Those were the days



Escuchar tararear a Mary Hopkin este hit olvidado de finales de los sesenta me devuelve a un pasado tan lejano que no consigo recordarlo con claridad. Me trae imágenes difuminadas, de un niño muy pequeño que juega a apilar cubos sentado en una tabla de madera, mientras su abuela cose a máquina y su madre trajina por la casa. El resto, son flashes inconexos de mi infancia y demás parafernalia de los ochenta. Hoy he vuelto a escuchar esa canción, por mera casualidad. Leyendo el periódico, he acabado buceando en la historia de Guinea Ecuatorial, el país más rico del mundo con mayor población viviendo en la miseria.


El clan del dictador Teodoro Obiang mantiene el poder aboluto gracias a las vastas reservas petrolíferas del país y la complicidad de socios tan recomendables como Mohamed VI, Condoleeza Rice o El Pocero. Poco bueno se puede decir de un sátrapa que acumula riquezas insultantes al igual que denuncias por vulnerar los derechos humanos. La oposición denuncia en voz baja sus atropellos, que incluye ejecuciones sumarias, torturas e incluso canibalismo, obviados por los medios occidentales. Su amistad sonroja y enriquece a partes iguales a socialistas como Bono y conservadores como Trillo, mientras sus herederos dilapidan su riqueza entre París, Las Palmas y Venice Beach.


Pero no es del cleptócrata Obiang de quien quiero hablar. Uno de los pocos actos acertados de este tirano guineano fue el de derrocar a su tío Francisco Macías Ngema, que pasará a la historia en el capítulo de los más infames. Ngema, megalómano al estilo norcoreano, fue el líder local en quien el ministro franquista Manuel Fraga depositó el poder tras la apresurada descolonización española y éste no tardó en ofrecer pruebas de su "valía". Entre otras ocurrencias, prohibió el uso de zapatos y medicinas, algo que el dictador consideraba antiafricano, al tiempo que hundió todos los barcos y botes del país para evitar que sus ciudadanos huyeran al extranjero. En su delirio, llegó a proclamarse único dios, se declaró seguidor de Hitler y obligó a sus súbditos a llamarle "gran maestro de la educación, las ciencias y la cultura". Todo ello poco después de haber prohibido la enseñanza y perseguido a todos aquellos que hubiesen recibido educación, que llevasen gafas o tuviesen en su poder cualquier libro.


Entre 1968 y 1979, Macías convirtió Guinea en lo que los historiadores han llamado el Auschwitz de África, asesinando brutalmente a un 15% de la población de su país y precipitando el exilio de muchos más. En el colmo de su locura, ordenó ejecutar a 150 opositores el dia de navidad de 1975. Ese día, en el estadio nacional de Malabo, una banda interpretaba sin descanso Those were the days, mientras los soldados asesinaban uno a uno a los condenados. Cuatro años después, él también acabaría frente a otro pelotón de fusilamiento, en este caso de mercenarios marroquíes a sueldo de su sobrino Teodoro Obiang. Sin embargo, esa escena de música mezclada con el repiqueteo sordo de las ametralladoras, pervivirá en la memoria universal de lo infame. Esa imagen, chocante y patética, es un reflejo de lo más mezquino y sonrojante de la condición humana. En mi cabeza, paradójicamente, esa melodía irá siempre acompañada por uno de los recuerdos más felices de mi niñez.

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