El pelotazo inmobiliario de la iglesia


Casi dos siglos después, la iglesia católica ha decidido tomarse una provechosa venganza de las desamortizaciones de Mendizábal y Madoz. Hoy desayunamos con la noticia de El Pais en la que se anuncia que el clero ha aprovechado un recoveco legal para inscribir a su nombre miles de templos, terrenos, viviendas e incluso instalaciones polideportivas. Un incalculable patrimonio histórico, cultural y social, pero también económico, ha pasado a manos eclesíasticas durante los últimos años con las maneras silenciosas y opacas de una trama corrupta o un fondo de inversión. De este modo, la iglesia está acaparando terrenos e inmuebles y vendiendo imágenes de incalculable valor. ¿Cuáles son sus motivos? Hay quien pensaría que tras este empeño rentabilizador existe un afán altruista acorde con su doctrina social, aunque la triste verdad es que sólo buscan vender, alquilar o especular para llevarse más dinero a la sacristía. Hay ya más de mil casos en Navarra y otros tantos en lugares tan diversos como Galicia, Andalucía o Extremadura. En algunas ocasiones, el expolio roza el ridículo. En un pueblo de Ourense, el párroco ha decidido cerrar una pista deportiva ante la negativa del centenar de vecinos a pagarle un alquiler desorbitado. Y, mientras tanto, el Estado Español sigue pagando religiosamente cada año más de 6.000 millones de euros al clero para que continúe ese vergonzoso expolio y para que impartan su doctrina parda a una concurrencia cada vez más diezmada.


Precisamente en estos días se acaba de conocer el robo del Códice Calixtino que la iglesia se encargaba de custodiar. Esa obra de arte, patrimonio cultural de Galicia y de toda Europa, ya no es nuestra porque sus cuidadores fueron negligentes, inconscientemente o no. Visto el afán capitalista de los prelados, habrá quien llegue a pensar que ha sido el propio clero el que ha sustraído ese documento histórico para lucrarse en el mercado negro. Sólo tres personas tenían llave para acceder al incunable, y esos tres sospechosos son, como cabía esperar, ancianos curas. Las declaraciones del títere español al frente de la Xunta no han hecho más que confirmar semejantes sospechas. Sea cierto o no, no dejo de preguntarme para qué quieren ahora tanto dinero. ¿Habrá disminuido la contribución de sus fieles al cepillo? ¿Será nostalgia del diezmo? Puede que la curia se haya dado cuenta al fin de que su negocio inmaterial no es muy distinto del de los especuladores que arruinan nuestras economías sin mancharse las manos. Privatizar terrenos comunales y templos que se suponen abiertos a todos es sólo una más de sus muchas contradicciones, la de una iglesia fundada por y para los pobres que cada día se parece más a una secta dedicada al lavado de cerebros y de carteras. Repasando la historia, deberían ser más cautos. La última vez que decidieron involucrarse en política y finanzas, ardieron iglesias y conventos. Ahora que ellos son sus únicos dueños, corren más riesgo de caerse a pedazos. Por el desuso, claro.


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