La reacción de la prensa occidental a la victoria de un candidato islamista en Egipto es poco menos que contradictoria. En las primeras elecciones democráticas que se celebran en el país tras tres décadas de dominio omnímodo del rais Mubarak, los ciudadanos han elegido a Mohamed Morsi, candidato de los Hermanos Musulmanes, con un estrecho margen de apenas tres puntos sobre su rival, Ahmed Shafiq, último primer ministro del antiguo régimen. Los candidatos con mejor imagen exterior, como el liberal Amr Mussa o el naserista Hamdin Sabahi, se hundieron en la primera vuelta de las presidenciales, dando paso a un cara o cruz entre el continuismo laico y autoritario de Shafiq y el ambiguo programa social y religioso de Morsi. Mientras, en las alturas, la junta militar que derrocó a Mubarak tras la revuelta de la plaza Tahrir ha intentado influir en el proceso con medidas de dudosa legitimidad, buscando una influencia similar a la de la dictadura militar turca de los años 70 y 80. El laicismo de corte democrático y aperturista que prendió la chispa de la primavera árabe ha desaparecido del debate, al igual que ha sucedido en mayor o menor medida en Túnez o Libia. Gobiernos claramente totalitarios como el de Gaddafi, Mubarak o Ben Ali suponían la barrera laica dentro de una región turbulenta, amenazada por la presencia de grupos terroristas de alcance internacional y en la que fluye sospechosamente el dinero saudí o iraní. Derribada esta barrera, el islamismo ha puesto pie en el Mediterráneo central y Occidente no tiene muy claro hasta qué punto puede convivir con ello.
En Europa y Norteamérica, la perplejidad desde el inicio de las revueltas árabe da paso al miedo al islamismo en el poder. Los mismos medios que respaldan en casa a partidos políticos abiertamente confesionales, claman a favor del laicismo cuando un país árabe elige a un líder con un programa religioso. Exactamente los mismos voceros que exigían con virulencia que la UE incluyese en su fallida constitución los principios cristianos, los mismos que defienden el poder temporal de la iglesia o que claman contra una crisis de valores a causa del relativismo y el ateísmo. La propia conferencia episcopal no se priva de realizar comentarios sobre política, economía o salud e incluso urgen homilías favorables a sus intereses en período electoral. Tertulianos y editorialistas claman contra el velo en los espacios públicos, sin ofenderse lo más mínimo por la presencia de cruces y sacerdotes en actos institucionales. No molesta la mantilla y la peineta de la presidenta manchega y secretaria general del PP, María Dolores Cospedal, en la semana santa de Toledo, ni las bochornosas subvenciones y corruptelas en las "visitas de evangelización" de Benedicto XVI. El Vaticano aún debe dinero a los hosteleros madrileños por los descuentos a los peregrinos de la JMJ. Pero, desde su propia visión extremista, es mucho más dañino ver mujeres con hijab por la calle. En EEUU, la creación del mundo a través del dios cristiano se enseña en algunas escuelas públicas que han prohibido el estudio de la teoría de la evolución. Es evidente decir que ningún candidato llegará nunca a la Casa Blanca sin el apoyo de una confesión religiosa u otra. ¿Recuerdan los discursos de Reagan o los Bush poniendo a dios de su parte para iniciar una intervención militar? Los laicos tampoco parecen encontrar el respaldo en Occidente que sus medios reclaman para las fuerzas políticas no religiosas del mundo árabe. Será que los extremistas sólo son malos cuando no se trata de los nuestros.
1 divagando:
la gaceta en el resumen de prensa de giosto maffeo, "no es un día cualquiera" de pepa fernández en RNE
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