Dirección contraria

Sigue haciendo ese tiempo de perros. Las calles llevan horas medio vacías y falta poco para que salga el sol. Apenas recién despierto, no entiende por qué le han llamado tan temprano del trabajo. Tampoco entiende que ha podido pasar en la M-30. Algo suficientemente grave como para despertar a un juez para levantar un cadáver.

Hay muchos coches de policía y ambulancias detenidos en el arcén de la carretera. Nada más llegar, el comisario Gutiérrez se interpone en su camino. Mira al suelo mientras posa su mano en el hombro del juez. Carraspea. Le habla de un conductor suicida que ha provocado un choque múltiple con varios muertos.


Tarda un minuto en asimilar que su hermano está aplastado bajo la chatarra humeante. Dos minutos apenas en levantar el cadáver de su hermano y el del conductor suicida. De fondo, el comisario intenta consolarle, aunque sabe que le da igual. Según él, no fue más que mala suerte. Se ofrece a llevarle a casa para que duerma un poco. El juez accede, sólo tras hacerse con las llaves él mismo y ponerse al volante.


La M-30
empieza a llenarse con los primeros madrugadores. Apenas ha salido el sol, pero ya son muchos. El comisario sigue molestándole con su charla vacía, intentando evitar el incomodo silencio que acompaña a toda charla de velatorio. La cabeza le va a estallar y, sin embargo, lo está viendo más claro que nunca. Él es el juez, el que decide del lado de quien está la verdad. A quien corresponde el castigo.

Pasa de largo la salida hacia su casa y toma un cambio de sentido. Un volantazo más y ya está dando tumbos en dirección contraria, conduciendo a toda velocidad hacia los coches que intentan esquivarle. Ahora mismo, mientras el aterrado comisario le apunta con una pistola en la sien, el juez sabe que está haciendo justicia.


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