Araki

El desnudo es un tema recurrente en la historia del arte. Desde las Venus de desmesurados rasgos femeninos de la prehistoria, pasando por la escultura cretense, o los armoniosos desnudos de Griegos y Romanos. Tan natural como el desnudo mismo, es la polémica que trae asociada la mayoría de las veces que se representa.

Mujeres atadas artísticamente y desnudos que combinan tradición y modernidad. Imágenes eróticas en sofisticadas puestas de escena. El fotógrafo japonés Nobuyosi Araki centra su obra en un mundo femenino cargado de un erotismo a veces perturbador. El erotismo y los retratos de la vida cotidiana.

También fija su objetivo en el urbanismo, la vida en Tokio y en la muerte, lo que le impulsó incluso a retratar el cadáver de su mujer. Hoy, ya en el siglo XXI, algunos siguen extrañándose y otros, incluso, escandalizándose al ver desnudos, pintados o fotografiados en las paredes de un museo. Araki es arte por encima de cualquier prejuicio mojigato.

www.arakinobuyoshi.com

Rearviewmirror

Espero que no me hayan echado mucho de menos. Yo sólo un poco. Digamos que nunca me ha gustado forzarme a publicar, ni me considero atado a una cierta periodicidad mínima. No admito prisas, no me interesa el pesado ritmo de las anodinas actividades que se oxidan al volverse cotidianas. No admito otro criterio que no sea el arrebato visceral que nace en mis entrañas, que comienza a latir en mi cabeza, atraviesa mi cuerpo hasta volverse impaciencia en la punta de mis dedos y desemboca, alumbrado en tinta, en las hojas del cuaderno. No pretendo que les guste, sólo que nadie permanezca indiferente. Lo siento, el valor de su opinión y su jurisdicción democrática se acaba bajo mi letrero. Do what you will shall be the whole of the law...
Ha pasado el tiempo y hay cambios en este caos cotidiano de los que no les había hablado todavía. Disculpen, las prisas... Empecemos por el principio. Tras experimentar durante unos meses el mundillo del telemárketing y el subempleo, Vuestro humilde narrador ha encontrado empleo. Desde finales del mes pasado, me he incorporado a la plantilla de Top Noche, una revista mensual dedicada al ocio nocturno, la cultura y la música electrónica. Noctambulismo, en resumidas cuentas, y me ha tocado ser su redactor. Curro interesante, contenidos cuidados, sueldo decente, gente maja, en esa herida abierta en la espalda de Gran Vía que es la Plaza de Santo Domingo. Una de esas cosas que se cruzan en tu camino por casualidad, de la mano de algún personaje providencial -empiezo a deberle muchos favores a mis "ángeles de la guarda" periodísticos-, que, sin saberlo, te brindan la oportunidad de reivindicarte. De hacer carne una idea. De volver a escribir, locutar, entrevistar, investigar, criticar... De llegar a la línea de salida de una carrera que empieza a materializarse ante tus ojos como por arte de encantamiento. Abróchense los cinturones, la montaña rusa vuelve a ponerse en marcha.

Por lo demás, mucha actividad en la línea de frente. El fin de semana pasado, maratón sabatino que culminó en un festival del caos cautivo entre policías y eternas alambradas y protagonizado por Pearl Jam. Se hizo corto, se echaron temas en falta y están algo más viejos de lo que los recordaba, pero aunque sólo fuera por un instante pude tocar el cielo, gritando a los cuatro vientos I still alive!. No sé por qué, pero cada vez me molesta más tanta policía custodiando las calles, los edificios oficiales, las protestas, las concentraciones y hasta los conciertos. Pero ya hablaremos de eso más adelante. El próximo sábado, breve éxodo á terra nai, con Atlántico de por medio. Entre tanto, lecturas, tiempo que nunca se detiene en estas cuatro esquinas, ajetreo, humo, unicornios, verano en ciernes, proyectos en la recámara, esforzados miércoles, domingos de gloria y ese sabor tan dulce que me acompaña desde hace tres meses.
Sírvanme batido, frío y con mucho azucar y aún sabré amargo. Sin embargo, en la vorágine de esta montaña rusa, no les exagero si digo que soy feliz. Sin fantasmas que acechen desde el retrovisor, tan sólo páginas en blanco y mucho por hacer, mucha evolution, baby. Puede que no lo sepan, pero si han llegado a leer esto, es por que forman una parte esencial de este instante. Tampoco me tomen demasiado en serio...


