Hoy estamos de celebración, y por partida doble. Este país dos placeres amargos celebra su sexto cumpleaños y lo hace con su post número cuatrocientos. Recuerdo aquel mes de mayo de 2005 y de cómo se gestó esta idea gracias a un amigo desenfocado y a una solitaria en Kyoto. El tipo que comenzó este recorrido no era muy diferente del que ahora escribe, aunque todo a su alrededor haya cambiado miles de veces a lo largo de estos seis años. Me viene a la mente mi primer post, o el momento en el que empecé a conocer en persona a muchos de los que dejaban caer un comentario de cuando en cuando, o alguna de mis proverbiales desapariciones, tras las que apetece volver y contarlo. Una parte muy importante de mi vida está reflejada entre líneas en este blog. Juntos, aprendimos a sobrellevar la amargura de noviembre, a saborear ávidamente las pequeñas cosas y a vagabundear para evitar males mayores. Este ha sido desagüe de las amarguras, almacén de imágenes inconexas, vía de escape de ideas delirantes, escenario de historias imposibles y memoria cruda de un tiempo irrepetible. Vehículo de una melancolía que, como buen hijo de mi país, me ha de acompañar hasta el final. Y no sé por qué pero, si la estadística no engaña, cada día sois unos pocos más los que seguís al otro lado. Mentiría si dijera que lo hago por vosotros, pero me alegro de tener compañía en este viaje. La ruta, ya la iremos trazando. En la calle, suenan fuegos artificiales y me subo a las alturas a comenzar a tramar que vendrá después del sexto peldaño.
Mientras medio país continúa en la calle reclamando respeto y responsabilidades a banqueros, políticos y magnates, otros prefieren regodearse en los resultados de las elecciones municipales y autonómicas del pasado domingo. Aunque su análisis, como era de esperar, sólo ofrece la misma visión sesgada y partidista de siempre. En el Partido Popular, salieron a festejar a los balcones de Génova su victoria, la primera en mucho tiempo. A algunos, incluído el alcalde, se les notaba que tantos años recogiendo calabazas de las urnas les han desacostumbrado del champán. Muchos municipios y autonomías han caído en sus manos, incluso algunos donde nunca antes habían soñado ganar, como Barcelona, A Coruña, Castilla-La Mancha o Sevilla, pero su victoria no es tan amplia como quieren hacer creer. Sí, probablemente terminen en la Moncloa, pero lo llaman gran victoria electoral y no lo es.
Exhiben sus ocho millones de votantes como un fetiche, pero se olvidan de decir que han perdido dos millones de votos respecto a las últimas elecciones, las generales de 2008. Peor pinta esta situación para el PSOE, que ha perdido importantes bastiones y más de cinco millones de votantes desde esas mismas elecciones. Parece que muchos ya se dieron cuenta de que, desde 1982, no son ni socialdemócratas ni obreros. En cualquier caso, las dos caras del bipartidismo tienen muy poco que celebrar. Pese a que muchos aseguran que estos resultados deslegitiman las protestas del movimiento 15-M, lo cierto es que el auténtico dato crucial de estos comicios es el de aquellos que no han votado a ninguno de los dos partidos. El voto en blanco ha alcanzado su máximo histórico, atrayendo a medio millón de personas, a las que se sumarían los más de cuatrocientos mil que optaron por los votos nulos. Sumadas, ambas opciones serían la cuarta fuerza política, la del desencanto, que ha crecido exponencialmente, empujadas por la indignación generalizada.
Pero, una vez más, nos olvidamos de un factor realmente importante, el de la abstención. Los convocados a las urnas que han decidido no hacerlo suponen una vez más la opción mayoritaria en las elecciones. El supuesto ganador de los comicios puede reclamar para sí el apoyo del 24% de los más de treinta y cinco millones de personas convocadas a votar, mientras que la abstención supone un 33%. En román paladino, uno de cada tres decidieron no votar. Y probablemente, tienen razón. Los que sí hemos votado tenemos que preguntarnos si sigue mereciendo la pena jugar cada cuatro años a este juego llamado democracia, aunque no lo sea. Lo cierto es que las huestes de Génova se desgañitaron el domingo festejando una mayoría que, vista de cerca, palidece. La auténtica mayoría decidió expresarse con un silencio más que revelador. ¿Qué dirá ese tercio de nosotros el día que levante la voz?
La Puerta del Sol de Madrid es el escenario de una gran protesta para reclamar más democracia y una sociedad más justa en la que no haya lugar para recortes abusivos, autoritarismo ni corrupción política.
