Revelaciones de aeropuerto

Fue hace un par de años, o puede que menos. Estaba en la sala de espera de un aeropuerto extranjero, intentado descifrar sin demasiado éxito un periódico francés para matar lo antes posible la espera entre vuelo y vuelo. A mi alrededor, una muchedumbre silenciosa de ordenados europeos se movían de un lado a otro arrastrando pulcras maletas. Nadie llamaba la atención, al menos no la mía. Puede incluso que fuese yo el que daba la nota, con barbas de varias semanas, los pantalones rotos en lugares impúdicos y una vieja mochila abombada por la ropa sucia. Pero nadie me lo hizo notar.
De hecho, aquella mañana tenía la desagradable sensación de ser invisible. No es que buscase ser el centro de atención, simplemente que en aquel momento y en aquel lugar, justo en el epílogo de un viaje cargado de demasiadas promesas, mi cara era la del tipo que acaba de descubrir que no hay que creer en nada, para que nada te estalle en el hocico. Para completar la escena, aquella mañana de principios de junio el aeropuerto estaba copado por familias al inicio de sus vacaciones y parejas más o menos estables en busca de la gran escapada a la alcoba de un hotel. Ante mis ojos, la estabilidad y la felicidad bailaban descaradamente haciéndome burla. Me parecía tan evidente estar fuera de lugar que hasta dolía levantar la vista del suelo. La fiesta había terminado, mi cita me había dado plantón y el camino de vuelta a la confortable autocompasión de mi madriguera se estaba demorando demasiado. Y en mis auriculares, como en los mejores malos momentos, no dejaban de sonar los Black Crowes.
Debió de ser entonces cuando la vi. Justo cuando sonaban los primeros acordes de Descending. En realidad, llevaba un rato delante de mí sin que los nubarrones de mi propia tormenta me dejasen verla. En la ventana, entre la fila de asientos y las pistas de aterrizaje, un ave extraña y enorme me observaba detenidamente. Encaramada a una grúa, me acompañaba una especie de gaviota oscura y desproporcionada, totalmente inmóvil. No sé, puede que fuese una golondrina, nunca me aprendí del todo los nombres de los pájaros. Pero lo que sí recuerdo es que aquel bicho no perdía detalle. Recuerdo haberme movido de sitio y quedarme frío al ver sus ojillos avizores siguiéndome atentamente. No entendía cómo podía haber atraído su atención. En medio de aquel barullo de azafatas, luces de colores, pasaportes y aviones de casi mil toneladas yendo y viniendo, ¿qué quería ese animal de mí?
Estaba tan absorto manteniéndole la mirada al pájaro, que tardé en darme cuenta. Sonó una voz en megafonía que me distrajo. Aquella sala de espera ya no era el mismo sitio, es decir, sí era el mismo aeropuerto, pero había cambiado totalmente el paisaje. A mi alrededor, un torbellino de monjas buscaba su puerta de embarque. Me refiero a que sólo podía ver una marea blanquinegra de abuelillas que cuchicheaban entre ellas, hipnotizadas ante las pantallas de próximos embarques. Una de ellas llevaba un sombrero mexicano en una mano. Un autentico sombrero charro de ala ancha.
Mis manos buscaron la cámara en mi mochila al mismo tiempo que se me escapaba de medio lado una sonrisa boba. Como no encontraron nada, se me heló el gesto en la cara al darme cuenta de que la mochila no estaba en su lugar. Escapando de la mirada inquisitiva de un pajarraco, había abandonado mi escaso equipaje en mitad de ninguna parte. Sobra decir hasta que punto me sentí idiota. Mientras me quedaba estupefacto de mi propia torpeza, notaba como me iba volviendo translúcido, vacío, únicamente dueño de la certeza de que la tierra me estaba tragando. Antes de que pudiese reaccionar para levantarme y buscar mis cosas, una mano me tocó en el hombro. Era la monja, con el sombrero charro en una mano y mi mugriento zurrón en la otra. El pájaro y las monjas se largaron antes de que pudiese sacar la cámara. Y, desde entonces, cada vez que vuelvo a un aeropuerto, dejo de sentirme invisible.
No es gran cosa, pero es una historia verídica. Pueden preguntar en Beauvais.

The Black Crowes - descending


 

Zurück nach Hause

Vuelvo de soslayo, coincidiendo una vez más con las nevadas intempestivas. Demasiadas horas encaramado a las ondas, echando más y más carbón a la máquina para seguir luchando contra casi todos. Demasiadas excusas como para dejarme caer por mi país de placeres amargos, conformándome con garabatear mis impaciencias en billetes de autobús mientras se escapan las horas. Y yo las veo huir con esta cara de tonto. Pesan los esfuerzos a medio recompensar, ruge mi espalda y lloran mis sábanas porque ya no les doy conversación antes de dormirme. Ahora, simplemente aterrizo en blando y duermo. Pero me niego a darle más tinta a mis gruñidos. Por eso vuelvo. Porque me harté de coleccionar papeles sueltos y porque quiero hacer lo que estoy haciendo. Otro lo ha explicado mejor que yo:

"De eso se trata en el fondo, maldita sea: hay que comprometerse hasta el final con la vida que uno ha escogido. Y hay que recordar que uno la ha escogido: hay mucha gente que ni siquiera puede elegir. Eres un tío listo, eres joven, tienes talento, ya te lo he dicho"

De eso se trata, en el fondo. Por eso sigo aquí, desgranando mis letanías y volcando mis renglones para quien quiera acercarse sin preguntarse si muerdo. Día a día, leyendo el periódico, cruzándome con vosotros en callejones y barras de bar, en la ducha, en el metro o subido a los tejados. Día a día, algo alza mi ceja y reclama mi atención. Y entonces, el cuerpo me pide contarlo, despiezarlo, romperlo en mil pedazos para volverme loco intentando volverlo a montar. No hay reglas, ni obligaciones, ni censuras ni excusas. No quiero que sea fácil, no necesito que sea perfecto. Prefiero los guiños casuales que te enseñan a disfrutar los regalos pequeños. De esto se trata y soy demasiado testarudo para dejar de hacer lo que más me apetece. Éste es mi negocio, desenfocar imágenes inconexas, susurrar sinsentidos a un micro sin retorno y dejar que mis demonios narren esta historia ciclotímica escrita en billetes de autobús. Por eso, estoy de vuelta.


