El estado de las cosas

Baja el río revuelto. Mientras la hinchada corea la salida de tono del legítimo heredero de Franco y los Reyes Católicos y Aznar y ZP se cubren mutuamente las espaldas, la calle vuelve a ser escenario de conflicto. En la Conferencia Iberoamericana, un simulacro de unidad panhispánica que el estado español paga de nuestros bolsillos, se habló de fascismo y de colonialismo, tanto que al jefe del Estado del que la Ley nos prohíbe taxativamente mofarnos se le vio el plumero autoritario del abuelo Paco. Según Juancar, es un coñazo que nos recuerden que les invadimos, los masacramos por miles, expoliamos su riqueza y la malgastamos y, a través de Telefónica, los bancos y las enegéticas, seguimos robándoles y manejando sus gobiernos financiando golpes de estado. ¿Fascistas? Aquí, ninguno.


Volviendo a la realidad, en nuestras ciudades, en los andenes de metro y los callejones, continúan las palizas a inmigrantes, las vejaciones, la locura de ovejas blanqueadas que buscan cocear a las más oscuras hasta la frontera. El fascismo vuelve a manchar la calle, esta vez con la sangre de un joven antifascista de 16 años. La prensa habla de lucha entre ultras de signo opuesto, obviando el hecho de que el agresor es un militar en activo, militante además del grupúsculo fascista Democracia Nacional. Otro muerto más, como Guillem Agulló, cuyos familiares nunca integrarán ninguna asociación de víctimas de la violencia. Como la chica ecuatoriana del metro de Barcelona o el congoleño al que un fascista ha dejado paralizado en una cama para el resto de su vida. Víctimas silenciosas de una guerra que creímos haber ganado en Berlín una primavera de hace 62 años.


Se acerca su 20-N. Ayer, miles de personas velaron a Carlos en la Puerta del Sol. El 20, mientras rememoran por enésimo año su propio funeral, todos, los más y los menos, recordamos aliviados que sólo son deshechos de un pasado que nunca podrá repetirse. En 1945, el fascismo fue derrotado. En Portugal, España e Hispanoamérica, murió treinta años más tarde. Ahora repta por las calles, agitando y amenazando mientras aguarda su momento. Pero sabe que, desde entonces y para siempre, volverá a caer cuantas veces se levante. ¡Nazis, recordad Berlín!


P.D.: Como quien no quiere la cosa, la Justicia ha revelado hace hora la cotización de la censura en el mercado nacional. El magistrado ha tasado en 3.000 euros por barba el coste del desacato al futuro monarca. ¿Qué precio estamos pagando los demás?

Publicado en Carne Cruda, de Magazine Siglo XXI, en su edición de Diciembre

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