Ilustración: "Alalia", Félix Vega.

Inmigrantes en la era de la crispación

En estos tiempos modernos ya no se respeta nada, y en campaña electoral el político más mesurado llega a perder el respeto por sí mismo, por sus electores y por la condición humana en general. Esta ya pasada contienda electoral ha sido más de lo mismo. La inmigración ha sido una vez más incluida en la agenda de temas candentes de campaña, en la misma línea que el terrorismo, la vivienda o la corrupción y malintencionadamente relacionada con el paro y la inseguridad ciudadana.

Ciertos partidos y ciertos alcaldables –repugnante expresión paradigma de una política cenagosa- no se cortan un pelo a la hora de proferir opiniones tendenciosas destinadas a conmover los más bajos instintos del electorado. El miedo a lo diferente vuelve a ser un arma política arrojadiza.

El otro día, de camino a casa por el bullicioso Lavapiés, me sorprendí en un portal con una escena de un costumbrismo actualizado. Una estampa veraniega de ciudad soleada a las siete de la tarde, cuando el sol baja y algunos vecinos salen a tomar el fresco a la vera de sus casas. A la puerta de un edificio, frente a las que los ancianos salen con sillas de playa a juntarse y comentar sus cosas, tres ancianas comían pipas y charlaban animadamente a la sombra de un triste árbol de ciudad. Una de ellas, inconfundiblemente oriental, hilaba y explicaba sus movimientos a dos veteranas castizas, mientras bromeaban y alimentaban palomas.

Idílico paisaje de un futuro posible, a pesar de cualquier demagogia electoralista. A veces la sociedad avanza tan rápido que sus políticos sólo pueden apelar al miedo para detenerla y manejarla a su antojo. Frente a los tópicos del español desconfiado, la calle nos ofrece miles de ejemplos visuales de la aceptación “nativa” y de la integración de nuestros inmigrantes, nuestros porque viven entre nosotros, trabajan con nosotros y son tan dignos de pisar este suelo como lo somos nosotros.

Sorprendentemente, la política siempre va un paso por detrás. Alberto Fernández, eterno aspirante popular a la alcaldía condal, ha contribuido al emponzoñamiento de la imagen del trabajador inmigrante en nuestro país agitando el fantasma del malvado inmigrante que nos roba el trabajo mientras trafica con drogas y le toca el culo a tu mujer en el metro. Sabedor de la inutilidad de hacer una campaña al uso en una ciudad en la que pocos le quieren en el poder, el candidato ha pasado del asesor de imagen y ha dado rienda suelta a su auténtico yo. Tras anunciar que gobernará –es un decir- con “guante de hierro”, el popular anunció su cruzada personal contra la okupación, el botellón, el nudismo descontrolado, la mendicidad y la inmigración. Y no se despeinó. Preguntado por quienes atacan su discurso de xenófobo, Fernández afirmó despreocupado que tal calificativo “no le importa”. El lobo –Le Pen, Haider, Bossi- asoma la pezuña por debajo de la puerta.

Vivimos en una sociedad que apenas llega al fenómeno de la inmigración. Acostumbrados a proporcionar emigrantes a nuestros vecinos, los españoles vemos como, ahora, la tortilla ha dado la vuelta y nos toca a nosotros jugar el papel de anfitrión. En nuestra mano está seguir avanzando al ritmo de la historia y evitar los errores del modelo francés –tristemente fallido mucho antes de la revuelta de la banlieue-. Una sociedad dueña de sí misma debe saber acoger y ayudar a aquellos que son víctimas del crecimiento desproporcionado de la riqueza y su desastrosa distribución.

La deuda histórica está clara con América Latina, y más difusa pero igualmente evidente con el resto de los trabajadores extranjeros que, siendo esquilmados sus países por las economías depredadoras del Norte, han de dejar su vida atrás y venir al Primer Mundo a reclamar con sudor lo que es suyo.

La sociedad madura y demócrata que queremos ser sabrá ser solidaria y dar espacio a los que se les niega la voz. Frente a las aduanas y barreras que levantan los políticos, las personas de a pié siguen mirando a los ojos al futuro, sea de color que sea.


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