Mind the gap


Es sábado por la mañana y llevo horas despierto. Quien me vendió la idea de que trabajar de noche tenía encanto, se quedó conmigo y con mi capacidad para adoptar hábitos de vida saludables. Hacía tiempo que no sabíais nada de esta V mayúscula y no voy a disculparme por ello. Mucho trabajo, cierta dosis de paz y caos y un viaje de pirados me lo impidieron. ¿Sabéis una cosa? Pronto se me escuchará a diario, no en este registro, sino en mi otra faceta de mercenario de la información al otro lado del micro. Ya saldrán a la luz los detalles más adelante. No quiero hablar ahora de eso. Prefiero recordar la banda sonora de los aeropuertos y el crepitar de las melenas pelirrojas a merced del vendaval. Fue corto e intenso lo de intentar bombardear Londres. Tenía cómplices capacitados para ello y el Red Bull sigue haciendo magia con mi umbral de sueño. La ciudad tiene algo que me llama y yo no soy de los que se niegan.


Tras batallar durante veintiocho horas seguidas con lo imprevisto, sacamos humo de las zapatillas para poder ver un poco de todo. Los turistas de Tower Hill, los bocadillos de ciervo del potato merchants en Borough Market y las columnas de humo iluminando las aceras del East End. Fallamos el asalto a Brick Lane y tuvimos que retirarnos a marchas forzadas desde Whitechapel hasta el World´s End, distrito de Chelsea, hogar de las fachadas blancas, las rejas de metal y las chimeneas con deshollinador. Cien millones de pipas de girasol falsas son testigo de ello. De allí me traje un ciento de fotos, algunas historias que contar y sueño atrasado para lo que queda de año. Ya os ireis dando cuenta. De momento, ya es mediodía y hay mucho quehacer por delante. De otra manera, no podría funcionar.


0 divagando:

top