Cifras obscenas


La información económica hace pocas cosas buenas por ti, pero sin duda te vuelve extremadamente resistente a la naúsea. Hay quien dice que trabajar entre números te separa de la realidad, de las caras, los sentimientos y las tragedias que se esconden tras ellos. Y eso es verdad, aunque sólo en parte. Esta mañana, la portada de Público nos desvela el coste económico bruto del rescate a la banca con el que se buscó sin éxito poner fin a la crisis económica. Nada más y nada menos que 2 billones de euros con b de bancarrota, un enorme robo a gran escala de dinero público al que hay que sumarle otros 3 billones procedentes de los bancos centrales. El resultado no puede ser más desolador. Los bancos se han recuperado completamente de su ruleta rusa bursátil, han eliminado a la competencia, absorbido a las cajas y, para mayor escarnio, demostrado la supremacía del poder financiero frente al poder político, la autoridad judicial y la soberanía popular. No contentos con eso, tienen la excusa perfecta para negar créditos a quien los necesita para poner la economía en marcha. Y, por si no leen los periódicos, seguimos al borde de una nueva recesión.

Es nauseabundo pensar que esos 5 billones sólo han servido para que bancos y otras grandes corporaciones eleven sus beneficios a niveles de récord. Sobra decir la cantidad de catástrofes evitables que podrían haberse resulto con un pequeño porcentaje de esa cifra. Hambre, desigualdad, analfabetismo, marginación, servicios públicos, vidas dignas. Nada de eso merece un sólo euro. El dinero de nuestros impuestos se emplea en bonus a grandes empresarios, ejércitos privados, inversiones de riesgo, financiación opaca y otras maniobras de enriquecimiento obsceno. Mientras tanto, y por seguir el hilo de las cifras, el IVA ha aumentado un 2%, el IRPF muerde más al currela que al dueño del Audi, la jubilación se ha alejado 2 años y las hipotecas cubren vidas enteras e incluso sobrevivirán a sus dueños. La usura se ha adueñado del mundo y armada con números, balances y cuentas pretende que no nos demos cuenta. Su violencia social, la que nos arroja cada día a las fauces de la pobreza, supera en depravación la caída de todas las torres gemelas del mundo. Menos mal que aún nos queda la capacidad de sorprendernos y asquearnos. De momento. Sigan viendo la televisión y ya verán lo pronto que desaparecen esos molestos síntomas.


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