Preliminares


Nieva intensamente, tras derretir los polos el viernes pasado en el fondo de una copa. Terminado el rearme, es tiempo de volver a las andadas. Mañana empieza a primera hora y se avecinan cambios antes de lo esperado. Resueltas las cuentas pendientes, disipada la nube nepente, solventados los trámites más urgentes y puestos en hora todos mis relojes, puede comenzar el nuevo año. Ha costado diez días más que a la mayoria, pero nadie prometió aterrizajes suaves. A veces, basta con saber que pisas tierra firme.

60 aniversário da morte de Castelao


"Os hespañoes deben creer en Galiza, a non ser que non crean en si mesmos, Galiza quer liberdade porque non hai pobo en Hespaña con máis fe no seu futuro. Nós creemos que a auga doce dos ríos pode facer doce a auga salgada do mar; que a morte, enchéndose de vidas, será vida; que a nada, enchéndose de ilusións, será todo... As nosas espranzas non caben nos lindeiros da razón. Mataremos, se é preciso, a Saudade; porque a Saudade cicais sexa unha espranza entristecida, ladroeira de accións.

Galiza ten hoxe unha forza vital capaz de conducila a tódolos delirios de grandeza. Pode chegar á loucura. Pero endexamais chegará ao suicidio. E Galiza deixará de loitar pola liberdade cando a conquira.

Pedimos...

Pedimos que a nosa Terra sexa nosa. Porque somos fillos dela. Porque ninguén máis pode gobernala. Porque ninguén máis pode comprir a súa misión hestórica. Porque levamos o seu nome polo mundo adiante. Porque queremos comprir a postrimeira manda dos nosos irmáns: os que deron a vida pola liberdade.

A nosa Terra é nosa. Xa se ten dito moitas veces. Mais agora decímolo nós, os deterrados. Os desterrados que vivimos en liberdade. Decímolo en nome de moitos miles de galegos que andan polo mundo. Decímolo, tamén, en nome de moitos miles de desterrados na propia Terra, dos que agardan por nós, dos que viven como fillos da morte, contando o tempo por noites.

A nosa Terra é nosa. Nada máis que nosa. Porque somos os únicos capaces de darlle luz á súa noite, pan ás súas demandas, diñidades á súa vida. Porque somos os únicos capaces de enxugar as súas bágoas de door.

A nosa Terra é nosa. ¿De quen máis podía ser?¿Dos que a aldraxan?¿Dos que lle negan a fala e o pensamento? ¿Dos que a encadean?¿Dos que a rouban?¿Dos que asesinan aos seus fillos máis queridos?¿Dos que a ensumiron na iñorancia?¿Dos que a queren vender como escrava?¿Dos que lle negan o dereito a ser libre?

¿E quen somos nós para falar deste xeito? Somos os galeguistas de tódolos partidos democráticos. Somos os galegos antifeixistas."

Cac ar Dhia!

Acaba de empezar 2010 y ya se armó el belén. Desde el 1 de enero, la República de Irlanda, un estado presuntamente laico y moderno, perseguirá y multará con hasta 25.000 € a todos aquellos que blasfemen o utilicen expresiones insultantes que se refieran a materias consideradas sacras por cualquier religión o que indignen (sic) a un número de seguidores de esa religión. O lo que es lo mismo, han cancelado de facto la libertad de expresión en materia de fe. El Gobierno de coalición entre los liberales nacionalistas del Fianna Fáil, los conservadores del -cuanto menos paradójico- Partido Demócrata Progresista y los verdes considera que ofrece mayor protección a la sensibilidad de todos los creyentes que la antigua ley de 1937, que a su vez se apoya en un decreto medieval coetáneo a la Inquisición, que sólo vetaba los epítetos dirigidos al boato católico. La vieja Irlanda, al menos la parte liberada de Londres, sigue bajo el poder de Roma.Resulta llamativo que un país europeo y moderno dé pábulo a una legislación tan beata. Sentando un peligroso precedente que ha causado honda admiración en grandes democracias como Sudán, Pakistán, EE.UU. o Arabia Saudí, los irlandeses equiparan su legislación a la más baja y más sectaria de los fundamentalismos, sea la de las madrasas de Yeda, de las sinagogas haredim de Jericó, de los púlpitos de la Navarra profunda o de los ranchos mormones de Utah. Precisamente, un estado que hace muy poco tuvo que pedir perdón por encubrir durante siete décadas los continuados delitos sexuales contra los menores perpetrados por la propia Iglesia Católica con la aquiescencia de todos y cada uno de los Papas de Roma. Hace falta valor para pedir respeto. Hace falta muy poca vergüenza para reclamar que los demás callen mientras ellos continúan pregonando viejas leyendas con las que llenarse los bolsillos. http://blasphemy.ie/
Saoirse!
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