Rito iniciático


A menos de 24 horas para poner fin a la veintena, todo parece más o menos igual que siempre, como si el ritual de paso se hubiese olvidado de mí. Entrar en los treinta suena grandilocuente, como si la madurez estuviese asegurada y me estuviese esperando mañana a primera hora. Muchos a mi alrededor me recuerdan que esta será una fecha como otra cualquiera, en una edad como tantas otras, y que los treinta han perdido su significado de final de la juventud, en parte porque, en este mundo en recesión social, muchos cobramos sueldos de aprendiz que no dan más que para malvivir en pisos destinados a gente más acostumbrada al bullicio juvenil del apartamento a compartir. La crisis también nos ha robado los ritos iniciáticos y las ceremonias de paso a la madurez, transformándolos en un ir tirando entre día gris y día negro. 
Mirando hacia atrás, no puedo quejarme de las tres décadas que ya he vivido. De los primeros diez años, recuerdo la casa en la que me crié, las manos de mi abuela, los recreos, mi perro jugando con los charcos de lluvia y los largos veranos de bañador, bici y pelota de futbol. Los diez siguientes fueron años de querer estar en la calle, me descubrieron el mundo y me enseñaron a escribir y las cuatro cosas que sé de la vida. Casi todas, primero me las dijo mi abuelo y luego las aprendí escarmentando en carne propia. Estos últimos diez o doce años los ha dibujado Madrid a mano alzada y Galiza a dolorosa distancia, con tachones, filigranas y anarquía. En ellos, he conocido cuantos lugares han estado al alcance y he recopilado un buen elenco de personajes que merecen una caña al menos una vez a la semana. He sabido lo que ganarme lo que es mío, a veces dejándome pedazos sangrantes de mi interior por el camino. Aprendí que el árbol se dobla, pero no hay viento capaz de desarraigarlo, y que hay que amar lo que se tiene como si fuese a perderse en cualquier momento.
Decía que nada varía ahora que terminan mis veinte y algo, pero visto de cerca, todo parece a punto de cambiar. La radio sigue llamandome a horas intempestivas, aunque hay socios y proyectos que prometen darle emoción a mi hoja de vida laboral. Escribo desde la terraza, encaramado sobre la Guindalera, pero pronto embalaré mis bártulos en cartón y me iré a vivir con ella. Adecuado cambio de escenario, en la compañía deseada, para jugarse en un mano a mano el reto de desafiar la rutina. No podía encontrar una aliada mejor para iniciar esta etapa. He ajustado cuentas con mi karma y puedo decir que he plantado un árbol, he hecho puenting, he cruzado el charco, he dormido al raso, he trabajado en lo que de verdad me gusta hacer, he botado con Rage Against the Machine, con Iggy Pop, con Soziedad Alkohólica y con Los Suaves, he probado los placeres amargos, he desfilado en el Mardi Gras, he enterrado a un amigo, he seguido aprendiendo y he escrito este libro sin páginas que ya tiene siete años. A menos de 24 horas de los treinta, estoy en paz conmigo mismo aunque me deje llevar por mil demonios. Si no, no sería lo mismo.

Same old song


Nueva Orleans de nuevo bajo la tormenta. Justo ayer se cumplieron siete años desde que el huracán Katrina arrasó la ciudad, inundando el 80% de su superficie y dejando el resto en manos de la suerte. Hoy, los medios proclaman que la ciudad se ha salvado de una nueva catástrofe pero, como hace siete años, están olvidando parte fundamental de los hechos. El huracán Isaac, un fenómeno de menor fuerza que el Katrina y que descendió a categoría de tormenta tropical en cuanto tocó tierra, ha conseguido rebasar parte de los diques que el gobierno aseguró que mantendrían la ciudad a salvo durante siglos. La parroquia de Plaquemines, al norte, ha sido inundada de nuevo, devolviéndonos a la retina imágenes de hace siete años. Casas sumergidas hasta la segunda planta, familias subidas a los tejados esperando el rescate y supervivientes apiñados en barcazas. El horror que juraron haber solucionado se repite de nuevo y no es descabellado pensar que otra tormenta de potencia similar al Katrina vuelva a arrasar Nueva Orleans, quizá para siempre. No en vano la llaman "the city that care forgot".


Hoy hace siete años, la entonces gobernadora demócrata de Louisiana, Kathleen Blanco, ordenó la evacuación total de la ciudad, incluidos los barrios que no habían sido afectados por el Katrina. Días antes, los residentes habían sido conducidos al Superdome para que se refugiaran, confinando en un espacio inhóspito a más de veinte mil personas y permitiendo que la ley del más fuerte fuese degenerando. Robos, violaciones y peleas bajo la mirada inmóvil de trescientos guardias nacionales, cuya única misión era la de evitar que los refugiados, casi todos ellos negros, abandonasen el estadio. Uno de los evacuados se arrojó al vacío desde las gradas más elevadas, sobrepasado por la devastación y la degradación de lo que fue su hogar. Poco después, Blanco pidió al gobierno federal y a los estados vecinos el envío de tropas para frenar los saqueos. Lo que recibió fue a 24.000 soldados recién llegados de Irak que impusieron su ley sin cortapisas legales o constitucionales. Los 10.000 millones de dólares en ayudas prometidas por Washington tardaron casi cuatro años en llegar y se invirtieron en remozar el centro financiero de la ciudad y en unos diques irrompibles que ayer reventaron en dos tramos. 


