Veinticuatro horas despierto


Son las ocho de la mañana y acabo de volver del trabajo. Hace veinticuatro horas, cuando abrí los ojos, estaba en Bruselas. En una habitación de hotel a pocos metros por encima de las terrazas cerveceras de la place de l'Agora, dos cuerpos desperezan la última mañana de su escapada a Brujas, Gante, Amberes y la supuesta capital europea. Tras el envoltorio, este regalo de cumpleaños escondía mejillones, miles de paseos, cuadros de Magritte, kissing-points, fachadas góticas, bares de blues en directo y todo tipo de cervezas desconocidas. La última mañana tuvo un poco de todo eso, escudriñando los mapas en busca de puntos estratégicos que conquistar a medias. Desayuno, vagabundeo monumental, una bière que todavía no habíamos probado y una mesa para dos sobre la que devorar el último hallazgo gastronómico. El escenario y los personajes -benditos personajes bizarros- nos mostraron un país desconocido, que sobrevive con mucha dignidad a año y medio sin gobierno. Bélgica vive en la anarquía y le va mejor que nunca. La economía ha remontado y, por primera vez en décadas, valones y flamencos unen sus voces bilingües para denunciar la impunidad de la crisis y reírse de sus políticos. Una muestra más de lo bien que se gobierna la gente cuando el estado se limita a garantizar la sanidad, la educación y el asfalto sobre las calles.

Con la excepción de una pequeña siesta sobre su hombro suave antes de subir al avión, todavía sigo despierto. A la vuelta, tras una despedida con sabor a reencuentro y una parada en casa con la familia al completo, trabajo. El reloj empieza a hacerse cuesta arriba y te invade una sensación de irrealidad. De camino a la radio, juro que me topé un monte de hielo de un palmo de alto junto a la acera y, dos calles más allá, con una enana bailando con un barbudo. Con la costumbre de gastar zapatilla bien aprendida en los campanarios de Flandes, los pies me llevaron solos hasta mi mesa. Ocho horas descifrando teletipos, discursos y fuentes, intentando esconder al micro el precio del desvelo en la garganta. Pasado el umbral del sueño, la espalda se entumece y la capacidad de improvisación se embota, pero surge de la nada una energía inexplicable y primitiva que mantiene el cuerpo en pie. Y si no, se tira de oficio. Al volver a casa, ordenador encendido, fruta, cereales y algo de ejercicio para regresar a la vida real. Veinticuatro horas más tarde, ato los cabos de este día en dos países completamente distintos, el de las vacaciones compartidas y el de la rutina de informativo. Me viene a la mente la Delirium Tremens. Pero ya es hora de apagar las velas de este cumpleaños. Superado el reto de la vigilia, es otra vez de día y me toca volver a soñar con una ciudad nueva, dos maletas en el portaequipaje y sus palabras en el idioma que me pone los pelos de punta.

2 divagando:

Gaúchooooo disse...

Ahora entiendo tu rechazo al cigarro matutino. En cualquier caso no desenvuelvas tus bártulos.
Next trip is coming!

Enric Draven disse...

La delirium son 9 grados. Después de 24 horas sin dormir va a ser dura. Dormirás seguro :)

Enric

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