Progreso y retroceso


Cuando éramos niños, a todos nos enseñaron en la escuela que la humanidad avanzaba siempre hacia adelante y que llegaría un día en el que viviríamos en un mundo pacífico y justo en el que la ciencia habría abierto cada vez más posibilidades para nuestra civilización. En el mundo del futuro, nos decían, habrá coches voladores, vacunas contra cada epidemia, pan para todos y felicidad a raudales. Crecimos confiando en la idea de que el paso de la historia iba mejorando nuestra existencia, de nómadas a sedentarios, de esclavos a siervos, de súbditos a ciudadanos. De ese modo, nos dejamos adormecer con la idea de que, hiciéramos lo que hiciéramos, la inercia nos llevaría hacia un mañana mejor. Ahora, en los inicios del prometido siglo XXI, las cosas no sólo siguen estando igual, sino que empeoran cada día a ojos vista. Si no me creéis, comprobadlo.

Como está muy visto hablar del hambre en el mundo, de la tiranía como gobierno en Asia y África, de la manipulación informativa o del desequilibrio entre ricos y pobres, vayamos a ejemplos más cercanos. El derecho de huelga y la jornada laboral de 40 horas son dos logros sociales conseguidos hace menos de un siglo, durante la revolución rusa de 1917. Desde que la mayoría tenemos memoria, el estado de bienestar prometía ir mejorando progresivamente nuestras vidas, persiguiendo la intolerancia y el odio, ampliando las libertades civiles, reconociendo los derechos de las minorías, mejorando la situación del trabajador y evitando que sufriéramos la miseria, la guerra o la injusticia. Todo eso se hace pedazos cada día por culpa de la avaricia financiera y política. En el estado español, la patronal exige al partido que gane las próximas elecciones que limite el derecho a huelga y privatice el derecho a la salud. En Portugal, la coalición conservadora negocia ampliar la jornada laboral de 40 a 48 horas semanales, es decir, casi dos horas más al día más que tu padre y que tu abuelo. Todo ello justificado por las pérdidas de la banca y el derroche de los gobiernos, fundidos ambos en un poder represivo y opaco, gobernado por la tiranía de los mercados, es decir, de ellos mismos y sus múltiples intereses.

De un plumazo, retrocedemos a 1916, como si la lucha obrera nunca hubiese existido y ninguno de nuestros derechos fuese realmente nuestro, sino una mera concesión temporal de la que pueden desahuciarnos sin previo aviso. Seamos rebeldes y frenemos esta marcha atrás hacia el feudalismo o, al menos, reclamemos un pasado menos oscuro que el que se nos viene encima. Si no hay derecho a un mañana mejor, sólo nos espera la barbarie.

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