Otro de los mitos fundacionales del españolismo populachero de barra de bar, el de la felicidad suprema que se respira en Ehpaña debido al estilo de vida desenfadado, las costumbres hedonistas y la indiscutible calidad de su geografía y gastronomía, se viene abajo. Un estudio del Instituto Gallup -el CIS del primer mundo- asegura que el batiburrillo ibérico es uno de los países más tristes del continente y, a escala global, ocupa un discreto puesto 43, muy por debajo de lo que se cuchichea en los taxis. Justo detrás de Honduras, un país mucho más pobre, enclavado una región altamente deprimida por la falta de recursos y la guerra civil, donde hace apenas un año hablábamos de un golpe de estado y donde todavía hoy se vive en un clima de polarización extrema. Y además, les metimos dos a cero en el Mundial. Pero ni la Copa del Mundo de fútbol ni los triunfos de Rafa Nadal, ni siquiera las indiscutibles cañas y tapas, pueden subir la moral al nivel de otros como Malta, Belice, Guatemala, Kuwait, Turkmenistán, Israel o los Emiratos Árabes, dictaduras algunos, sometidos a la guerra sucia otros, pero todos ellos más felices que aquí.
Lideran la tabla de la alegría, por este orden, Dinamarca, Finlandia, Noruega, Suecia y Holanda. Sí, Holanda. Países con un fuerte componente social, con buenos niveles económicos, educativos y una repulsión histórica a cualquier forma de totalitarismo. Países europeos, como éste, pero sin parches, corruptelas, fascistadas, chapuzas y demás especialidades de la gobernancia local y sus secuaces. En aquella Europa, la precariedad laboral, el sectarismo y la represión se ven de lejos, justo cuando aquí empiezan a cotidianos. Muere el mito de la falta de luz, las elevadas tasas de suicidio y la sempiterna frialdad nórdica. Allá arriba, con el frío que hace, la están gozando. Y todas nuestras playas, nuestros bares, chistes, fiestas populares y ganas de juerga no consiguen equipararnos. Será el horizonte de no prosperidad que se nos presenta, con su anodino panorama político, económico, laboral y social donde todos se forran menos tú. Y tus vecinos. Y casi toda la gente que te cruzas en la calle y que tampoco ve un duro ni motivo para celebrarlo. Pintan bastos y la furia roja se viene abajo. A tono con la liquidez de nuestras cuentas, la duración de los contratos y la credibilidad de los políticos.
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