El actual gobernador republicano de Louisiana, Bobby Jindal, ya ha pedido a la Casa Blanca más ayuda para paliar los daños. El huracán Isaac ha complicado mucho el plan de gentrificación de Nueva Orleans, con el que la clase política y los promotores prentenden convertir el sur del estado en una nueva Florida a la que acudan a jubilarse plácidamente ancianos acomodados de todo el país. Su plan es sencillo. La reconstrucción tras el Katrina se hizo a expensas de la población más pobre y con la finalidad de decolorar racialmente una ciudad en la que cuatro de cada cinco habitantes son negros. Por ello, algunos barrios que resistieron intactos a la tormenta han sido derribados y se ponen trabas burocráticas a quienes regresan desde Baton Rouge o Houston, como se muestra en la serie de David Simon, Treme. Pone la piel de gallina internarse en el Ninth Ward y ver como nueve de cada diez parcelas albergan viviendas en ruinas o simplemente cimientos desenterrados. Sin embargo, su plan para atraer rentas más altas a la ciudad falla en el mismo punto en el que los diques no soportan el embate de la crecida en el rio Mississippi y el lago Pontchartrain. Su codicia urbanística no había previsto la necesidad de construir barreras duraderas. Por eso, en Nueva Orleans, los meses de agosto acaban en tragedia. Inexplicablemente, no dejo de pensar en volver, mientras quede algo en pie. Sé que merecería la pena porque, de algún modo, sé que la Crescent City seguirá ahí, negándose testarudamente a convertirse en ruinas para turistas.


El lustro robado


Hoy, 9 de agosto, se cumplen cinco años desde el comienzo de la crisis. Aquel día aprendimos los que significaba subprime y comenzamos a ver como sumas multimillonarias de dinero público comenzaban a trasvasarse desenfrenadamente al sector financiero. Un 9 de agosto de 2007, el Banco Central Europeo y la Reserva Federal de EEUU inyectaron 90.000 millones de euros en los mercados, después de que el banco francés BNP Paribas reconociese que 3 de sus fondos se habían vaciado completamente. A partir de ese momento, comenzó la cuesta abajo. Tras varios años jugando con fuego en los mercados de derivados, muchos bancos y fondos de inversión comenzaron a venirse abajo. Primero fue el británico Northern Rock, que solicitó ayuda estatal en septiembre de ese mismo año y fue finalmente nacionalizado en febrero de 2008. El verano siguiente, fue el turno de las prestamistas estadounidenses Freddie Mac y Fannie Mae, que sirvieron de teloneros del gran batacazo financiero, el de Lehman Brothers. En aquellos días, nos dijeron que todo estaba resuelto, que el mercado se autoajustaría por sí solo y que era necesaria una reforma ética del capitalismo. Todo mentira, evidentemente. Pocos meses después, la crisis se trasladaba del sector financiero al estatal con el descubrimiento del enorme fraude contable en las finanzas públicas de Grecia. Y el resto ya es sobradamente conocido. Dinero público sale de las arcas del estado para sanear a los bancos y éstos emplean los fondos en seguir especulando en lugar de ofrecer créditos a la economía real.


Aún hoy, cinco años después, seguimos escuchando que la crisis no es producto de la avaricia desmedida de eso que se conoce como mercados. Según los iluminados de la economía en crisis, la culpa es del ciudadano, ese que pidió créditos sin saber si podía pagarlos hasta ahogarse en plazos y letras. Todos lo hemos visto, empleados con contratos temporales comprándose una segunda vivienda y las autopistas plagadas de Audis y Porsches Cayenne. Pero esta supuesta verdad no es del todo cierta. Según un estudio recientemente publicado por ATTAC, el 49'9% de los hogares españoles no tenía ningún tipo de crédito o deuda en 2008, por lo que de ninguna manera pudieron provocar el colapso bancario ni endeudarse por encima de sus posibilidades. Por otra parte, analizando los datos del 50% restante, se ve claramente como la mayor carga de deuda corresponde a las rentas más elevadas, del mismo modo que podemos comprobar que la mayor parte de la deuda privada corresponde a empresas y no a particulares, y de esas empresas endeudadas, el 95% cuentan con más de 250 trabajadores. 


