Uno entre tantos

Ya no estoy muy seguro de saber quien soy, hay demasiados “yos”. Manan de mí como fantasmas, escabulléndose para cometer actos de los que puedo o no hacerme responsable. No sé por donde empezar. Tan sólo con aflojar un centímetro la delgada tela de araña que nos une, puedo sentir sus voces susurrándome impertinencias al oído. Como un suicida se deja ir hacia el vacío, dejo que mis pasos se pierdan en mi jardín privado de flores del mal.

Al segundo de bajar la guardia, mil puños se alzan de la nada para tomar el timón de esta nave desgobernada. Sus caminos son tortuosos y me guían por paisajes mórbidos. Me empujan irremediablemente hacia precipicios y filos de navaja, me trasportan a absurdos oníricos, intentan convencerme de que todo está en mi contra, golpean mis nudillos contra las paredes y se beben mi peor whisky. Siento su aliento frío en mi cogote, manos heladas que acarician el filo de mi espalda, pisadas en el tejado. Me arrastran a lo que no quiero o no me atrevo a hacer, llevándome cuesta abajo en la mayor de las espirales descendentes, al mismo tiempo que susurran en mi oído las viejas historias que logran salvarme de la locura. La seductora sombra de la autodestrucción junto a la búsqueda interminable de paz. Unos me persiguen, otros huyen de mí. Algunos son tan sólo recuerdos, retazos del pasado que vuelven para atormentarme con viejos reproches que creí haber amputado de mi memoria mucho atrás.

Todos desfilan ante mí, representando su propio papel en este delirio lúcido de sentirme tan extraño de mí mismo, disuelto en mil pedazos de materia que parecen desear con todas sus fuerzas no permanecer unidos. Existen, sin embargo, algunos que me embriagan, sumergiéndome en efímeros paraísos artificiales, poseyendo mi mano para escribir con mi propia sangre relatos imposibles, haciendo volar mi mente en mil direcciones opuestas. A veces, incluso, me han ofrecido refugio para pasar la tormenta. Porque a veces, y sólo a veces, todos mis avatares se unen para mantener en pie la tela de araña que nos mantiene unidos. Unidos por una melancolía sin nombre ni rostro, mis múltiples versiones y yo nos seguimos reuniendo cada amanecer, sosteniéndonos la mirada, intentando el equilibrio imposible de un puzzle con demasiadas piezas que no encajan.

Al final del día, mis otros y yo nos encontramos para que puedan continuar perturbando mi mente con sus juegos privados, envenenando mis sueños y entreteniendo mis desvelos. Encaramados al cabecero de mi cama, dormimos con los ojos abiertos para ver de cerca el abismo. Ahora mismo, acabo de reconciliarme con uno de ellos. Uno entre tantos.

0 divagando:

top