Derrumbado sobre la mesa, a duras penas erguido sobre un bolígrafo clavado en una cuartilla. Insomnio envuelto en tinta. Muerden los perros la boca de mi estómago mientras un demonio anida en mis pensamientos. Mi viejo demonio dedica su tiempo a joderme la cabeza con su juego de medias verdades, envenenando mis sueños de vigilia. Juguemos a mentir, propone. Intento esquivar su envite, apartar la mente de ese goteo incesante que termina irremediablemente por quebrar la roca.
Hay mentiras blancas y mentiras negras, dice, y, evidentemente, también existen tantas gamas de grises como excusas acudan a tu lengua para negar lo evidente. Algunas parecen justificables, otras se ofrecen como la única salida; mentiras, en definitiva, que ahorran el dolor con la fría eficacia de una cuchilla. Mira a tu alrededor, prosigue, todos mienten, todos agachan sus cabezas tras una máscara que les ahorre la vergüenza de asumir en lo que se han convertido. La mentira es como las navajas, más eficaz cuanto más corta sea la distancia, así que asume, amigo mío, añadió sarcástico, que nadie te mentirá tanto como tú mismo.
Aparto su voz de mi mente, alejándome de la espesa atmósfera en la que me sumergen sus delirios. Enciendo una antorcha, que alimente al dragón que duerme en mis entrañas, aletargado en mis desvaríos. Afuera es tan tarde que es casi temprano y el frío se cuela por las rendijas de la ventana. Frente al espejo, mi reflejo se esfuerza en darle la razón a mi viejo amigo, ya no queda nada más que hacer que asumir la cruda inercia de esta tragicomedia sórdida en el que vivimos. Fundido a negro. De súpeto, unha faísca fai prender un lume antergo. Una chispa. Ante mis ojos, la cálida perspectiva de la redención. Como en el final de Weeds, me aferraré al ejemplo pirómano de Nancy Botwin.
Hay mentiras blancas y mentiras negras, dice, y, evidentemente, también existen tantas gamas de grises como excusas acudan a tu lengua para negar lo evidente. Algunas parecen justificables, otras se ofrecen como la única salida; mentiras, en definitiva, que ahorran el dolor con la fría eficacia de una cuchilla. Mira a tu alrededor, prosigue, todos mienten, todos agachan sus cabezas tras una máscara que les ahorre la vergüenza de asumir en lo que se han convertido. La mentira es como las navajas, más eficaz cuanto más corta sea la distancia, así que asume, amigo mío, añadió sarcástico, que nadie te mentirá tanto como tú mismo.
Aparto su voz de mi mente, alejándome de la espesa atmósfera en la que me sumergen sus delirios. Enciendo una antorcha, que alimente al dragón que duerme en mis entrañas, aletargado en mis desvaríos. Afuera es tan tarde que es casi temprano y el frío se cuela por las rendijas de la ventana. Frente al espejo, mi reflejo se esfuerza en darle la razón a mi viejo amigo, ya no queda nada más que hacer que asumir la cruda inercia de esta tragicomedia sórdida en el que vivimos. Fundido a negro. De súpeto, unha faísca fai prender un lume antergo. Una chispa. Ante mis ojos, la cálida perspectiva de la redención. Como en el final de Weeds, me aferraré al ejemplo pirómano de Nancy Botwin.


"Voy a empaparme en gasolina una vez más,
voy a rasparme a ver si prendo
y recorrer de punta a punta la ciudad
quemando nuestros malos sueños"
voy a rasparme a ver si prendo
y recorrer de punta a punta la ciudad
quemando nuestros malos sueños"
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