Diga basta, diga abstención


El próximo 7 de junio dejaré de votar. Ya os lo había avisado. No es que me sienta especial por tal motivo, dado que la mayoría de los "llamados a las urnas" deciden no participar, y más aún si la consulta proviene de la lejana Europa proveedora de invisibles subvenciones. Según las encuestas oficiales de la UE, un abrumador 55% de los ciudadanos europeos decidirá abstenerse el domingo que viene, una cifra que será algo más elevada en el Estado Español, donde hace cinco años un 54´6% pasó del Parlamento Europeo. Los sondeos gubernamentales indican que la participación no podrá alcanzar la cifra de los anteriores comicios, reduciéndose hasta en nueve puntos hasta el 35%. Significativo mutis mayoriario, ¿verdad?

Podría aducirse que tal resultado se debe al poco interés que el lejano Estrasburgo despierta en el votante patrio, pero no hay que olvidar que en elecciones generales la abstención alcanza cotas cercanas al 30%, es decir, la tercera opción tras las dos marcas del bipartidismo. Un 31% en 2000, 22% en las sonadas elecciones del 14-M y despuntando hasta el 24% el año pasado, la tercera cifra muy por delante de Izquierda Unida y avanzando. Uno de cada cuatro ciudadanos deciden no participar en la única parte del proceso ejecutivo que pasa por sus manos. Por pereza, por desidia, por cinismo, por rechazo general al sistema. En este caso, por desafección a una idea mercantilista de unidad europea, que sirve de escenario para vergonzosas votaciones como la de las 65 horas semanales de jornada laboral. La abstención es una minoría silenciosa pero presente, a la que me veo obligado a unirme. Descensado en mi lugar de origen, rehuso a participar en sus mecanismos de gobierno. El domingo 7 de junio, únase a ese cincuenta y pico por ciento de conciudadanos europeos y manténgase alejado del colegio electoral. Que jueguen otros a su juego trucado.

Quince días para hacer Historia


La Historia ha encontrado un lugar para nosotros. Nosotros, los que crecimos inoculados del cinismo del que no suele recibir alegrías, que lloramos con Julio Salinas y el codazo de Tassoti, que escondimos la cara en el colegio después de la final fallida de Atenas y nos acostumbramos a remar con rabia para morir en cuartos. Los más mayores del lugar se aferraban a Zarra y Marcelino. Nuestros padres rumiaban la nostalgia de doce goles contra una Malta que costaba encontrar en el mapa. Nuestra generación parecía condenada al agridulce fútbol del que ve la gloria pasar sin detenerse. Hasta que, el verano pasado, veintidós jugadores vestidos con la Roja nos enseñaron lo que era ganar.


Lo paladeamos con mesura, para no apurar demasiado rápido un trago inesperadamente dulce. Meses después, en un mes de mayo insospechado, la prudencia se transformó hasta cuatro veces en éxtasis. Un dos de mayo, seis goles heroicos daban la vuelta a un derby en el Bernabéu. El trece, cayó en Valencia la Copa con goleada ante un digno Athletic. Cuatro días después, Mallorca fue testigo del final matemático de una Liga ya sentenciada en Madrid. Ayer volvimos a formar parte de la historia. Parecía tan fácil en apenas diez minutos que tardamos otros ochenta en darnos cuenta de que estábamos al fin tocando el cielo. Desde Roma, desde Canaletas, desde el salón de casa todos fuimos testigos. Hoy, con la resaca de la triple corona, toca descubrir el placer de disfrutar bien acompañado de la lectura del Sport en una terraza del soleado Lavapiés, mientras los pájaros cantan a lo lejos, Madrid se pierde en sus trajines y Mayo aún promete algún dulce sobresalto. Muerta la incredulidad, todo es posible.


A veces, la gloria sabe esperar a los que de verdad la merecen.

