si sigue despierto y solo. No en este preciso momento. Todavía no hay luz en las casas ni nadie en la calle. Un silencio inusual desdibuja la ciudad, mientras todos duermen y yo miro desde la ventana. Supongo que así es como debe ser, los insomnes vigilan cada amanecer que el sol siga saliendo para que los demás puedan dormir tranquilos. Alguien tiene que hacerlo. Hay murmullos de desaprobación en el cabecero de mi cama, que alimentan mi vigilia con historias sin final feliz. Y reclaman mi atención una vez más, como si cada noche no fuese suficiente. Pero ya no quiero seguir escuchando una y otra vez la vieja canción. Me bajo a la calle a pasear en silencio mientras todavía dure. De vez en cuando, uno tiene que huir de sí mismo para no acabar detestándose.

Érase unha vez, en novembro...


... unha figura solitaria camiña pola beirarúa. Aínda non se decatou, mais non vai a ningures.
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