Réquiem por una mujer


Recuerdo la primera vez que escuché su nombre, probablemente porque fue la primera mujer elegida primera ministra de la que tengo memoria. En 1988 y, nuevamente, en 1993, Benazir Bhutto consiguió algo que hasta entonces parecía utópico: una mujer al frente de un país musulmán, aún más, una mujer dirigiendo un país creado originalmente como patria espiritual para los musulmanes hindúes. El pasado 27 de diciembre, por la mañana, todos estos años de lucha por la democracia fueron desbaratados a golpe de gatillo.

La historia, como casi siempre, viene de lejos. Su padre, Zulfiqar Ali Bhutto, uno de los artífices de la independencia y fundador del Partido del Pueblo, gobernó el país hacia la modernidad durante los años setenta hasta ser depuesto y ejecutado por uno de tantos golpes militares que ha sufrido Pakistán en las últimas décadas. Demasiado occidental para los islamistas, demasiado demócrata para la cúpula cuartelera. Benazir, la hija mayor, fue encarcelada en régimen de aislamiento durante cinco años, mientras sus hermanos eran torturados y pasados por las armas. Ella se libró del pelotón –que no de la tortura- por su condición de mujer, por que representaba poca amenaza a los ojos de los generales de la dictadura tradicionalista.

Desde el exilio londinense, preparó el terreno para su venganza. En 1986, una década después del golpe de estado contra su padre, Bhutto regresó triunfante a su país, aclamada por una inmensa mayoría, que incluía tanto a los intelectuales de su Karachi natal como a los pastores nómadas del remoto norte. A su regreso, supo aprovechar la debilidad del gobierno militar, desprovisto del apoyo político y económico de EE.UU., que por aquel entonces comenzó a interesarse más en armar a los muyahidines afganos de Osama Bin Laden que luchaban contra la invasión soviética. En 1988, con sólo 35 años y una mayoría de votos aplastante, entró en el Parlamento, bella y desafiante, para ser proclamada la primera mujer musulmana en acceder al cargo de primera ministra.

En sus dos períodos de gobierno tuvo que enfrentarse a todo y a todos para evitar que Pakistán se convirtiese en un peón más de la geopolítica occidental en Oriente, pasando por encima de la élite militar, los dirigentes religiosos y las sucesivas acusaciones de corrupción que salieron a su paso. Sólo con el viejo método de la asonada militar, esta vez personalizada en el actual presidente, Pervez Musharraf, consiguieron apartarla de la lucha por la democracia y el derecho al progreso que había convertido en bandera de su causa.


Tras ocho años de desgobierno patrocinado por Occidente, Bhutto, había vuelto recientemente a su país para participar en las elecciones del próximo 8 de enero. En el intervalo de su ausencia, Pakistán y su enemiga íntima, India, se han convertido en potencias nucleares con capacidad de desencadenar un conflicto a escala mundial. Musharraf, aliado de Occidente en la “guerra contra el terrorismo” que asola el vecino Afganistán, ha recibido carta blanca para desgobernar su terruño mientras siga aportando bases, materiales y traductores a la esteril campaña antitalibán. Mientras, en su patio trasero, el dictadorzuelo aupado a hombros militares se sirve de esos mismos talibanes como brazo armado para frenar cualquier intento de apertura democrática.

Es por ello que, al poco de regresar del exilio londinense, un atentado suicida dirigido contra su persona provocó más de ciento cuarenta muertos. Ella salió ilesa y su imagen consolando a las viudas y los huérfanos recorrió el mundo, atronando las conciencias de aquellos que permiten el terrorismo islámico en su país mientras lo combaten en el país vecino. Fue demasiado. El pasado 27 de enero, un joven militante de Al Qaeda se le acercó al término de un mitin, le disparó al cuello e hizo detonar la carga explosiva que llevaba adherida al cuerpo. Bhutto y veinte inocentes más murieron ante la pasividad del gobierno y los militares.

Tras el atentado, sus partidarios y las fuerzas de seguridad se enfrentan en las calles. Musharraf, culpable o cuanto menos cómplice, ha dado orden de disparar a matar a los manifestantes. La tensión sube mientras se crispa el dedo que pende sobre el botón nuclear. Descansa en paz Benazir Bhutto, mientras con ella muere también la esperanza de que Pakistán deje de morderse a sí mismo. Ha muerto una mujer y, con ella, lo poco que quedaba de la inocencia de todo un país. Réquiem por Pakistán.

Publicado en Carne Cruda, de Magazine Siglo XXI, en su edición de Enero.

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