The other side

O reflexo no espello devolveulle a mirada. Nada novo en ningures, alomenos en apariencia. Recoñeceu as faccións, o aceno propio, a intención do seu xesto, mais por algún motivo descoñecido non tiña nin idea de quen era aquel home que o ollaba dende a outra beira.

Un intre despois, por causas que só el pode coñecer, afastouse do espello e sorriu.


The Doors - Alabama Song (Whisky Bar)




Extramuros

En ocasiones especiales, podemos abrir ventanas a mundos insospechados, dimensiones paralelas y giros en el contínuo espacio tiempo. Ante nuestros ojos, se abre de forma inesperada un paisaje sorprendente, alejado de cualquier expectativa. Un mayo como éste, en 1975, la sonda soviética Venera 8 atravesó la atmósfera infernal de Venus. Abriéndose paso entre nubes de ácido sulfúrico y soportando temperaturas cercanas a los 500 ºC, envió a la Tierra la primera imagen de la superficie de otro planeta. Los científicos, en su observatorio del desierto kazajo, tardaron unos minutos en acostumbrar su vista para entender las imágenes. Nunca nadie había posado sus ojos en un lugar como aquel.
Más cerca, a pié de calle, todavía es posible revivir esa sensación de desconocer la geografía habitual para descubrir en ella otros lugares, otros momentos. En los bulevares y las arboledas de San Lorenzo del Escorial se respira un aire diferente, totalmente opuesto a las callejuelas y el asfalto de la capital. Sobre su empedrado resuenan viejos ecos imperiales, en los que uno puede perderse y reencontrarse en un tiempo y un lugar que, como las cosas que realmente merecen la pena, no figuraban en el guión.

Good Bye Spain

El pasado miécoles, en los momentos previos a la final de Copa que enfrentaba al Athletic de Bilbao y al FC Barcelona, los aficionados de ambos equipos recibieron con pitos y abucheos al jefe de Estado y anfitrión de la competición y silenciaron los acordes del himno español, la Marcha Real. Tan elocuente como prevista era la pitada, que Televisión Española, esa que se precia de ser pública, transparente y veraz, decididió cortar la emisión del himno estatal en una maniobra chapucera que incluyó la emisión en diferido durante el descanso de una versión de las imágenes manipulada para hacer ver que nada de lo anterior había ocurrido. Para hacer ver que en el Estado Español nadie cuestiona al monarca ni rechaza los llamados "símbolos patrios". Manipulacion que no tapa su vergüenza.


Terminado el partido y descubierto el evidente engaño por el resto de medios, la Corporación envía excusas y arroja a los leones a un cabeza de turco, el director de Deportes, Julián Reyes. Javier Pons, director de la cadena estatal, le acusa de ser el único culpable. Los trabajadores de TVE saben que la decisión de censurar la pitada al himno venía de más arriba. No caben errores humanos o responsables únicos. La manipulación política de los medios públicos, sean Telemadrid, Canal 9, ETB o La Primera, es innegable y vergonzosa. Los medios de comunicación estatales se conciben como una salvaguarda de su función social y democrática, cuando en la realidad son el primer engranaje de cualquier tipo de propaganda. Cortar un partido de máxima competición en directo para evitar que los espectadores sepan que existe un notorio rechazo a la figura regia y la bandera nacional es una vergüenza para la credibilidad del medio público y del Estado que lo maneja, por lo que debería saberse quién orquestó un plan tan malintencionado y chapucero. Por lo menos, gracias a su mala praxis, ha quedado en entredicho el dogma oficialista que afirma que la "campechana" figura del monarca no es cuestionada por sus súbditos. Tan evidente como que la bandera rojigualda heredera del franquismo suscita todavía un rechazo persistente. Aunque nadie lo reconozca, la monumental pitada de la final de Copa ha servido para recordar que, por mucho que reescriban la historia para aparecer como los salvadores de las libertades, la realidad es que sólo son una banda de censores ineptos. A la vista quedan las pruebas.

