Zoso

Lembro as longas tardes de choiva. Semella que pasara un século dende aquela. No vello fogar, no val da chispa, as miñas urxencias loitaban contra os seus tedios. Dous discos, dous en concreto entre outros, soando ó lonxe, enchendo baleiros ata entón descoñecidos, pequenos rabuñazos que dende entón non deixan de aparecer de cando en cando. Fechado no meu cuarto, sentado na repisa da fiestra, cos ollos imaxinando o treito de estrada que se perdía maís aló do meu barrio. Na paisaxe, viñas, a caseta do meu can, carreiros, carballos, casas pequenas de dous andares, a igrexa de ladrillo a medio rematar e as sempiternas vías do tren que me arrularon dende neno. Aquel son tan propio como o asubío dun afiador. Lembro o marmurio cercano do Talgo a Madrid ou do Estrela Galicia nocturno a Barcelona. Podía escoitalo dende que cruzaba o Miño, máis aló de Tarascón. Unha parte de min viaxaba nese tren das historias de maquinistas e mozos de agullas do meu avó. A outra ficaba sentada na fiestra, ollando o tren atravesar o túnel cara Ourense mentres o ceo seguía desdebuxando o seu gris habitual nunha choiva infinda. De fondo, unha morea de papeis mal escritos, un balón firmado polo glorioso Dépor da 93/94, un flexo, un radiocasete, Robert Plant, Jimmy Page, John Paul Jones e John Bonham.

Led Zeppelin - The Rain Song


 

Palabras sucias y caras bonitas

A veces, tengo días malos y este os ha tocado pagarlo vosotros. Así que levantad los puños o bajad rápido de la lona. Dejadme que me explique. He conocido tiempos mejores y peores y peleo cada día por el puesto que me corresponde en el mundo. He esquivado alguna bala últimamente y, visto desde cerca, no tiene tanto encanto. Y no lo digo por alimentar mitos de vacía pose suicida, sino más por romper la otra gran mentira del malditismo de moda, es decir, el culto a la autodestrucción barata que te venden los aprendices de canalla con vocación de mercachifle. Muchachillos y muchachillas lánguidas que soñáis precipicios y grandes finales dramáticos, no me vendáis vuestra mierda. Mírales, se llaman punkis porque se escupen entre ellos. Es fácil decirse maldito teniendo la cama hecha y la mesa puesta en la casita de mamá. Es un juego hacerse sangre si es sólo para llamar la atención. Pero, en el fondo, os faltan huevos. Os creéis Iggy Pop sólo porque os ponéis hasta el culo. Pensáis que ser interesante es repetir la consigna manida de no future. Valéis lo mismo que os ha costado el esfuerzo de no pensar más allá de las frases de vuestras camisetas. Me cago en vuestro rollo triste modernillo emocore. Me explico.


Viniendo para casa, me tropecé con un caos de ambulancias a dos calles del portal. Haciendo honor al instinto gacetillero y caso omiso al cordón policial, busqué en el bolsillo el carnet de la asociación de la prensa y me acerqué a husmear. Una joven, de entre 15 y 20 años, morena, tatuada, gótica y lánguida, yacía desvanecida sobre una camilla con los pulsos cortados. Trabé conversación con unos cuantos curiosos y el conductor de la ambulancia, que confirmaron la primera impresión. Intento de suicidio sin motivo aparente. Y, según una vecina sesentona que no dejaba de compadecerse de la madre de la criatura, no era la primera vez. Como luego me confirmó un camillero, se la encontraron en la bañera sus padres antes de irse a trabajar. Quisiera o no morir, que forma más sórdida de reclamar la atención de quien te vio nacer. Que manera tan cobarde de evitar madurar, de escabullirse de aprender el valor de cada gota de sudor que te acerca a tus sueños. Es más fácil dejarse llevar hacia la espiral descendente para luego poder presumir de cicatrices. Si te las haces tú sólo, no son heridas de guerra. Son la marca de nacimiento de un cobarde. No hay nada mejor en la vida que aguantar el tipo contra todo y contra todos hasta conseguir lo que te propones. Entonces, todo se justifica y puedes notar como pelea sin descanso cada fibra de tu cuerpo. Y en el límite de la extenuación, poder levantar los brazos y gritar con el último aliento: ¡Hijos de puta, no podéis conmigo! Pues eso, aplicaos el cuento. Tengo la boca más sucia que nadie pero sé cuál es mi sitio.
Por cierto, según los reglamentos de la Comunidad de Madrid y las leyes no escritas de la profesión periodística, no se puede informar de los suicidios, consumados o en grado de tentativa. Parece ser que la idiotez es contagiosa. Así que, ya sabéis, yo no os he dicho nada. A cambio, un pequeño regalito.
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