Maldita ciudad sórdida

Madrid es una enfermedad que se te cuela por las venas, con cada bocanada de aire viciado, hasta ahogarte, consumiéndote hasta convertirte en otro "gato" más con mirada metálica. Puedes verlo si miras a los ojos de la gente; la podredumbre avanza imparable, corroyendo cuanto hay de humano en los habitantes de este mundo anfibio, mezcla de intemperie desolada y subsuelo postatómico. Manadas de ciegos, autómatas, carne de cañón incapaz de ver como la mierda se aferra a sus tobillos. Al final, pasaron.

Madrid es la capital de la sordidez, Gran Vía es la joya de la corona. Durante el día, aparece infestada de rubicundos sajones anodinos, en busca del próximo palo que les alivie de su peso en dinero de presidentes muertos. Inquietos turistas que corretean cual cucarachas entre el abigarrado y apocalítico laberinto de obras, bares y vendedores ambulantes. Pintoresco país, a sus ojos; última rejilla del sumidero, a los míos. Lo más miserable aguarda agazapado a que el reloj de la Puerta del Sol dé la hora de las putas de saldo, mercaderes de falsa comida, policías que mascan chicle blanco, chulos de videoclip, modernos de ropas rotas, punkis de colegio de curas y miradas escualidas con venas consumidas por el dragón amarillo. Gran Vía a las doce de la noche grita a los cuatro vientos la llegada inexorable de la decadencia.

La arteria principal de la ciudad sin estrellas baja demasiado cargada de ponzoña. A sus lados se extiende el esqueleto deforme que se esconde tras las luces metálicas de Gran Vía. Leganitos, Tudescos, Montera, Fuencarral, geografía obtusa de la miseria humana ante quien ya no sabe verla. Paisajes faltos de luz y de belleza retratados en una fotografía de Sebastiâo Salgado.

Madrid hay veces que muerde, que acalla las gargantas de cinco millones de personas cansadas de poblar este demacrado pedazo de tierra yerma. Madrid calla y revientan los tímpanos del silencio cómplice. Madrid es la capital triste de un estado que prostituye la alegría como reclamo. Gran Vía, supuesto epicentro de Babilonia, es una calle sórdida que soñó con ser la Quinta Avenida y se despertó a la izquierda de la Calle Desengaño.

Madrid enferma. Nunca conseguiré odiarla. Le debo cinco años, mucha gente, noches, humo y un zurrón lleno de recuerdos. ¿Recuerdas a los Dire Straits en la estación a cualquier parte? ¿El traqueteo del ventilador? ¿Las meriendas en Almansa? A veces, la ciudad se sacude el plomo, llueve y entiendes otra vez el brillo de esa mirada.

4 divagando:

El chico desenfocado disse...

Qué puedo añadir... Que toda esa mierda queda eclipsada cuando una noche esta ciudad zalamera te sonríe con ojos inocentes.

T. disse...

Y yo ahora, en mitad de las fiestas de Gracia, ansiosa por volver a pasear por esas calles, impaciente por tragar humo bienacompañada.
Porque no todas las ciudades ofrecen plazas llenas de flores y litros de cerveza y teatros y películas nocturnas y relatos en potencia.
Porque Madrid en septiembre es el final perfecto después del necesario exilio extranjero.

Ignis fatuus disse...

A Madrid débolle tamén cinco anos de lembranzas brancas enmarcadas en gris, inda que tamén bastantes sinsabores. É o marco perfecto pra non ser ninguén ou ser máis ti mesmo sen que ninguén se decate.

Y...opino lo mismo que El chico desenfocado... En cualquier basurero se puede encontrar una perla. Aunque si he de decidir prefiero vivir en la montaña más perdida antes que en esa ciudad plagada de gente que nunca se encuentra.
He dicho.
Un saudo dende estas terras,

Anónimo disse...

Madrid?
O se quiere o se odia.
A ratos se la quiere.
Otras la odias.
Entre desengaños de masas te encuentras tu desengaño.
Madrid no es sólo lo que ves.

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