Un hombre camina por la calle con la mirada fija en el suelo. Un hombre como otro cualquiera, caminando solo hacia alguna parte con su abrigo, su paraguas y su periódico bajo el brazo. Observándolo con más detenimiento, notaríamos el enorme peso invisible que encoje sus hombros, el ligero descuído personal que aflora en su ropa y el lárgo tránsito de sus labios, despeñándose por las comisuras. Las cejas caen sobre sus ojos, intentando a duras penas esconder un rictus de amargura. Inadvertido entre tanta gente, nadie repara en que la acera se lo está tragando.
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