Existe un enorme interés en desviar la atención del problema de fondo, que es la incapacidad del sistema económico para evitar su propio colapso. Gracias a la desregulación financiera que iniciaron Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los 80 y que continuaron Bill Clinton, Tony Blair y todos los presidentes del gobierno español en los años siguientes, la banca de inversión emplea fondos de la banca convencional para enriquecerse con complejos productos financieros. Hipotecas subprime, credit default swaps y preferentes son bombas de relojería que reventaron en sus manos, pero todos estamos obligados a pagar los desperfectos. A nadie parece importarle que, tras cinco años intentando tapar el problema con dinero de los servicios públicos, el agujero es cada vez más grande y la recesión parece retroalimentarse. Nadie parece darse cuenta de que toda la riqueza no se ha destruido, sino que se concentra cada vez en menos manos, en fondos opacos, en sicavs exentas de impuestos y en cuentas de paraísos fiscales. 


Por eso, cuando sube el paro o el IVA o se desmantela algún pedazo del estado del bienestar, los iluminados de la crisis se apresuran a repartir culpas entre todos, no vaya a ser que nos dé por enfadarnos de verdad y comencemos a exigir responsabilidades a los banqueros irresponsables, los políticos cómplices, los grandes evasores de impuestos o a los que se divierten inaugurando con fondos públicos aeropuertos sin aviones. Y, a decir verdad, tienen razón, llevan cinco años robándonos a manos llenas y no hemos sido capaces de ponerle remedio. Nuestra indiferencia sí está por encima de nuestras posibilidades. Un lustro después, comenzamos a ver cada vez más cerca la pobreza y preparamos las maletas para emigrar, mientras continúa la barra libre de dinero público. No saber decir basta al expolio sí que es culpa nuestra. No haber aprendido nada en estos cinco años es culpa nuestra. Para todas las demás responsabilidades, hagan caso al gran Lester Freamon, miren hacia arriba y sigan el rastro del dinero.

Complejo de superpotencia

 
Mientras EEUU repliega lentamente su presencia militar global y la economía arrastra a Europa por el fango, China continúa su marcha inexorable para convertirse en primera potencia mundial. Su crecimiento económico anual ronda el 10% desde hace lustros pese a que se basa en un sistema desequilibrado que permite grandes fortunas y salarios de miseria, mientras el resto del mundo coquetea con la recesión. Las grandes compañías internacionales, como Apple, mantienen macrofactorías en las ciudades del interior de China, de esas en las que se instalan redes en bajo las ventanas para evitar los suicidios, mientras Shanghai o Hong Kong viven de pleno el capitalismo de mercado. A este poderío financiero se le suma un estado totalitario y el mayor ejército del mundo pero falto de actividad. Por el momento. Pekín ve cercano el momento de reemplazar a EEUU en el puesto de primera potencia económica, un fenómeno que el Banco Mundial prevé para los próximos diez años. Pero la primacía financiera no es suficiente para los jerarcas chinos, que recelan de amplia presencia de tropas estadounidenses en su esfera de acción. Para superar ese complejo de inferioridad bélico, el gigante asiático ha anunciado un incremento de su presupuesto militar por encima del 11% este año, duplicando su gasto en defensa respecto a 2006 y en espera de volver a duplicarlo en 2015. Pekín sigue negando que se trate de una carrera armamentística, sino una necesidad nacional de cara a defender sus intereses económicos y territoriales.

 
China mira a su alrededor y enseña los dientes. Alejada de conflictos ajenos en Afganistán o Irak, la batalla para la que el ejército chino se prepara se librará en sus costas. Tras años centrando sus esfuerzos en reprimir el separatismo uigur y tibetano en su frontera occidental, la armada china centra ahora sus esfuerzos en el Pacífico, la nueva frontera crucial en la que sus intereses se encuentran directamente con los de Washington. Observando el mapa de la región Asia-Pacífico, Pekín se ve rodeada por aliados del Pentágono como Japón, Corea del Sur, Australia, Taiwan, Filipinas o Tailandia, mientras que viejos amigos como Vietnam, Indonesia o Malasia se muestran cada vez más beligerantes. Prueba de ello es el conflicto del Mar del Sur de China, en el que hasta seis países se disputan la demarcación de las fronteras. Estas aguas, por las que transcurre el 50% del tráfico global mercante, albergan reservas de petróleo y gas comparables a las de Kuwait o Qatar y el 8% de las capturas pesqueras globales. El 80% de las importaciones energéticas chinas y más de un billón de dólares en comercio estadounidense atraviesa el estratégico estrecho de Malaca. Por eso, EEUU y China parecen haber elegido este escenario como primera etapa en la lucha por la hegemonía global. Los halcones del Ejército Popular desplegaron a principio de año un contingente militar desde el Índico al Pacífico y han reclamado la totalidad de las aguas en disputa, lo que ha sido contestado por el Pentágono reforzando con tropas y armamento sus bases militares y ampliando los fondos a los enemigos directos de China en la región. Entre estos nuevos amigos de EEUU está nada más y nada menos que Vietnam, que en los setenta repelió la invasión yanqui y en los ochenta defendió sus aguas territoriales en varias batallas navales contra el imperio chino.


