Escrito en la sangre

Hay familias marcadas por un determinado fatum que define sus pasos generación tras generación. La vena literaria de los Dumas, el ramalazo pictórico de los Brueghel o el ansia de poder de los Kennedy son buen ejemplo de lo que supone llevar escrito en el ADN un futuro condenado a repetirse. Otras, en cambio, parecen destinadas al escándalo, la tiranía o el odio. Esta constante parece plasmada en la sangre de los Franco. Podría decirse que el mejor parado de esta dinastía fue el mismo dictador, conocido entre las tropas coloniales por su suerte providencial tras sobrevivir a varias heridas de guerra y por saber imponerse en un bando plagado de sables, arribistas y ambiciosos ultramontanos durante cuarenta años. Sólo dos máculas empañan la consabida baraka del autócrata: su escasa virilidad, tras perder en África una de sus gónadas y seis o siete tonos de voz, y una larga agonía en vida, plagada de gestos seniles y heces en forma de melena.


El estigma de los Franco puede tener su origen en el vínculo de la familia paterna con la Marina y la conocida y fructífera relación de este estamento militar con los placeres oscuros de las cantinas de puerto. Sea como fuere, su hermano Nicolás ya fue famoso por sus dotes de mujeriego intrépido y aviador sin miedo, tan capaz de protagonizar la segunda travesía transatlántica en un hidroavión desde Palos de la Frontera a Buenos Aires -la primera, como no, corresponde a los portugueses Coutinho y Cabral- como de coquetear con la masonería y el comunismo, todo ello salpimentado con múltiples incidentes protagonizados por prostitutas de postín, licores caros y cánticos exaltados de la Marsellesa y el Himno de Riego. El pequeño dictador debió tener estos devaneos familiares en cuenta a la hora de casar a su única hija con un médico de renombre. Más ambicioso y peor escogido fue el enlace de su nietísima, Carmen Martínez Bordiú, con uno de los renegados de la familia real española, el pretendiente al trono de Francia Alfonso de Borbón, también candidato a la sucesión de Franco por si fallaba nuestro amigo Juancar. Mal salieron estas cuentas, ya que, apenas el generalito empezó a criar malvas en su valle de la vergüenza, el aristócrata repudió a su esposa tras múltiples amoríos e intentó huir. Digo intentó porque, al poco de su divorcio -cruel coincidencia, fue uno de los primeros en España- fallecería decapitado esquíando en EEUU tras enterrar a su propio hijo.


Tras la larga agonía del tirano, comienza a acentuarse el destino agridulce de los Franco. Finado el pater familias, los bancos ya no conceden créditos sin garantías y las joyerías se niegan a regalar por decreto al séquito de "la Collares". Sin poder más allá del Pazo de Meirás -aún hoy bajo expolio de la frustrada dinastía imperial-, la familia comienza a desintegrarse. Una de las siete nietas, María del Mar, se casa con Jimmy Giménez Arnau, poco después condenado a prisión por narcotráfico y luego reconvertido en pope de la prensa rosa. Más tarde, tras dos divorcios -y con el abuelo revolviéndose en su tumba- se rumorearía que se la beneficiaba Felipe González antes de poner pies en polvorosa y establecerse en las remotas Islas Vírgenes Estadounidenses. Otro de sus nietos, Francisco, invirtió el orden de sus apellidos y terminó rebautizado bajo el sobrenombre ochentero de "Francis" Franco, intentado así imponerse como portador del legado familiar y consiguiendo únicamente gestionar la menguante fortuna. El heredero sin trono fue detenido un par de veces emulando a su abuelo en la caza furtiva, estuvo a punto de ser procesado por hurto, falsificación y fraude en su exilio dorado en el Chile de Pinochet, fue denunciado por agresión xenófoba a una vigilante de seguridad de origen ecuatoriano y aparece de refilón en los sumarios de la trama Gürtel. Así es el orgullo de la familia y actual patriarca del clan. En cambio, su hermana Maria de la O sufrió cierto resquemor del abuelo por casarse con el hijo de un coronel republicano condenado por él mismo a trabajos forzados. A José Cristobal, uno de los más jóvenes, los ultras le colgaron el sambenito de "salvación de España" cuando ingresó en el ejército. Poco después, atropelló a un peatón en circunstancias poco claras y colgó el uniforme "porque me hacía cara de gilipollas" (sic). Consumaría la comedia bufa huyendo a Nueva York a enlazarse por lo civil con la modelo Jose Toledo. Todo un escarnio. Pero nada comparable con la "nietísima", divorciada y orgullosa, bailarina avezada en los platós de televisión y personaje de referencia en el mundillo del papel cuché.


¿Y por qué este análisis de la saga tragicómica del generalito? Da hasta grima hablar de ellos porque su apellido ya sólo aparece -afortunadamente- en la prensa rosa o la de sucesos. Precisamente por eso, el más joven de sus nietos, Jaime Martínez-Bordiú Franco, acaba de ser imputado por un tribunal valenciano tras incautársele seis kilos de cocaína. Ni más ni menos. Jaime, al que el juez ha retirado la Visa Oro y el carnet de patrón de yate, es un viejo conocido de la Ley, tras sus condenas por malos tratos a su mujer y por amenazar a un conductor con su pistola tras un accidente de tráfico. Una ficha policial nada envidiable y un patibulario parecido con Ortega y Pacheco. La perla de la dinastía Franco ha evitado hasta ahora la cárcel, pero, no sin cierta rechufla para los represaliados de la dictadura, parece ser que al fin uno de los suyos irá a comer pan duro tras las barras de un penal. Una pena que el yayo no esté aquí para verlo. En su familia, como en casi todas, el árbol genealógico esconde vergüenzas imposibles de ocultar y también ironías macabras. El hogar más católico de la España victoriosa y mártir ha criado a un par de divorciadas en serie, un presunto narcotraficante violento, un pacifista amancebado, un neofascista corrupto y una artista de variedades. En casa del herrero, sus obsesiones han terminado por crucificarles.


Ya que hablamos de familia, otra que nos cae muy cerca vive hoy un día de déjà vu. La Ertzaintza detuvo ayer en Bilbo al concejal socialista Koldo Méndez Gallego por abuchear a los herederos al trono y pedir la muerte de la monarquía. Su delito, como el de los dibujantes de El Jueves o los periodistas de Kale Gorria, insulto a la Casa Real. Casi treinta años antes, nadie tocó un pelo a los diputados de PNV, EE y Herri Batasuna que abuchearon a Juan Carlos en su visita a Gernika. Avanzamos, una vez más, en dirección contraria.

1 divagando:

Enric Draven disse...

Amigo, yo cuando toca hablar de una democracia que se ve alterada por restos de la dictadura, me pongo de mala hostia. No es que no tenga capacidad para entenderlo, es que no quiero aceptarlo. Son mierda. Son la mugre que no se va ni con agua caliente... cuando pienso que han hecho de sus vidas drogas y famoseo, y viven como reyes gracias a lo que expoliaron matando, me pongo de mala leche.

SAaaaaaaaaaalut V!

Enric
PD:maldita sea, por no hablar de cierto PartidoPolitico que esta formado por los hijos, sobrinos y nietos de los militares golpistas...

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