El general es un degenerado


Dejadme empezar con un tópico. Se suele decir que en la vida, uno termina llevándose lo que se merece. La prensa boliviana de esta mañana lo ratifica. El exdictador Juan Pereda Asbún, que gobernó con mano de hierro el país andino en el breve verano de 1978, ha sido enviado por orden judicial a un centro de rehabilitación para drogadictos tras ser arrestado en plena calle enseñándole las vergüenzas a un grupo de colegialas. Este general retirado -por la fuerza de las mismas armas que le auparon al poder- no se contentó con exhibir sus arrugadas 79 primaveras a las pobres niñas, sino que también intentó embaucar a una para llevársela en su coche, en el que guardaba un buen alijo de cocaína. En comisaría, se demostró que la mayoría de la droga la llevaba puesta. El que en un tiempo -breve- fue el jefe de Estado del país sólo acertó a negar lo evidente, tanto respecto a las drogas como al acoso y a añadir un sonrojante: "las muchachas son coquetas". Este es el final de la historia del "presidente de facto" Pereda.


Juanito Pereda vió la primera luz dos meses después de la proclamación de la II República en España, de la que su padre, terrateniente castellano instalado en las ricas minas de La Paz, siempre abominó. Al poco de dejar de vestir pantalones cortos, ingresó en el ejército boliviano. Unos cuantos años después, consiguió graduarse como subteniente de aviación y se pudo permitir el lujo, negado al resto de la población por pobreza o etnia, de completar sus estudios en Italia y Argentina. En las fuerzas armadas fue medrando en la convulsa Bolivia, gobernada por militares indirectamente desde 1935 y a cara descubierta desde 1964 hasta 1982, hasta alcanzar el grado de comandante en jefe de la Fuerza Aérea. Desde este cargo, al que llegó gracias al golpe de estado del general René Barrientos, llegó a alcanzar la confianza del que sería su mentor, Hugo Bánzer. Ambos se hicieron con el apoyo de los fascistas del Movimiento Nacional y las Falanges Socialistas, con los que, sumados al ejército voraz del general Barrientos, combatieron a la guerrilla comandada por Ernesto "Che" Guevara y formaron escuadrones de la muerte para asesinar a cerca de 8.000 opositores, mineros e indígenas. Sobre sus conciencias pesa la Masacre de San Juan, en la que se ensañaron con una población minera desarmada, aniquilando a hombres, mujeres y niños, como describe Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina. Incluso llegar a convertir al criminal nazi fugado Klaus Barbie, el carnicero de Lyon, en delegado de marina de un país sin mar para evitar que fuese juzgado.


No contentos con el nivel de barbarie, Bánzer y su secuaz Juanito Pereda arreglaron una muerte conveniente para Barrientos, haciéndole desaparecer en circunstancias poco claras mientras viajaba en su helicóptero. De este modo, su padrino llegó al poder y nuestro protagonista fue nombrado ministro del Interior, colaborando activamente en la implantación del Plan Cóndor en su país, al que empobrecieron vendiendo sus minas a precio de saldo a compañías inglesas, australianas y yanquis que obtenían carta blanca para reinventar el esclavismo. Dinerito de la CIA y carniceros locales. Pasó igual en Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay y Brasil durante más de dos décadas. Las cosas marchaban bien para el "presidente de facto" y su delfín, hasta que Bánzer decidió darle una oportunidad al muchacho y postularle como candidato en unas elecciones presidenciales medianamente legítimas. 
 

Pereda vio aparecer una oportunidad única y decidió no dejarla escapar. Fundó el Partido Único Nacional -nadie le explicó demasiado bien que era eso de unas elecciones libres- y urdió tamaño fraude electoral que su mentor se vio forzado a anular los comicios por el bochornoso espectáculo ofrecido. Nuestro entrañable Juanito no podía creerlo. Su padrino, su maestro en las artes oscuras de la tiranía, le había abandonado. Se había ablandado, imaginó, ante las protestas internacionales y las manifestaciones populares. Y Pereda tenía un remedio perfecto para calmar las protestas. El 21 de julio de 1978 volvió las armas contra su creador, apoyado por los falangistas y el sector más radical de la armada boliviana. El sexagésimo sexto presidente -de facto- de Bolivia fue tan breve como su inteligencia y no duró más de cuatro meses. Otro general, Padilla Arancibia, derrocó su gobierno, al que los historiadores definieron como endeble y violento, para iniciar una complicada transición democrática que llevó al restablecimiento de la República en 1982. De su tarea de gobierno sólo cabe destacar una iniciativa, la de atraer importantes narcotraficantes a las plantaciones tradicionales de coca, fundando uno de los primeros narco-estados de la historia.


Derrocado por sus hombres y abandonado por la aristocracia criolla, se refugió en Santa Cruz de la Sierra,  como buen hijo de indiano, para llevar una vida cómoda, aunque llena de zonas oscuras. Y de Juanito Pereda poco se supo hasta ayer mismo, salvo sus vínculos con el narcotráfico, como negociante y como consumidor, y su gusto por las jovencitas. Todo ello ha quedado expuesto bajo la luz pública. Uno de los más execrables asesinos que ha gobernado Sudamérica nunca ha sido juzgado por sus crímenes contra su pueblo, sino que lo será por su tendencia a exhibir sus genitales bajo los efectos de la coca. Llamadlo justicia poética, karma o enorme ironía. Llamadlo como queráis, a mí me gusta. Mejor eso que verles languidecer cómodamente en sus camas, acostados sobre miles de cadáveres sin rostro.

1 divagando:

Argemino disse...

Me ha encantado, Adrián. Si no podemos ver a semejante asesino morir entre rejas, como sería lo lógico, al menos (y no es consuelo) nos reímos un poco a su costa.

Además del clásico "Las venas abiertas...", me viene a la memoria "Cristo con un fusil al hombro", lo último que se publicó de Ryszard Kapuscinski (este año). Incluye algunos artículos crudísimos sobre Bolivia escritos en los años setenta, y un reportaje impresionante sobre la Guatemala sometida. Muy muy recomendable.

Un abrazo nocturno,

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