El futuro del Mar del Sur de China, o Mar de Filipinas Occidental, según a quién se le pregunte, puede decidir el próximo liderazgo mundial. El modelo de dominio unilateral desde Washigton podría dejar paso a otro capitaneado por Pekín o a un nuevo orden multilateral en el que las potencias emergentes pueden tener mucho que decidir. De China depende si su poderío económico se dispersará en aventuras militares como las del imperio americano. De momento, sus complejos de inferioridad militar pueden limitar el desarrollo de un país que, más que victorias bélicas, necesita urgentemente libertad política y dignidad laboral.

Alto no camiño

 
Chove arreo para estarmos en xullo. O vento fai bater as portas e os veciños ollan a tormenta dende as súas fiestras. Un respiro pequeno nun verán especialmente sahariano. Un verán de vacacións de cidade para cada vez máis xente, ateigando as piscinas municipais por falta de cartos para destinos máis exóticos. Outro verán de malas novas, e con iste xa perdín a conta. Todos estamos fartos, todos temos unha idea concreta de quen son os culpables pero ninguén semella atopar solución ningunha. Tódolos días os xornais e a tele lémbrannos que estamos perdendo unha guerra constante e canto nos vai custar. E nunca vai a mellor. Por iso e por un guiño na orde laboral, fuxín da cidade uns días, perto de un mes, debuxando caseque cinco mil kilómetros en ferrocarril, autoestrada e aire. Dirección, sempre norte, salvo no derradeiro traxecto. Sempre ocorre o mesmo, se non volto á Galiza nun tempo longo asilvéstraseme o carácter. Ademáis, crucei o Eo e o Navia, rompendo por boas razóns os vellos prexuízos, e aínda despois tiven tempo de percorrer a península de noroeste a surleste para recuperar tempo cos verdadeiros incondicionales, paseando por aeroportos desertos e piscinas excesivas. Antes diso, pagou a pena a viaxe entre A Lanzada e San Lorenzo para deixarse levar do albariño á sidra, das ameixas ós oricios se silba unha gaita e ti me sorrís unha mañá tras outra. Tan boa compaña merecía un escenario á altura. O Atlántico e o Cantábrico teñen un aire similar, húmido, térreo e pétreo. Apetece deitarse panza enriba no mar, deixarse levar pola corrente cos ouvidos cheos de auga salgada e os ollos cravados no ceo. Acougar e recargar. Só a miña terra e a ti sodes quen de conseguilo. 


Na rúa, deixou de chover e cheira a asfalto mollado, un final axeitado para o día da Patria, para lembrar quen somos e que estamos a facer coa nosa vida. Ollando a choiva, un séntese suspendido no tempo, como facendo o morto no mar, e pode matinar no que lle pete sen distraccións. Matinando, a modo, recobramos a calma que nos rouban cada día co seu laio constante de cifras, perdas e memorandos. Paga a pena concentrarse para darse conta de que está ocorrendo realmente. Levamos moito tempo aturando iste bochorno político-económico e xa vai sendo tempo de que poñerlle fin ou alomenos remedio. Por iso estou de volta, por que segue facendo falla estar atentos e dar testemuño do que pasa. Ou é que aínda creedes as lerias que nos contan?

Nuestros radicales y los suyos


La reacción de la prensa occidental a la victoria de un candidato islamista en Egipto es poco menos que contradictoria. En las primeras elecciones democráticas que se celebran en el país tras tres décadas de dominio omnímodo del rais Mubarak, los ciudadanos han elegido a Mohamed Morsi, candidato de los Hermanos Musulmanes, con un estrecho margen de apenas tres puntos sobre su rival, Ahmed Shafiq, último primer ministro del antiguo régimen. Los candidatos con mejor imagen exterior, como el liberal Amr Mussa o el naserista Hamdin Sabahi, se hundieron en la primera vuelta de las presidenciales, dando paso a un cara o cruz entre el continuismo laico y autoritario de Shafiq y el ambiguo programa social y religioso de Morsi. Mientras, en las alturas, la junta militar que derrocó a Mubarak tras la revuelta de la plaza Tahrir ha intentado influir en el proceso con medidas de dudosa legitimidad, buscando una influencia similar a la de la dictadura militar turca de los años 70 y 80. El laicismo de corte democrático y aperturista que prendió la chispa de la primavera árabe ha desaparecido del debate, al igual que ha sucedido en mayor o menor medida en Túnez o Libia. Gobiernos claramente totalitarios como el de Gaddafi, Mubarak o Ben Ali suponían la barrera laica dentro de una región turbulenta, amenazada por la presencia de grupos terroristas de alcance internacional y en la que fluye sospechosamente el dinero saudí o iraní. Derribada esta barrera, el islamismo ha puesto pie en el Mediterráneo central y Occidente no tiene muy claro hasta qué punto puede convivir con ello.


