Últimamente me ronda por la cabeza la idea de que vivimos en el futuro, sólo que rara vez nos damos cuenta. Esta mañana, me he cruzado con un amigo que me dijo, sin darle mayor importancia al asunto, que se iba al centro a comprarse un robot. Así, como suena. Un robot, como quien dice un kilo de patatas. Uno siempre escucha hablar al final de los telediarios de prototipos de maquinejas humanoides de última generación que se presentan en extrañas ferias tecnológicas del lejano oriente. Pero, al final, te das cuenta de que este futuro que vivimos no se parece en nada al que nos enseñaron en las viejas películas. Nada de cohetes propulsores, ni el fin del hambre en el mundo, ni siquiera alguna historia creíble de marcianos que no apeste a credulidad y alcohol barato. En 2011 somos poco más que neandertales armados con kalashnikovs. Sin embargo, vivimos una época, la del paso del hombre que fabrica cosas al del esclavo de la maquinaria, en la que, de pronto, uno se plantea si no sería mejor ceder el paso a la inteligencia artificial y extinguirnos en una vorágine de caos primitivo y genuíno que haga honor a nuestra historia. O todo lo contrario. Creo que debería irme ya a dormir para que se me pase este puntazo de ludismo.
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1 divagando:
"El aspecto más triste de la vida actual es que la ciencia gana en conocimiento más rápidamente que la sociedad en sabiduría". Isaac Asimov
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