Ayer tuvo lugar la famosa marcha contra la negociación con ETA, orquestada por el PP y voceada por los medios afines (La Razón, ABC y Ahora, ese siniestro panfleto ultra). Muchas caras conocidas (todos ellos exgubernamentales pasados a regañadientes a la oposición), muchos "demócratas", mucha bandera española y mucho espíritu de combate contra "el gobierno que nos lleva de vuelta a 1936". Olvidan que, como ahora, fueron ellos los que se levataron contra el gobierno elegido en las urnas. Embarcados en una campaña mediática contra toda acción gubernamental, la derechona rancia y engominada pretende vender la imagen de un gobierno que vende la patria a los separatismos y que se subyuga a las potencias extranjeras (al igual que ellos con CiU y PNV en 1996 y con EE.UU. en 2001), además de seguir alimentando el bulo de la ilegitimidad de unas elecciones que les arrojaron del poder. La realidad es otra. El gobierno actual es igual de incompentente que el anterior y dudo mucho que estemos en un peligro mayor de ingobernabilidad que el de 2001.
Sus banderas, con y sin aguila, no son símbolos de unidad, sino pendones de una nueva cruzada contra todo lo que no sea ellos mismos y su asquerosa y mugrienta patria única e indivisible. Usar a las víctimas es parte de su repugnante estrategia para volver al poder, al igual que agitan el fantasma de la secesión, el de la debilidad frente a los socios de gobierno, el del ataque a la religión y el de la subordinación a Francia y Alemania.
Sus banderas no son las del pueblo, son las banderas fascistas de 1936. Su iglesia no es la de los católicos, es la del nacional-catolicismo. Quizás las 800.000 personas que secundaron ayer el no a la negociación no sean todas conscientes de ello, pero no son más que peones en una sucia batalla política.
Esa bandera, con su escudo imperial y sus manchas de sangre, merece arder. Que arda en sus conciencias el odio del que se alimentan, porque es el odio y no el respeto a las víctimas o la protesta contra el gobierno, lo que inflama sus banderas. Podrán golpear a los periodistas que filman sus miserias, pero tenemos los ojos muy abiertos y llevamos mucho tiempo viendolos venir. Ahora toca que ellos pierdan. Próxima estación: destronar a Fraga.
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