En Europa y Norteamérica, la perplejidad desde el inicio de las revueltas árabe da paso al miedo al islamismo en el poder. Los mismos medios que respaldan en casa a partidos políticos abiertamente confesionales, claman a favor del laicismo cuando un país árabe elige a un líder con un programa religioso. Exactamente los mismos voceros que exigían con virulencia que la UE incluyese en su fallida constitución los principios cristianos, los mismos que defienden el poder temporal de la iglesia o que claman contra una crisis de valores a causa del relativismo y el ateísmo. La propia conferencia episcopal no se priva de realizar comentarios sobre política, economía o salud e incluso urgen homilías favorables a sus intereses en período electoral. Tertulianos y editorialistas claman contra el velo en los espacios públicos, sin ofenderse lo más mínimo por la presencia de cruces y sacerdotes en actos institucionales. No molesta la mantilla y la peineta de la presidenta manchega y secretaria general del PP, María Dolores Cospedal, en la semana santa de Toledo, ni las bochornosas subvenciones y corruptelas en las "visitas de evangelización" de Benedicto XVI. El Vaticano aún debe dinero a los hosteleros madrileños por los descuentos a los peregrinos de la JMJ. Pero, desde su propia visión extremista, es mucho más dañino ver mujeres con hijab por la calle. En EEUU, la creación del mundo a través del dios cristiano se enseña en algunas escuelas públicas que han prohibido el estudio de la teoría de la evolución. Es evidente decir que ningún candidato llegará nunca a la Casa Blanca sin el apoyo de una confesión religiosa u otra. ¿Recuerdan los discursos de Reagan o los Bush poniendo a dios de su parte para iniciar una intervención militar? Los laicos tampoco parecen encontrar el respaldo en Occidente que sus medios reclaman para las fuerzas políticas no religiosas del mundo árabe. Será que los extremistas sólo son malos cuando no se trata de los nuestros.

Profecías para idiotas

Nos mintieron, una vez más. Estos días atrás, mientras la prima de riesgo subía y el gobierno buscaba nuevos agujeros en los que esconderse de las cámaras, el coro catastrofista de medios e instituciones europeas nos aseguró que, si no ganaban los "buenos" en las elecciones de Grecia, llegaría el apocalipsis. Para apoyar este razonamiento, los principales líderes de la UE, con Angela Merkel a la cabeza, iniciaron una campaña de miedo que podría resumirse en el siguiente lema: "o hay mayoría parlamentaria para los que apoyan el rescate o Grecia será expulsada del euro". Dicho de otra manera, si ganaba la coalición de izquierda Syriza, que solicitaba renegociar los recortes exigidos para otorgar el rescate, el país sería condenado a los abismos. Un chantaje antidemocrático en toda regla que ha condicionado el resultado de los comicios helenos y que, vistos los malos datos en bolsas y deuda de ayer y hoy, no ha surtido el efecto prometido. Al poco de conocerse los primeros sondeos que daban la victoria a los conservadores griegos, Berlín difundió el mensaje de que el nuevo gobierno heleno podría renegociar su rescate, aunque de manera limitada. Es decir, lo mismo que solicitaba Syriza en su programa y exactamente el mismo mensaje que han lanzado los conservadores griegos la mañana poselectoral. Demonizaron a la izquierda y, al final, se han apropiado de su propuesta. Qué novedad.

Mirando al estado español, vemos más profecías erróneas de los mercados. Se dijo que la presión se relajaría después de las reformas laboral y financiera, y no fue así. Después de descubrir los múltiples agujeros y desmanes del sector financiero, se aseguró que el rescate a la banca española supondría el fin de nuestros problemas. Agua, otra vez. Y lo mismo se puede decir tras las elecciones en Grecia, que, pese a arrojar el resultado deseado por los mercados, ha supuesto la subida de la prima de riesgo de la deuda española hasta rozar los 600 puntos, ha aupado al bono a diez años por encima del 7% y ha arrastrado al Ibex 35 a una caída del 3%. Triple golpe, mismo problema. Ahora, mientras economistas y potentados ya rumian el rescate total a la economía estatal, se gesta una nueva promesa destinada a no cumplirse. Este viernes, los ministros de finanzas de la UE pedirán a su homólogo español, Luís de Guindos, un nuevo sacrificio en aras de la tranquilidad de los mercados. A saber, la subida del IVA, la eliminación de la deducción por vivienda y el aumento de la edad de jubilación hasta los 67 años, ahí es nada, exigiendo la negación de varias promesas electorales.

Hace cinco años, ninguna agencia de calificación, banco central, regulador estatal o expertillo financiero supo prever la crisis. Y lo bien que les ha venido no acertar ni una sola vez para seguir llevándoselo muerto. Es fácil predecir a dónde nos lleva este juego perverso de palos constantes y zanahorias insípidas. Los próximos sacrificios que no nos llevarán a nada serán los subsidios de desempleo, las pensiones y lo poco que quede del estado de bienestar. Eso sí, ya sabemos que, por lo menos, sus amenazas son tan inútiles como sus promesas.

