Recompensa al estilo Flandes


Veinticinco madrugadas después, toca volver a las trincheras. Tras mes y pico en primera línea de seis a ocho -o de seis a siete, depende del día-, me toca asumir de nuevo el papel de suplente y abandonar el desafío autodestructivo de dirigir y presentar un cotarro informativo que sale adelante con la elegancia justa y muchas dosis de heroísmo colectivo. Ahora, volver a ocupar la segunda voz y a rellenar madrugadas puede saber amargo, pero sigue mereciendo la pena el esfuerzo. Nadie podrá decir que se faltó una sola vez a la verdad, que cada dato no fue verificado con varias fuentes independientes y que no se separó convenientemente la información de la opinión. Lo justo para sentirnos orgullosos del trabajo que exponemos cada mañana a la oreja pública. Imponerse este código espartano de la objetividad no te ayuda a hacer amigos en la dirección, pero tiene sus recompensas.

La primera, este fin de semana, me lleva hasta Brujas, Gante, Bruselas y puede que Amberes. Todo ello, gracias a mi cómplice habitual. Nuestras maletas vuelven a cruzarse en el altillo del avión, como en las mejores fugas a dos. Esta vez, nos deslizaremos sobre las vías del tren para descubrir el país llano de fachadas góticas del que vienen las buenas cervezas. Tú y yo y después, todo lo demás. Qué gran regalo. El mejor final para el mes que inaugura los veintinueve. Y queda tanto por hacer... Con el inicio del otoño, una radio libre puede renacer en Bejar Street, mientras bullen todo tipo de proyectos. Va a ser un año movidito y, por si acaso, ya hemos empezado a entrenarnos para recuperar la forma física perdida hace una década. Vivimos tiempos extraños y difíciles y hasta los tiraos más impenitentes necesitamos una dosis de vida sana para seguir resistiendo. Comienza el año cuatro de la era de la recesión y, lejos de esperar mansamente a que surjan los brotes verdes, no queda otro remedio que rearmarse para la época más dura de nuestras vidas. Menos mal que nos quedan las coles de Bruselas.


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