El himno en TVE, emitido en diferido y con el sonido editado para tapar las protestas

El himno en ETB, con el mismo sonido ambiente que TV3, SER, COPE, RadioMarca y otros, incluída Radio Nacional de España, a la que nadie recordó avisar que tocaba meter tijera. Auténtico autoritarismo bananero.

Cambio cromático

El día menos pensado, sales de la cama y el mundo ha cambiado de color. O mejor dicho, a tu alrededor el mundo recupera un brillo que ya creías devorado por las gamas más bajas de marrón y gris. Y con esa nueva capa de luz vuelven también otros rincones, otros momentos y otras caras que parecían olvidadas para siempre. Y vuelven a sonar de fondo Los Chichos. ¿Cuánto hacía que no los escuchabas? Hay más sabiduría en sus letras que en toda la bibliografía de cualquier premio Planeta y tanta alegría como para sonrojar al más chicloso de los grupillos poperos de moda. Libre, libre quiero ser, quiero ser, quiero ser libre...

Puede que sean tan sólo los efluvios del cambio de estación, pero algo te dice que éste es un tren que no debes dejar pasar. Hay que aprender a soltar lastre mientras remontas el vuelo, el truco es saber escoger lo esencial para seguir adelante. Y pronto surgirán los grandes planes, las carcajadas y las oportunidades, aunque sólo sea una mera recompensa por saber esperarlos sin quemarse. Es necesario conocer el ritmo que rige el ciclo del cambio y saber qué debe permanecer firme ante él, dejándolo fluir sin dejarlo pasar. Y, de pronto, suena el móvil. Otro post-it en la pared, otra mañana ocupada, otras cañas, otro motivo para seguir creyendo en que, al final, merecerá la pena no rendirse.


Los Chichos - Son ilusiones

Manuel Fernández, "Pahiño"

El fútbol español de posguerra, como el de cualquier dictadura, esconde momentos indignos, figuras instrumentalizadas por la propaganda oficial y héroes trágicos borrados injustamente de las páginas de la historia. Este es el caso de Manuel Fernández, conocido como Pahiño, uno de los mejores arietes del fútbol peninsular, que fue y sigue siendo ignorado por su condición de sospechoso para el Régimen. Pero empecemos la historia por el principio.

Manuel Fernández Fernández nació una mañana de enero de 1923 en la comarca viguesa de San Paio de Navia. Criado en el seno de una familia de pescadores, evitó de milagro ser reclutado forzosamente en la Guerra Civil y comenzó a pegar patadas a una pelota en el club de su pueblo, el Navia, donde en apenas unos meses llamó la atención del histórico Arenas de Alcabre. Superada la mayoría de edad y el servicio militar, su carrera comienza a despegar cuando el Celta de Vigo llama a su puerta. Se iniciarían así cinco años históricos para la entidad celtiña, en los que sesenta y nueve goles de Pahiño sirven para encaramar al equipo a la cuarta plaza de la primera división y alcanzar el subcampeonato de la Copa en 1948. El rectángulo de Balaídos fue en aquella época un feudo inexpugnable, en el que el Athletic de Bilbao firmó un 5-1 o el todopoderoso Real Madrid sendos 4-1, tanto en casa como a domicilio. Asociado al gran Hermidita, Pahiño alcanzó su primer título de máximo goleador con 23 tantos. Sin embargo, ello no significó que su paso por el club no estuviese salpicado de problemas. El ariete no sabe de esconderse y nadar con la corriente. Tanto dentro como fuera del campo, Pahiño es un hombre valiente, combativo y con un marcado sentido de lo que es justo, pese a los tiempos que corren. Pese a ser el jugador más decisivo de la plantilla, era el peor pagado. Cada vez que se quejaba, los directivos le señalaban como rebelde y problemático, amenazándole veladamente con el ostracismo. Y siempre le pedían más. En el partido decisivo para el ascenso, contra el Granada, el defensa andaluz Millán González rompe de un plantillazo el peroné del delantero gallego, que ya había marcado dos veces en apenas cuarenta minutos de juego. Moncho Encinas, el míster céltico, le venda la pierna y le obliga a seguir. Pahiño aguanta la hora restante sobre el terreno de juego, demostrando un temple y un coraje que hoy parecería incluso ingenuo.