El futuro de Grecia


El 8 de diciembre de 1974, los griegos votaron en referéndum que el país se convirtiese en una república. Desde entonces, no se ha vivido en Grecia una elección más crucial. Sin embargo el próximo 17 de junio, apenas tres meses después de los anteriores comicios, los griegos volverán a las urnas para decidir algo mucho más importante que un primer ministro o una mayoría parlamentaria. La UE, con la canciller Angela Merkel a la cabeza, ha apostado por convertir estos comicios en un referéndum sobre la permanencia del estado heleno en el seno comunitario. Los ciudadanos, por si no quedó claro en las pasadas elecciones de hace sólo 12 días, deberán elegir entre los dos partidos antaño mayoritarios, es decir, los que apoyan el rescate y los recortes que conlleva, y el resto de fuerzas que rechazan más sacrificios en aras de los mercados. 

En principio, resulta complicado pensar que Grecia saldrá de la moneda única por las implicaciones negativas que traería a otros miembros de la eurozona y al propio país, aunque en los últimos días las amenazas comunitarias de expulsión parecen tomar cuerpo. Pese a que la mayoría de las encuestas vuelven a dar ganador a un partido que apoya el rescate, los conservadores de Nueva Democracia, su ventaja sobre Syriza, la Coalición de Izquierda Radical, es suficientemente exigua como para que los líderes europeos y los economistas continúen presionando al socio griego con una nueva bajada a los infiernos.


Las opciones que se le presentan al elector heleno son escasas, aunque muy variadas. Los más votados en los pasados comicios, los conservadores, arrastran la carga de ser el partido que falseó las cuentas públicas durante el gobierno de Kostas Karamanlis, entre 2004 y 2009. Sin embargo, bajo la dirección de Antonis Samaras han conseguido quitarse parte de ese lastre, que comparten con su socio proeuropeo, el Pasok, que contribuyó a la crisis tapando el fraude contable del anterior gobierno, un trabajo conjunto de maquillaje de deuda al que contribuyeron decisivamente Goldman Sachs y Lehman Brothers. Desde el estallido de la crisis griega, en diciembre de 2009, conservadores y socialistas han sufrido baches y desencuentros, pero jamás han renegado de las "bondades" de acatar la doctrina de austeridad impuesta por la troika. De hecho, gran parte del varapalo electoral que sufrieron los socialistas se debe a la gestión de la crisis por parte de Yorgos Papandreu, tercero de una estirpe política, pero mucho menos acertado que sus ancestros a la hora de gestionar el país en tiempos difíciles. 

Al otro lado del ring, están la variopinta amalgama de partidos opuestos a asumir los recortes que solicita Bruselas a cambio de los dos rescates a la economía helena. El más representativo de este bloque es Syriza, que se aupó sorprendentemente a la segunda plaza en las pasadas elecciones, sometiendo al Pasok al bochorno histórico de caerse del podio del bipartidismo. Los atractivos de este partido, que hasta hace poco era el tercero del ala izquierda del parlamento por detrás de socialistas y comunistas, residen en gran parte en su joven lider, Alexis Tsipras, de sólo 37 años. Este político de verbo ágil ha sabido recoger a los votantes socialistas desencantados sin dejar de aumentar su base propia de votantes. Según sus propias palabras, "la crisis ha hecho el trabajo, nosotros sólo presentamos propuestas en las que siempre hemos creído, aunque es ahora cuando la gente empieza a darse cuenta de hasta que punto teníamos razón".


Si hacemos caso a algunas encuestas, Syriza tiene posibilidades de convertirse en la fuerza más votada el próximo 17 de junio, con la ventaja de que el sistema electoral heleno otorga 50 escaños extra al partido ganador para facilitar la formación de gobiernos estables. Sin embargo, su victoria en las urnas no presentaría un escenario sencillo, ya que el resto de fuerzas antirrescate no son precisamente homogéneas. De hecho, la cuarta fuerza nacional son los llamados Griegos Independientes, un grupo conservador escindido de Nueva Democracia en 2010 debido a su rechazo al plan de austeridad de la troika. Otro partido con el que Tsipras no podrán contar son los comunistas de Aleka Papariga que, pese a compartir gran parte del programa, fueron los primeros en anunciar que no pactarían un gobierno con Syriza tras las elecciones del pasado 12 de febrero. Por último, el partido neonazi Amanecer Dorado ha conseguido entrar en el parlamento y el 17 de junio podría reafirmarse en sus escaños. Aprovechando el malestar social producido por el empobrecimiento extremo del país, los cabezas rapadas capitaneados por el vocinglero Nikolaos Michaoliakos pretenden superar su cota del 7% de votos apelando a electorados más tradicionales. No lo tienen fácil, ya que los partidos a la derecha de Nueva Democracia, como LAOS o la Alianza Democrática de Dora Bakoyannis, han regresado al redil conservador.

