Cambia el viento y, con él, el paisaje. No os asustéis que no estoy intentando dejaros. Pero sí, lo cierto es que en mi pequeña esquina del mundo se avecina una etapa nueva, con personajes y escenarios diferentes y, para que negarlo, muy prometedores. Lo fundamental sigue en pie. Mi compañera de vinos, viajes y aventuras -tres V nada casuales-, ésa que está entre líneas párrafo tras párrafo, sigue a mi vera. La verdad, no sé que haría sin su sonrisa achinada y su suave estar en calma en mitad de todo lo verdaderamente importante. No se te olvide nunca, idiota. Mi vicio radiofónico y sus malvivires mercenarios -y a ratos heroicos- tampoco me abandonarán. Los incondicionales, ésos saben dónde están y que se les necesita a mano. Entonces, qué cambia, os preguntaréis. Cinco años y miles de historias después, se acerca el momento de abandonar mi madriguera. Dejar atrás el BorderSticks físico y abrazar uno más abstracto, pero al mismo tiempo más fuerte. Emigrar de Arganzuela y sus azoteas no será fácil, porque nunca podré desprenderme de ciertos lugares y algunos recuerdos que irán siempre entrelazados a los adoquines de sus calles. La culpa, la tiene la codicia de las inmobiliarias, pero tampoco quiero hacer de esto un drama social. Cambió el viento y se llevará a este flaco, aunque no demasiado lejos. Empezaré otra vez, pero no de cero. Lo vivido me lo guardaré en el zurrón y lo demás, o cabe en una furgoneta o se lo llevará el fuego. Y en el próximo capítulo, si os portáis bien, os contaré a dónde irán a parar mis cuatro cacharros y este saco de huesos que, en el fondo, sabe que le temblarán las piernas en el último momento, cuando se separen las espadas de madera del dúo más jujanero.
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