Después de cinco temporadas aupando al Celta a lo más alto, llega la gran oportunidad. El Real Madrid llama a su puerta y, junto con su compañero, el ex seleccionador Miguel Muñoz, se trasladan a la capital. Allí, el ariete supo ganarse la admiración de la hinchada y el respeto de los rivales, jugando más de 124 partidos en cinco temporadas, consiguiendo un total de 108 goles y su segundo trofeo al máximo goleador en 1952. En el Madrid de principios de los cincuenta, antes de que aterrizaran Raymond Kopa, Ferenc Puskas o Paco Gento y se alcanzase la gesta de las seis copas de Europa en diez años, Pahiño supo hacer historia, al mismo tiempo que su carácter y su sinceridad iban granjeándole enemistades cada vez mejor posicionadas. Quizás fue por eso que el mejor goleador de la época sólo vistió cuatro veces la camiseta de la selección, incluso puede que su ausencia explique la eliminación del combinado capitaneado por Zarra en la ronda previa al Mundial de 1954, pese a haber quedado en cuarta plaza en la edición anterior.

Con el accidentado fichaje de Di Stéfano en el verano de 1953, la directiva madridista decidió deshacerse del ariete gallego, que termina recalando en el Deportivo de A Coruña, donde coincidió con la mejor generación de futbolistas gallegos. Juan Acuña, cuatro veces ganador del Zamora, otro de los futbolistas injustamente represaliados por el Régimen, defendía magistralmente el arco, mientras Chacho, Chao y un jovencísimo Luis Suarez completaban el once deportivista. Pahiño mantuvo su registro anotador en aquella oficiosa selección gallega camuflada en el club herculino con cuarenta y seis goles en setenta partidos y supo ganarse el cariño de la afición turca pese a su origen olívico. Tras dos temporadas en A Coruña, un último año en primera división en las filas del Granada pone el punto y final a una carrera soberbia, tan sólo truncada en parte por las envidias y los servilismos del fascismo. Cuando se retiró, en 1957, las estadísticas del ariete de Navia hablan por sí solas: doscientos setenta y ocho partidos jugados y doscientos diez goles marcados, un promedio de tres goles cada cuatro encuentros.

Pahiño nunca fue un jugador al uso. Lector voraz de Dostoievski y Ramón Cabanillas, libertario, disciplinado y aventurero, supo ganarse a sus entrenadores y hacerse respetar por los defensas carniceros de la época. Pero le negaron mayores glorias. En sus propias palabras, "gocé del peor de los amores, el amor propio". Hoy día, Manuel Fernández es un abuelo casi anónimo en las calles de Vigo y el fútbol, gallego y español, todavía sigue huérfano de aquellos jugadores aguerridos que se atrevieron a ser ellos mismos en el peor momento de nuestra historia.

Desperezando las pezuñas


Fin de semana de ausencia justificada, de carreteras secundarias, casa rural, despedidas de estado civil y alegrías varias. Perdido por los carreiros y los desfiladeros del Cañón del Sil, encaramado las terrazas en las que anida el mejor vino Ribeira Sacra en compañía de la alineación completa de los históricos, con algunas imperdonables excepciones. Retornado á terra nai por un intre e logo devolto axiña á vila, con las retinas invadidas de verde, piedra y viejos compadres. En un mes, volveremos a la flor de los eventos.

Mamá, ayer vi el mejor partido de mi vida











...con la certeza de que se seguirá hablando de esta victoria mucho después de que hayamos muerto.
Y de postre, una lección de grandeza.

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