

then don´t come around
'cause I'm gonna burn one down ...

Muy pocos de los recuerdos que llevas cosidos a las piel son realmente buenos. La mayor parte de los fantasmas que llevamos siempre encima son puro remordimiento, frustración, dolor o simplemente pena. Es el lastre que simplemente no puedes achicar. Los otros, los momentos que sin duda merece la pena preservar del olvido, deberían ser totalmente electivos, poder simplemente decir: “no te mereces un segundo más de mi vida, si he tener algún buen recuerdo, que no sea tuyo”.
Las máquinas tienen suerte de poder formatearse y olvidar. Nosotros, raza maldita de Sísifo, estamos condenados a recordar con dolor lo que realmente quisimos, condenados al bucle cíclico de desear-tener-perder-añorar. Esa es mi nueva meta, romper el círculo vicioso y empezar a describir mi propia órbita elíptica y poder simplemente vagar. Ser dueño del olvido, el dulce y analgésico esquecemento. Tan sólo wandering, perderse y no volver a mirar atrás.
Puede que esta canción sea una de mis debilidades, pero, de cualquier modo, este videoclip de 1992 es historia. Su director, el francés Stéphane Sednaoui, es uno de los más grandes creadores de videoclips de los últimos tiempos, responsable de "Give it away", "Scar tissue" o "Around the world" de los Red Hot o de "Today" de Smashing Pumpkins. Sofia Coppola, antes de la tercera parte de El Padrino y muchísimo antes de Lost in Translation, es la antiheroína de nuestra historia. De los Black Crowes, nada que añadir.
... so don´t you surrender
´cause sometimes salvation
in the eye of the storm ...
but does anybody know I'm gonna move like hell,
they're never gonna know cause I move like hell...





Robert Leroy Johnson, uno de los padres del auténtico blues del Delta, vendió su alma para tocar como el mismo diablo. Apenas un veinteañero, consiguió ser el músico favorito de las fiestas del sábado noche, donde se bebía whisky ilegal, se alternaba con mujeres dudosas y se convertían los cánticos espirituales en puro blues.
La historia del bluesman maldito siempre ha existido al filo de la leyenda. No se sabe con certeza en que fecha vino al mundo, ni si era mayor de edad al enterrar a su mujer y a su hijo recién nacido. Sólo sabemos que cuando el viejo maestro Son House le vio tocar por primera vez, el diablo tocaba blues a través de sus manos.
El trato ofrecía a Johnson ocho años de gloria como músico a cambio de la eternidad. Tuvo tiempo suficiente para crear escuela y para hacerse muchos enemigos. Su música enloquecía a los hombres y atrapaba a las mujeres. Una noche de 1938, en un garito polvoriento, Robert tocó y bebió con su estilo endiablado. Una mujer le acompañaba al terminar la fiesta. A la mañana siguiente, con tan sólo 27 años, el mejor bluesman de los primeros tiempos, amanecía muerto en su habitación.De su muerte, como en toda buena historia, circulan muchas versiones. Sífilis, neumonía o quizás bourbon envenenado con estricnina por algún marido celoso. Hell hound on my trail, cantó poco antes de morir. De Robert Johnson sólo se conservan dos fotografías y cuarenta y dos canciones grabadas en la habitación de un hotel de Texas un año antes de morir. La leyenda de la música del diablo acababa de dar comienzo.
No es habitual. Lo sé. Sólo puedo deciros que la canción lo merece. Es uno de esos pedazos de pasado que te asaltan de improviso y te devuelven reflejos de tí mismo que ni recordabas. Stone Temple Pilots, finales de los noventa, lluvia, humo, hedonismo y angel dust. Brindemos, como en las grandes ocasiones, a la salud de los auténticos viejos tiempos.