Perdónenme el atrevimiento, pero hoy he decidido regalarme un día a mi antojo. Un día a mi gusto, para variar. Al salir de la radio, me bajé dando un paseo a casa. Busqué un hueco en la barra del mejor bar del barrio y pedí mi desayuno favorito: pinchito de tortilla y zumo de naranja. Como cuando era un niño, que podía escoger hartarme de lo que me diera la gana sólo por un día. Es una banalidad, pero se aprende a valorar este tipo de caprichos infantiles cuando uno necesita marcar una diferencia entre las demás cifras del calendario. Hay que mimarse más, que menos no se puede. Nunca se sabe que minucia del día a día puede arrancarte una sonrisa. Como llegar a casa, arrancarte la ropa de encima, atender a las llamadas de los auténticos y resolver los quehaceres del hogar cantando a los Chunguitos a viva voz. Párrafo corto, una ducha con la música a todo volumen y corriendo a la calle a desenfundar la Nikon y a arrancarle sonrisas a las viandantes. De tarde, para cerrar la jornada de festejos tras el descanso de rigor, los auténticos vendrán a conmemorarlo todo a la vera de unas cañas. A mi edad, Jimmy Hendrix y Jim Morrison estrenaron su último año en directo, así que mejor no demorarse. Ese será mi modesto tributo a mí mismo y no necesito más. No todos los días vienen envueltos en papel bonito como éste. Sopladas las velas, este niño ya puede jugar con su regalo.
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1 divagando:
Me gustan tus días.
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