Cuentas pendientes

Cuanto más insisten en negarlo, más evidente resulta que España tiene todavía cuentas pendientes en su pasado. En un pasado no tan lejano como pretenden hacernos creer. Del 18 de julio de 1936 al 20 de noviembre de 1976, este país vivió una dictadura indigna que no se arredró a la hora de mancharse las manos de sangre. Campos de concentración, torturas, represión, ajusticiamientos sin rastro de justicia durante 40 años, cuatro décadas en las que los vencedores de la guerra pudieron despacharse a gusto para resacirse de los llamados "desmanes de la República" que ellos mismos provocaron con su alzamiento. Tiempo suficiente para desenterrar a sus muertos y poner en orden sus cuentas pendientes, encarcelando, vetando y haciendo desaparecer cualquier vestigio de los vencidos.
El bando vencedor dispuso de tiempo suficiente para ajustar sobradamente sus cuentas pendientes. Los vencidos, en cambio, vieron como la llegada de la democracia volvió a dejarles sin voz, forzándoles a olvidar para poder seguir adelante. Pero la Historia nos demuestra que el tiempo no cierra heridas ni resuelve las disputas. Los represaliados siguen en sus tumbas y los golpistas dando nombre a las calles y las estatuas. Nosotros, hijos y nietos de unos y otros, aún no hemos aprendido a vivir juntos, por que quizás los vencedores de la guerra y también de la transición creyeron que serían capaces de hacernos olvidar tanto horror.

En Iberoamérica, muchos se sorprenden del extraño poder del punto y final que se impuso tras la dictadura. Pese a seguir comandados por el sucesor del dictador a título de rey. Pese a mantener su bandera, su policía secreta y sus mandos militares. Nada de reparación, nada de desfascistización de la administración y la sociedad. Un apretón de manos y pelillos a la mar. Y todo sigue igual bajo esta capa artificial de normalidad que ofrece la democracia. Los herederos de la vieja dictadura, fastidiados cuando se les importuna con sus ancestros ideológicos, escurren el bulto con la cantinela de no reabrir viejas heridas.
Pues bien, con el desentierro de los republicanos exterminados en masa y la polémica entre el juez Garzón y el fiscal Zaragoza por el auto sobre la dictadura, la cuestión vuelve a estar encima de la mesa. Esperanza Aguirre, siempre descarada y pizpireta, se excusó aludiendo a la matanza de Paracuellos, que tampoco ha sido juzgada. O eso cree ella, por que, en las fosas comunes que rodean el Valle de los Caídos y en todas las demás repartidas por toda la geografía española, hay muchos republicanos condenados a muerte por ese caso. Más de 50.000 víctimas en posguerra, con y sin juez de por medio. Pese a todo, el fiscal de la Audiencia Nacional, Javier Zaragoza, ha tildado de inquisición el proceso y en las filas populares se habla de revanchismo.
Visión egoista la suya, que niega a media España el derecho a recibir justicia por un Golpe de Estado y cuarenta años de fascismo culpable de la mayoría de los crímenes conocidos. Crímenes que hoy muchos dejarían impunes, o por que no se consideran responsables o por que volverían a hacerlo. Por eso, ahora es más necesario que nunca recuperar la memoria y zanjar ese pedazo miserable de nuestra historia. Y, sólo entonces, podrán curar las heridas y las cuentas se darán al fin por resueltas.

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