El anarquismo vuelve a las portadas de los periódicos. Y no es gracias a esa abominación política que en EEUU llaman libertarianismo. El trasfondo político del movimiento ultra Tea Party es este remedo de ideología basado en tres pilares: nada de impuestos, nada de ayudas sociales y todo por y para el mercado. Si añadimos un quintal de ignorancia y una buena dosis de pacatería puritana, tendremos lo que hoy entiende el Tío Sam por anarquista. Pero de las liberalidades de Sarah Palin o Esperanza Aguirre a la acracia libertaria de Proudhom, Bakunin o Malatesta hay mucho trecho.
Hace sólo unos días, la CNT cumplía cien años. Tras dos décadas aquejada de escisionismo y diletancia, el sindicato obrero más antiguo de la península volvió a cobrar relevancia hace relativamente poco. Durante las protestas por los ajustes draconianos contra los derechos sociales y laborales por parte de un gobierno supuestamente progresista, los escasos pero irreductibles ácratas de la bandera roja y negra organizaron comités, prepararon movilizaciones y generaron debate como si los años no hubiesen pasado por ellos. A su lado, visiblemente avergonzados por su evidente servilismo, los sindicatos oficiales palidecían, con sus huelguitas de salón cuando ya todo estaba más que atado. CCOO y UGT, con sus varios millones de afiliados, temblaban ante la perspectiva de montar una pequeña algarada a un ejecutivo supuestamente amigo, mientras que los poco más de mil anarcas del Metro de Madrid, de Correos y de la Sanidad consiguieron llevar la protesta en la calle y acallar la sibilina crítica antisindical que alimentan tanto la ultraderecha corporativa como la izquierda domesticada con subvenciones. Sólo lo llaman huelga salvaje porque, por primera vez en mucho tiempo, no fueron capaces de manipularlos.
Eso es anarquismo, aunque habrá quien prefiera las cartas bomba que envían desde el irredento barrio de Exarhia los sin-amo de Atenas. Van ya catorce misivas fulgurantes, dirigidas a lo más granado del Occidente en crisis. Angela Merkel, Sarkozy, Berlusconi, la Europol y media docena de embajadas culpables conocen ya el talento de estos artificieros helenos, hijos predilectos de Carlos Marighella y Nikos Maziotis. Se equivocan al escupir pólvora a los mercaderes de odio pero ¿qué otra cosa se puede hacer ante el pistolerismo empresarial al estilo de la Semana Trágica? Últimamente, a la policía le gustan los jovencitos, como el griego Alexis Grigoropoulos o el saharahui Nayem Elgarhi. Demasiadas veces se empeña el poder en demostrarnos que nunca será nuestro y que quienes si pueden llamarlo suyo sólo saben usarlo en nuestro detrimento. No queda sino batirse, sea a la griega o al viejo estilo alemán de la Spaßguerrilla. Ellos ladran, censurando revistas que rompen el monolítico recibimiento al Papa, espiando periodistas incómodos y disparando risible propaganda regia propia de una monarquía garbancera. A nosotros, no nos queda otra que seguir esquivando balas al aire.
Se suele decir, desde derecha e izquierda, que el anarquismo no funcionó por su naturaleza utópica. No se menciona la opresión sistemática, la traición estalinista y el velo tendido sobre autónomos, situacionistas y operaístas. Aquellos que aspiran a alimentarse de la política no quieren saber nada de la acracia y por eso nada se supo de ellos durante la transición. Silenciados, criminalizados e infiltrados por fascistas, hasta reducirlos de nuevo a la trastienda de una librería, al almacén de un taller, al doble fondo de un cajón. Ahora, cuando las cosas vuelven a torcerse como antaño, las pancartas y pegatinas funden a negro. Negro luto por las víctimas diarias, negra bandera de los que tomarán lo que merecen sin pedir permiso a nadie. Si el mercado lo hace a diario, ¿quién tiene la autoridad moral de negárnoslo?
0 divagando:
Enviar um comentário