Lecciones de la vieja Cartago


En las redacciones llevamos toda la semana contando muertos en Túnez. No tendría mucho de particular, dado que la mayoría de las informaciones que ofrecemos son malas noticias, de no ser porque ayer el presidente, Zine el Abidine Ben Alí, firmó su rendición tras varias semanas de revueltas callejeras contra la corrupción, el paro y el aumento de precios de los productos básicos. Rendición, pero parcial, ya que no ha abandonado el poder que detenta de manera absoluta desde hace veintitrés años. Ben Alí prometió, para empezar, que la policía no volverá a disparar a los manifestantes, que no se presentará a una nueva reelección, que no subirán los precios, que se terminó la censura onmímoda en la prensa e Internet y que creará una comisión que investigue la corrupción generalizada que ha empobrecido a uno de los países más prósperos del Mediterráneo. Pocos creen ya en las promesas de un líder especializado en fabricar elecciones de esas en las que él siempre gana con más del 85% de los votos, especialmente en su iniciativa contra la corrupción, que viene a ser el negocio al que se dedica exclusivamente la familia y allegados de su esposa. Sesenta y seis personas han tenido que morir para forzar al viejo camaleón a admitir que se ha equivocado al combatir las protestas con sangre.


La primera de esas víctimas, Mohamed Bouaziz, se quemó a lo bonzo para protestar contra el cierre de su puesto de fruta por no pagar sobornos a la policía. Mohamed era un licenciado sin empleo de 26 años, uno de tantos de ese 60% de jóvenes titulados en el paro en un país que sólo destaca por sus elevados niveles de educación. Por eso y por los negocios de la familia presidencial, una especie de clan mafioso que ha esquilmado al país, concentrando la riqueza en sus bolsillos. Hasta que Mohamed decidió prenderse fuego. Su desesperación unió en ese momento a los tunecinos, hartos de la cleptocracia opresiva que les desgobierna. Y el régimen, que al principio sólo supo responder con violencia, ha tenido que ceder, aunque sea poco. Probablemente, el mensaje televisado de Ben Alí ayer noche sólo era una treta para ganar tiempo e intentar calmar los ánimos, pero una vez más, la respuesta de la calle demuestra que los pasos han de ser irreversibles. Minutos después de ver disculparse vagamente al líder, los tunecinos salieron a la calle a celebrar ruidosamente su victoria. La policía, que hasta ayer mismo reprimía estos estallidos con balas y gases, permaneció atrincherada en sus comisarías. De momento. Hasta que vuelva a fluir en las arcas de la familia el dinero que nuestros países invierten alegremente. Italia Reino Unido, Francia, Suiza y España alimentan sin rubor un régimen que vende como prosperidad lo que en realidad es miseria. No es culpa suya. Aquí también suben los precios de alimentos y servicios básicos, tambíen nos asfixia el paro y la carencia de oportunidades y nos gobierna la corrupción. Esos tunecinos revoltosos nos han demostrado que, en Europa, nos faltan educación y cojones para quejarnos.

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