This is not a love song


La exposición prolongada a la actualidad informativa provoca cinismo. Corrupción política, jueces en venta, golpes de estado, violaciones masivas, genocidio... todo ello ya está planificado y previsto en las agendas de los medios. Hoy es jueves, toca contar los muertos en la interminable represión china. Ciento cincuenta y seis, según la dictadura "maoista de mercado"; más de seiscientos, clama la oposición uigur. Y ambas cifras seguirán creciendo. Como la de los presos políticos, que supera los doscientos mil y les convierte en uno de los pueblos más ferozmente oprimidos del planeta. Para empezar, el presidente chino, Hu Jintao, retornado expresamente de la reunión del G-8, ha prometido la pena de muerte a los líderes de la revuelta. Tiene más de mil quinientos detenidos donde escoger.

Hoy, miles de soldados y paramilitares chinos toman las calles de Urumqi, capital del semiautónomo Turquestán Oriental, después de tres días de impunidad a la limpieza étnica de los han. Ese es el castigo del gobierno chino a los levantiscos, dejar la ciudad en manos de patrullas callejeras de linchamiento a la "caza del moro". Esta imagen refleja la de Guangdong hace una semana, cuando se gestó la masacre. Entonces, las autoridades no hicieron nada para impedir que una turba enfurecida acorralase a ochocientos inmigrantes uigures y torturase hasta la muerte a quince de ellos. Ahora, los mismos batallones enviados para pacificar disparan indiscriminadamente a la muchedumbre. La revuelta del pueblo uigur no surge de un afán terrorista o una manipulación extranjera, como sugieren los medios del régimen, sino de la persecución que éstos sufren en su propia tierra.

Desde que China retomó el control de este área, mayoritariamente musulmana y emparentada con las repúblicas surasiáticas de la URSS, puso en marcha un plan de colonización y asimilación propio del estalinismo de postguerra o de los metódicos genocidios indígenas del Imperio Británico. Tíbet, Mongolia y el Uigurstán sufrieron los métodos de expansionismo agresivo aprendidos del Imperio Japonés. Multiplicó por veinticinco la presencia de chinos de la mayoritaria etnia han, que hoy son mayoría en la capital y parte de la región. Al mismo tiempo, forzó la dispersión de la población nativa, empobreciéndola a pesar de las grandes riquezas que atesora. Por que todo esto, por si no se han dado cuenta, se hace por dinero. Por petróleo y gas natural y por que así funcionan las dictaduras.

Como siempre que hay dinero en alguna parte, surge violencia que responde a un plan prefijado. Como los diamantes del Congo o el petróleo irakí. Y China tiene su propio plan de solución final. El primer paso ha sido alentar despiadadamente la violencia interétnica. El segundo, invadir la zona para completar la "pacificación". El tercero, silenciar a la prensa y poner a trabajar los lobbys de presión y la maquinaria de la intoxicación propagandística. El próximo paso será con toda seguridad la guerra sucia, plagada de juicios sumarísimos, propaganda, tortura, y ejecuciones multitudinarias de las que, probablemente, nunca sabremos nada. Por que así es como funcionan las cosas cuando se trata de China, una dictadura que ningún país condena.

Fue vergonzoso ver como los medios de comunicación mundiales silenciaron durante los meses previos a las Olimpiadas de Pekín cualquier noticia referente a la violación cotidiana de los Derechos Humanos en la República Popular. Como pude comprobar de primera mano, en España también. Será por que mandan mucho en la ONU, de hecho, la gran mayoría de los países no reconoce a su vecino Taiwán para no contrariales. Nadie quiere levantar las iras del gran estado orwelliano donde paz significa muerte y donde verdad siempre quiere decir censura.

Algunos hablan esperanzados de que las revueltas ciudadanas son más poderosas gracias a Twitter y otros medios de comunicación que regatean la dictadura. Por desgracia, la manipulación, la diplomacia gris y las balas siguen siendo más efectivas. Definitivamente, meus, isto non é unha canción de amor. Feliz despertar.

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