Vivir en Madrid implica acostumbrarse a ver ciertas cosas en su paisaje urbano. Inmigrantes de procedencia múltiple, señoras de bien, rojigualdas flameantes y, fundamentalmente, policías. Las ubicuas fuerzas de seguridad no descansan nunca y ocupan con frecuencia muchos rincones del centro de la capital. En otros, ni están ni se les espera, pero esa es otra historia. En la Castellana, en Atocha, en Plaza de España o en plena Puerta del Sol no es difícil encontrar, un día cualquiera, una pequeña tropa de furgones policiales blindados y agentes de la Nacional con ametralladoras. Desde hace un par de meses, son aun más visibles. Primero justificaron su presencia para dar seguridad a las múltiples reuniones que conlleva la presidencia de turno española de la UE. Posteriormente, fue para impedir altercados durante las celebraciones del Atlético de Madrid en Neptuno y del Barcelona en Cibeles. Hubo carga contra los colchoneros y, a los que fuimos a festejar la liga culé en el santuario blanco nos recibieron ocho grilleras y varias decenas de policía armados con rifles de repetición. ¿A quién iban a contener con semejante munición? ¿A un centenar escaso de barcelonistas, a un inexistente grupo de ultras madridistas? Esta semana, por la cumbre Europa-Iberoamérica, tomaron las inmediaciones del Hotel Villamagna para proteger a mandatarios y delegados extranjeros, acampando en tantas de seis en seis furgones en cada intersección de Recoletos, Banco de España y Neptuno, encaramados incluso a los puentes para cortar las vías de escape de cualquier posible peligro que sólo ellos pueden ver. El estado, la comunidad autónoma y el ayuntamiento han decidido utilizarles de barrera. El problema es que nadie sabe para contener qué.
Hasta aquí, todo normal. Cualquier país protege sus encuentros internacionales de primer nivel, a sus monumentos y las manifestaciones pacíficas para evitar a terroristas, hooligans y exaltados. El problema radica en que su presencia no sólo es disuasoria para los criminales, sino también intimidatoria para los viandantes y confusa en sus fines. Esos mismos policías que de día protegen a presidentes y ministros de Exteriores colaboran por la noche en controles policiales rutinarios destinados a los municipales. Esos mismos policías que acordonan las manifestaciones y concentraciones en Sol, bajan por las noches a la concurrida parada de metro para exigir los papeles a cualquier pasajero no-blanco. Es deleznable verles detener y cachear a inmigrantes rumanos, sudamericanos, árabes o subsaharianos sólo por su apariencia. Pero todo tiene una explicación. Los mandos asignan cuotas de detención de irregulares y ofrecen días libres a aquellos que trabajan en extranjería dependiendo de si cumplen con esos objetivos. Estas redadas raciales, denunciadas por colectivos de inmigrantes y de derechos humanos, tienen lugar en puntos especialmente mestizos, como la Plaza de Lavapiés, el distrito de Latina, los intercambiadores de transporte o las callejuelas de Bravo Murillo. Alguien debería decir de una vez en voz alta por qué nos están ocupando los sicarios. Puede ser, corríjanme si me equivoco, porque hoy mismo el parlamento aprueba el mayor recorte social de la historia. En la calle, da la impresión de que estamos, o estaremos pronto, todos detenidos.
1 divagando:
Bueno amigo. La policía es racista. No todos, pero la mayoría de ellos hablan mal de todos los inmigrantes mientras arreglan el mundo con políticas de ultraderecha. El problema es nuestro. Si tenemos unos cuerpos policiales de esta guisa es porque nuestra población piensa lo mismo. La policía es un reflejo de la sociedad. Allí dentro hay de todo.
salut!
Enric
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