Manuel Fernández, "Pahiño"

El fútbol español de posguerra, como el de cualquier dictadura, esconde momentos indignos, figuras instrumentalizadas por la propaganda oficial y héroes trágicos borrados injustamente de las páginas de la historia. Este es el caso de Manuel Fernández, conocido como Pahiño, uno de los mejores arietes del fútbol peninsular, que fue y sigue siendo ignorado por su condición de sospechoso para el Régimen. Pero empecemos la historia por el principio.

Manuel Fernández Fernández nació una mañana de enero de 1923 en la comarca viguesa de San Paio de Navia. Criado en el seno de una familia de pescadores, evitó de milagro ser reclutado forzosamente en la Guerra Civil y comenzó a pegar patadas a una pelota en el club de su pueblo, el Navia, donde en apenas unos meses llamó la atención del histórico Arenas de Alcabre. Superada la mayoría de edad y el servicio militar, su carrera comienza a despegar cuando el Celta de Vigo llama a su puerta. Se iniciarían así cinco años históricos para la entidad celtiña, en los que sesenta y nueve goles de Pahiño sirven para encaramar al equipo a la cuarta plaza de la primera división y alcanzar el subcampeonato de la Copa en 1948. El rectángulo de Balaídos fue en aquella época un feudo inexpugnable, en el que el Athletic de Bilbao firmó un 5-1 o el todopoderoso Real Madrid sendos 4-1, tanto en casa como a domicilio. Asociado al gran Hermidita, Pahiño alcanzó su primer título de máximo goleador con 23 tantos. Sin embargo, ello no significó que su paso por el club no estuviese salpicado de problemas. El ariete no sabe de esconderse y nadar con la corriente. Tanto dentro como fuera del campo, Pahiño es un hombre valiente, combativo y con un marcado sentido de lo que es justo, pese a los tiempos que corren. Pese a ser el jugador más decisivo de la plantilla, era el peor pagado. Cada vez que se quejaba, los directivos le señalaban como rebelde y problemático, amenazándole veladamente con el ostracismo. Y siempre le pedían más. En el partido decisivo para el ascenso, contra el Granada, el defensa andaluz Millán González rompe de un plantillazo el peroné del delantero gallego, que ya había marcado dos veces en apenas cuarenta minutos de juego. Moncho Encinas, el míster céltico, le venda la pierna y le obliga a seguir. Pahiño aguanta la hora restante sobre el terreno de juego, demostrando un temple y un coraje que hoy parecería incluso ingenuo.

Después de cinco temporadas aupando al Celta a lo más alto, llega la gran oportunidad. El Real Madrid llama a su puerta y, junto con su compañero, el ex seleccionador Miguel Muñoz, se trasladan a la capital. Allí, el ariete supo ganarse la admiración de la hinchada y el respeto de los rivales, jugando más de 124 partidos en cinco temporadas, consiguiendo un total de 108 goles y su segundo trofeo al máximo goleador en 1952. En el Madrid de principios de los cincuenta, antes de que aterrizaran Raymond Kopa, Ferenc Puskas o Paco Gento y se alcanzase la gesta de las seis copas de Europa en diez años, Pahiño supo hacer historia, al mismo tiempo que su carácter y su sinceridad iban granjeándole enemistades cada vez mejor posicionadas. Quizás fue por eso que el mejor goleador de la época sólo vistió cuatro veces la camiseta de la selección, incluso puede que su ausencia explique la eliminación del combinado capitaneado por Zarra en la ronda previa al Mundial de 1954, pese a haber quedado en cuarta plaza en la edición anterior.

Con el accidentado fichaje de Di Stéfano en el verano de 1953, la directiva madridista decidió deshacerse del ariete gallego, que termina recalando en el Deportivo de A Coruña, donde coincidió con la mejor generación de futbolistas gallegos. Juan Acuña, cuatro veces ganador del Zamora, otro de los futbolistas injustamente represaliados por el Régimen, defendía magistralmente el arco, mientras Chacho, Chao y un jovencísimo Luis Suarez completaban el once deportivista. Pahiño mantuvo su registro anotador en aquella oficiosa selección gallega camuflada en el club herculino con cuarenta y seis goles en setenta partidos y supo ganarse el cariño de la afición turca pese a su origen olívico. Tras dos temporadas en A Coruña, un último año en primera división en las filas del Granada pone el punto y final a una carrera soberbia, tan sólo truncada en parte por las envidias y los servilismos del fascismo. Cuando se retiró, en 1957, las estadísticas del ariete de Navia hablan por sí solas: doscientos setenta y ocho partidos jugados y doscientos diez goles marcados, un promedio de tres goles cada cuatro encuentros.

Pahiño nunca fue un jugador al uso. Lector voraz de Dostoievski y Ramón Cabanillas, libertario, disciplinado y aventurero, supo ganarse a sus entrenadores y hacerse respetar por los defensas carniceros de la época. Pero le negaron mayores glorias. En sus propias palabras, "gocé del peor de los amores, el amor propio". Hoy día, Manuel Fernández es un abuelo casi anónimo en las calles de Vigo y el fútbol, gallego y español, todavía sigue huérfano de aquellos jugadores aguerridos que se atrevieron a ser ellos mismos en el peor momento de nuestra historia.

1 divagando:

Anónimo disse...

Una leyenda Pahiño...digno de hacer una película.El jugador de fútbol puro coraje,dentro y fuera del campo.Muchos a día de hoy tendrían que aprender de lo que fue este hombre.
Un simple campo de fútbol en su pueblo le hace mención en la Historia....habrá que esperar a que muera para tirarle flores y alabanzas.
Zarra llevó la fama...pero los goles eran cosa del gallego indómito Pahiño.

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