Entrevistas, cámara, edición de vídeo y montaje: Laura Rodríguez
Edición de sonido en locuciones: Mauro Bellanova
Texto y locución: Adrián Varela
Entrevistas, cámara, edición de vídeo y montaje: Laura Rodríguez
Edición de sonido en locuciones: Mauro Bellanova
Texto y locución: Adrián Varela
Lo dije hace meses y no quisisteis creerlo. Vivimos en tiempos de cambios en los que sucesos extraordinarios ocurren continuamente y todo parece posible. Ayer se hizo realidad y esta noche ha vuelto a confirmarse. La Puerta del Sol pertenece ahora por derecho propio a aquellos que, armados sólo con su dignidad y su rabia, han conseguido organizarse y repeler cualquier intento de violencia policial. A las ocho de la tarde, el Kilómetro Cero era ya un hervidero de gente diversa, de edades, opiniones y procedencias distintas pero un único objetivo, reclamar la necesidad de un auténtico cambio democrático, económico y social. Las más de tres mil personas que asistimos a la concentración de Democracia Real Ya fuimos conscientes en ese momento de nuestra verdadera fuerza. En otras treinta ciudades, se estaban produciendo movilizaciones simultáneas, muchas de las cuales derivaron también en acampadas de "indignados", como en Barcelona, Málaga, Granada, Palma de Mallorca, Santander, Zaragoza, A Coruña, Vigo, Bilbao o Santiago. Otras muchas, como Ourense, Burgos, Oviedo, Sevilla, Toledo o Guadalajara, entre muchas otras, lo harán hoy a las ocho de la tarde.
Ese es nuestro poder, el de no pertenecer a nadie, un poder que nos permite estar presentes en todo el país sin necesidad de estructuras partidistas, líderes carismáticos ni redes clientelares. O lo que es lo mismo, sin recurrir a los sucios métodos del sistema que hemos comenzado a combatir a pie de calle. Combatir sin violencia, sin dar excusas a su policía para que cargue y desaloje. Ahora, los antidisturbios comienzan a darse cuenta que tras expulsar a los acampados en la madrugada del martes, volvimos pocas horas después multiplicados por cien. Así sucederá hoy en Granada tras el desalojo forzoso de hace unas horas. Ayer, los carteles anunciaban el comienzo de la revolución. Hoy, tras conseguir organizar a miles de desconocidos mediante asambleas y comités, la Puerta del Sol ya es nuestra Plaza Tahrir. Y hoy, a las ocho de la tarde, volveremos a llenarla de dignidad y rabia.
Esta mañana he leído una frase preocupante aunque muy reveladora. "Hay lucha de clases, pero es mi clase, la de los ricos, la que dirige la lucha, y nosotros ganamos". Quien firma la cita no es ni más ni menos que el multimillonario estadounidense Warren Buffett, el tercer hombre más rico del mundo y uno de los héroes mitológicos de los tiburones de las finanzas, que le conocen como "el oráculo de Omaha". Por suerte, ayer por la tarde, varios miles de desheredados salimos a la calle en cincuenta y dos ciudades de la Península a decir basta. Ya pasó en Atenas, Londres, París, Lisboa y ahora, en tu ciudad. Emocionante volver a la calle con la razón palpitando en el pecho y la verdad prendida en la garganta. Parados, subempleados, precarios, jubilados, hipotecados y demás parias exigiendo el derecho a pelear por un futuro digno, libres de usureros, corruptos y explotadores. Entre los convocantes, Democracia Real Ya, Juventud Sin Futuro, Attac y muchos otros. El sol estuvo de nuestra parte y nos sentimos multitud, no masa. Seríamos unos 20.000 y pico en Madrid, varios miles, según El País o El Mundo, decenas de miles para el Washington Post, una turba de violentos antisistema en La Gaceta. Las autoridades no se molestaron en dar números porque les asusta echar cuentas.
Poco importa cuántos fuimos, lo realmente grande fue ver dignidad a pie de calle. Ningún altercado, ningún capullo tirando botellas, sólo varias generaciones de tipos cabreados con el retroceso del bienestar, la sociedad civil y la democracia. Pasadas las nueve de la noche, los antidisturbios intentaron desalojar a los remolones que seguían en la Puerta del Sol. En lugar de responder a la provocación, la gente levantó las manos y se negó a moverse. Los policías no se atrevieron a cargar contra una multitud, que no masa, desarmada, desafiante y rodeada de cámaras filmando el plante a pocos metros del mismísimo Kilómetro Cero. Pidieron consejo por radio y se retiraron de la plaza entre aplausos y silbidos. Nunca había vivido algo así y espero no olvidarlo nunca. La prensa habla hoy de los escaparates que rompieron cuatro taraos, olvidando que la policía cargó previamente contra un grupo que cortó la Gran Vía pacíficamente para hacer una sentada. Ahora mismo, otra sentada continúa en la Puerta del Sol, alrededor del Oso y el Madroño. Es lógico, ayer los parias ganaron esa plaza con las manos desnudas. Ayer, los parias dieron un ligero golpe de timón para dejar de seguir perdiendo en la lucha que actualmente están ganando Warren Buffett y los de su clase. Mañana, quién dice que no podamos volver a tomar el Palacio de Invierno.
