En estos momentos, mientras escribo, aviones de guerra surcoreanos despegan de las bases de Seúl e Incheon con destino a la frontera del Mar Amarillo. Hace apenas unas horas, la artillería de Corea del Norte rompió el armisticio que pesa desde 1953 y lanzó cincuenta obuses sobre la isla de Yeongpyeong, matando al menos a cuatro soldados, hiriendo a otros catorce y forzando la evacuación de sus más de mil habitantes civiles. Y digo armisticio porque ambas Coreas nunca pusieron fin a su guerra ni jamás se ha planteado la firma de un tratado de paz. Entre los motivos que explican que la guerra de Corea siga viva sesenta años después de comenzar están las mismas disputas territoriales que ya forzaron otros dos encontronazos entre ambos países, en 1999 y 2002, en los que murieron unos setenta soldados de ambos lados. La diferencia entre las anteriores batallas de Yeongpyeong y ésta de hoy es que es la primera vez que el régimen desquiciado de Pyongyang se atreve a lanzar un ataque sobre suelo sureño. Y que Seúl se atreve a contestarle de la misma manera, con treinta misiles sobre suelo enemigo.
Hasta ahora, el resto de confrontaciones militares entre ambas Coreas tras 1953 habían sido escaramuzas navales, como el hundimiento del patrullero Cheonan en marzo en el que murieron ciento cuatro soldados de Seúl. Aquella vez, Kim Jong-il amenazó con lanzar su poderío nuclear contra el Sur y sus aliados si había represalias. Hoy, pocos días después de que la dinastía pseudocomunista mostrase distraídamente a un científico estadounidense más de mil centrifugadoras para procesar uranio, nadie sabe en qué piensa Corea del Norte o quién ha decidido atacar unilateralmente al vecino del Sur. Al borde de una segunda hambruna y con la sucesión del "Bienamado Líder" a medio encarrilar, no sabemos qué beneficio busca Pyongyang volando por los aires cualquier posibilidad de entendimiento con la otra Corea y con los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Dos de ellos, China y EEUU, armaron a ambos ejércitos durante la contienda y lo han seguido haciendo durante décadas, sin preocuparse por resolver el conflicto más largo de la historia, tras la Guerra de los Cien Años.
Corea del Norte subsiste, a pesar de lo que diga su propaganda casposa, porque EEUU no presiona suficientemente a China para que ponga fin a su absurda tiranía y porque Pekín, al igual que pasa con la dictadura birmana, no sabe qué hacer para detener a semejantes aliados. Las dos principales potencias mundiales actuales han permitido que Kim Jong-il atenace a su pueblo, lo mate de hambre, lo envíe a campos de "reeducación" -término espeluznante donde los haya- o directamente a la misma cárcel por la que uno de cada díez norcoreanos ha pasado alguna vez en su vida. Su desidia ha permitido que obtengan la bomba atómica y que ahora nadie sepa si éste es el comienzo de un conflicto nuclear a gran escala o tan sólo otro episodio repetitivo de una Guerra Fría que amenaza con no acabar nunca.
En estos momentos, cae la noche sobre la península coreana. Seúl ha ordenado la evacuación de todos sus ciudadanos residentes en el Norte y sólo reconoce la muerte de uno de sus marines y setenta casas destruídas por el bombardeo. Su presidente, Lee Myung-bak, está reunido con sus ministros para analizar la crisis y, pese a que ha dado orden expresa de evitar cualquier acción que eleve la tensión, ha pedido a Naciones Unidas que condene inmediatamente el ataque. Corea del Norte, mientras tanto, calla como de costumbre, será porque sus medios de comunicación no han encontrado al censor de guardia para comenzar a lanzar noticias de última hora. Mientras tanto, la guerra nuclear pende sobre nuestras cabezas y los medios desprenden un extraño tufillo a años sesenta.
1 divagando:
La cosa se está poniendo fea fea. Muy buen artículo Adri.
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