Desde fuera, las declaraciones de algunos políticos hacen más sencilla la campaña electoral de los antirrescate. El pasado fin de semana, la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, se permitió comparar la situación de los niños griegos con la de los de Níger, al tiempo que acusaba a los contribuyentes del país de evadir masivamente el fisco y provocar la crisis económica. Días atrás, la canciller Merkel exigió que el pueblo griego pagase por los errores de sus gobernantes. Estas salidas de tono no hacen más que agravar la situación social de un país que ha visto como su paro pasaba del 9 al 22% en 3 años, que verá caer su PIB este año un 7%, el quinto consecutivo a la baja, y en que el ciudadano se ha emprobrecido un 20% de media desde el inicio de la crisis. Cada semana nos llegan noticias de que otro parado, otro jubilado sin recursos, otro griego sin futuro se lanza al vacío por pura desesperación. Aunque eso, como cabía esperar, no moverá jamás a los mercados.

 
¿Y qué sucedería si la UE expulsase a Grecia de la moneda común? Las hipótesis más alarmistas prevén cupones de racionamiento, fronteras clausuradas y tropas en las calles para frenar el caos. Es posible que al nuevo gobierno de Atenas no le diese tiempo ni a imprimir una nueva moneda propia antes de verse fuera del euro. Además, en cuanto ese nuevo dracma estuviese en circulación, es lógico pensar que se depreciaría rápidamente, lo que, a medio plazo, podría hacer más competitiva a la economía griega. A corto plazo, Grecia vería un rápido empobrecimiento, marcado por la inflación, las dificultades para importar petróleo y artículos de primera necesidad y la incapacidad del Estado para pagar a sus trabajadores. Además, el gobierno tendría que cerrar sus fronteras para evitar que los griegos huyan con sus euros a bancos extranjeros. Escenas, todas ellas, del futuro más pesimista posible. Otros, sin embargo, miran hacia Islandia, que en 2008 evitó el caos solicitando a Rusia un préstamo financiero masivo. Hoy, parece difícil augurar qué será de Grecia tras el 17 de junio, aunque, por una vez, serán las urnas las que escriban el futuro de un país cansado ya de ser el conejillo de indias de economistas, banqueros y especuladores.

Las manos manchadas de tinta



A las seis en punto de la mañana, las señales horarias asesinan la madrugada y alumbramos la mañana desgranando la habitual letanía de malas noticias y peores presagios. Cuando se enciende la luz del directo y los micros se abren hacia las ondas, es complicado que no se te note en la voz el que tus jefes tengan cara de ERE, o que las pagas ya no lleguen tan religiosamente como acostumbraban o que el panorama fuera sea tan deprimente como el que ves en tu redacción cada jornada. Si a ello le sumamos seis horas previas preparando un contenido digno y veraz con la única recompensa del deber cumplido, el humor se aleja del heroismo para dejarte en el callejón de los agotados y los perplejos. 

Qué difícil es hacer una profesión con tantos enemigos, tan alejada de la productividad que exigen los mercados, tan compleja de monetizar y de la que es tremendamente sencillo caerse sin esperanza alguna de reenganchar otro empleo. Vivimos semanas, meses, años nefastos, con constante cierre de cabeceras y alarma de despidos masivos en El País, El Mundo, Onda Cero, la Ser y muchos más. Ya nos echarán de menos, me repito para consolarme, están matando al mensajero y nadie les podrá avisar cuando vuelva el lobo. Me equivoco, el lobo llega cada día y cada vez son menos los compañeros que pueden cubrir la noticia.

Atribúyanlo a la falta de anunciantes, a la pésima gestión de las directivas o a la nula conversión hacia un modelo que responda a las necesidades, gustos y hábitos de la sociedad actual. En la mayoría de medios, el periodismo del siglo XXI consiste en contenidos más centrados en el entretenimiento que en la información, en menos profesionales abarcando más trabajo, en becarios cada vez más adultos cubriendo puestos de redactor por la mitad de salario y en un número creciente de altos cargos sin oficio ni beneficio. Y, lo que es peor, en un enorme caudal humano de periodistas formados hasta la excelencia que malviven en el paro, el subempleo o la inevitable emigración. Calla la radio, para la imprenta, funde a negro la pantalla y se quedan sin trabajo las manos acostumbradas a mancharse de tinta.

La prensa, la radio y la televisión necesitan un examen exhaustivo, de conciencia, de cuentas y, por encima de todo, de principios. En un mundo en crisis, sometido a recortes y ataques especulativos, necesitamos más que nunca informar y estar bien informados. Los que tienen el poder desearían que sus paisanos no supiesen nada de las medidas impopulares que aprueban día tras día, que no trascendiese su derroche y su responsabilidad criminal en la precariedad ajena. Si muere el mensajero, los medios serán sólo las correas de transmisión de un sistema corrupto y desigual, meros repetidores de medias verdades corporativas y gubernamentales. No podemos abandonar el periodismo, ahora que está a nuestro alcance conocer todo lo que sucede, comunicarlo, dialogarlo y reaccionar casi al instante. Si la era de la comunicación silencia al informador, todos habremos fracasado y todos pagaremos por ello. Aunque nosotros primero, como siempre.

