Pocos permanecen ante la amenaza de las temperaturas saharianas y el asfalto a medio hervir. Algunos tenemos la suerte de poder recogernos en nuestro grupo de incondicionales, encaramados a lo alto de una azotea para cazar un poco de esa brisa nocturna que ejerce de salvavidas. A veces, incluso nos podemos permitir el lujo de hacer una pausa entre el bochorno y escaparnos a ese pequeño cesped-oasis que se esconde al fondo de la piscina del viejo hogar Chaminade.
Un lugar sobre la hierba donde posar la toalla y desmoronarse encima mientras el sol desdibuja el moreno de oficinista y van sucediéndose los reencuentros con la vieja guardia colegial. Si cierras los ojos, puede que hasta escuches una voz dulce narrando fragmentos de Alicia en País de las Maravillas, sea junto a la piscina, sea en cualquier banco del Jardín Botánico o en ese rincón dónde se escriben las historias que quiero que me leas. Quedan veinte minutos para salir del curro, siete días para ser libre, pero ya hay una parte de mí que lleva una temporada de vacaciones, lejos, muy lejos, de mi cotidiano País de los Placeres Amargos.
1 divagando:
Que viva el Jueves y el asfalto! Y Border Sticks, cojones
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