dispara
V
ás
11:01
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El lunes, dicen las malas lenguas, los yankis mataron a Osama bin Laden tras más de diez años de "frenética" búsqueda y captura. Hoy miércoles, seguimos sin haber visto el cadáver que, según Washington, fue arrojado al mar poco después de su muerte. Mientras que el cadáver del Che o la captura de Saddam fueron difundidas por todos los medios, al líder de Al Qaeda le han reservado un discreto entierro pirata. El cachondeo en las redes sociales ha sido mayúsculo ante semejante despropósito del que apenas sabemos nada y lo que se anuncia, no es creíble. No es por ponerme conspiranoico, pero esta operación, al igual que el resto de la "guerra contra el terrorismo" suena a novela mal argumentada. No voy a comentar la cantidad de puntos oscuros que hay en el 11-S, porque para eso ya está Zeitgeist.
Partamos de la base de que bin Laden es un ciudadano saudí originario de Yemen hijo de una familia multimillonaria que ha medrado a base de hacer negocios con grandes fortunas occidentales, entre ellas la compañía Carlyle para la que trabajan todos los Bush. Con ellos y su dinero se embarcó Osama en la lucha contra la invasión soviética de Afganistán, en un pasado sospechosamente cercano. A partir de ahí, sin saber muy bien porqué, nuestro barbudo amigo Bin cayó del caballo proccidental y se unió a la yihad wahabbita. Su dinero y sus secuaces estuvieron en Bosnia, en Chechenia, en Indonesia, en los atentados en el sureste africano y, posteriormente, en el Afganistán de los talibán. A partir de ahí, todo se sabe, o eso nos dicen.
Hasta la madrugada del lunes en la que fue localizado, cercado y ajusticiado con dos tiros en la cabeza pese a estar desarmado. ¿No era más valioso vivo? ¿Por qué tardaron diez años en localizarle si se escondía a plena luz del día? ¿Por qué nadie comenta que su paradero fue conocido gracias a torturas en cárceles secretas? El supuesto enemigo público número uno del mundo libre no se escondía en una cochambrosa cueva de las áreas tribales de Tora Bora, sino en un lujoso complejo residencial al norte de la capital de Pakistán, como corresponde a un rico heredero. Algunos culparán al voluble gobierno de Islamabad, acusado de apoyar de soslayo a los talibán. Otros, los que áún no hemos visto el cadáver y no nos creemos las supuestas pruebas de ADN que proporciona el Pentágono, culpamos a EEUU. Alguien nos debe una explicación o empezaré a pensar que ni Obama es negro ni Aznar bebe vino.
Partamos de la base de que bin Laden es un ciudadano saudí originario de Yemen hijo de una familia multimillonaria que ha medrado a base de hacer negocios con grandes fortunas occidentales, entre ellas la compañía Carlyle para la que trabajan todos los Bush. Con ellos y su dinero se embarcó Osama en la lucha contra la invasión soviética de Afganistán, en un pasado sospechosamente cercano. A partir de ahí, sin saber muy bien porqué, nuestro barbudo amigo Bin cayó del caballo proccidental y se unió a la yihad wahabbita. Su dinero y sus secuaces estuvieron en Bosnia, en Chechenia, en Indonesia, en los atentados en el sureste africano y, posteriormente, en el Afganistán de los talibán. A partir de ahí, todo se sabe, o eso nos dicen.
Hasta la madrugada del lunes en la que fue localizado, cercado y ajusticiado con dos tiros en la cabeza pese a estar desarmado. ¿No era más valioso vivo? ¿Por qué tardaron diez años en localizarle si se escondía a plena luz del día? ¿Por qué nadie comenta que su paradero fue conocido gracias a torturas en cárceles secretas? El supuesto enemigo público número uno del mundo libre no se escondía en una cochambrosa cueva de las áreas tribales de Tora Bora, sino en un lujoso complejo residencial al norte de la capital de Pakistán, como corresponde a un rico heredero. Algunos culparán al voluble gobierno de Islamabad, acusado de apoyar de soslayo a los talibán. Otros, los que áún no hemos visto el cadáver y no nos creemos las supuestas pruebas de ADN que proporciona el Pentágono, culpamos a EEUU. Alguien nos debe una explicación o empezaré a pensar que ni Obama es negro ni Aznar bebe vino.
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