Dobles lecturas del domingo francés


Tras conocerse los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia, salta a la vista una doble lectura. En los titulares, se muestra la derrota de un Sarkozy menguante, consumido por su propio papel mediático y por los escasos resultados de su alianza con Angela Merkel en la lucha contra la crisis de la zona euro. No se apresuren a firmar la necrológica del presidente saliente. Esta derrota puede resultar engañosa de cara a la segunda ronda, en la que el presidente saliente debe verse las caras con el socialista François Hollande, un candidato impensable hace apenas un año. Debajo de los titulares, destaca el enorme respaldo recibido por la heredera de Le Pen, que consigue la cota más alta del Frente Nacional, superando incluso las cifras que marcó su padre hace una década para colarse en la segunda vuelta con Chirac. Algunos medios y analistas definen el voto hacia el partido xenófobo como una apuesta antisistema, radicalmente distinta del electorado gaullista de la UMP. 

Más allá del folklore, los resultados de estas elecciones arrojan una victoria de la derecha frente a la izquierda que rondaría los diez puntos. Este hecho, aunque no sitúe necesariamente a Sarkozy en posición de favorito para repetir la presidencia en el mano a mano con Hollande, puede influir de manera decisiva en los resultados de la segunda vuelta y también en los de las legislativas que tienen que celebrarse este año. Desde el inicio de la recesión, el factor crisis ha hecho reaccionar a los votantes europeos de maneras muy diversas, aunque siempre siguiendo el patrón de despojar del poder al gobierno para entregárselo a una oposición sin ideas nuevas para frenar el frenazo económico. Sucedió en Reino Unido, en Grecia, en Portugal, en el estado español y todo apunta a que puede suceder en Francia. Mientras, en la segunda línea de la política, la ultraderecha ha aprovechado un período de incertidumbre y desempleo para resurgir con fuerza, ofreciendo poco músculo ideológico y una vía de escape a la rabia de una clase media que ve peligrar su día a día. Hoy, en Francia, cosechan cifras de récord, como antes lo hicieron en Holanda, donde ayer mismo abandonaron la coalición de gobierno al negarse a aceptar las exigencias presupuestarias de la UE. Por eso, la capacidad de mimetizaje de los discursos de Sarkozy con el lenguaje intransigente y duro del Frente Nacional puede darle un nuevo mandato en la jefatura de Estado gala.

El ascenso de la derecha radical es alarmante, aunque entra dentro de lo predecible en este escenario. Lo realmente sorprendente son los magros resultados de la izquierda en un tiempo en el que la contestación y el desencanto parecían dar a entender un renacer reivindicativo. Hace sólo unas horas, los medios predecían que el candidato del Front de Gauche Jean-Luc Mélenchon sería la sorpresa de estos comicios. Había conseguido movilizar un electorado consistente para presentar una respuesta contundente de la izquierda ajena a la oposición blanda del PS y los sondeos parecían responder a sus proclamas anticapitalistas. Sin embargo, las estimaciones de primera hora le otorgan un escaso 10%, muy por debajo de sus aspiraciones pero superando con creces los anteriores resultados de la izquierda no socialdemócrata. Por cruda que se ponga la situación, por mucho que se apriete la soga de los recortes, los partidos que se oponen desde la izquierda a la senda marcada por Bruselas no logran aglutinar el descontento social. Líderes sin carisma como Merkel, Hollande o Cameron prosperan mientras los problemas se acumulan. Dirigentes sin el refrendo de las urnas como Mario Monti o Lukas Papademos recogen el testigo cuando sus políticas se demuestran inútiles. El camino hacia la precaridad parece dibujado de antemano y las urnas dan una y otra vez su consentimiento. 

Presas del desencanto, nos arrojamos en brazos del primer cambio que se nos ofrezca, siempre que ese cambio sea lo suficientemente sutil para no producir ningún resultado sustancial. Mientras tanto, las predicciones económicas siguen empeorando, el crecimiento se pospone otros tres años y las soluciones siguen sin aparecer. Y la izquierda, tampoco. En Francia, los dos candidatos que se disputarán la presidencia del país tienen programas casi calcados en los temas realmente importantes. No es nada singular, pasa en la mayoría de los países avanzados. No hay cambio posible, sencillamente porque las alternativas que se ofrecen no calan, no tienen la repercusión necesaria y no activan a un electorado dormido, atónito ante sus pantallas mientras la vida pasa y se encarece a un ritmo que no podemos permitirnos. El cambio, la necesidad de emprenderlo y el beneficio de alcanzarlo deben estar en primera plana, más allá de las tediosas campañas de imagen que sólo engordan el desencanto. Entre tanto, seguiremos viendo pasar los trenes mientras nos vacían los bolsillos.

Dimitris Christoulas



Esta pasada noche, Atenas ardió en rabia por la muerte de Dimitris Christoulas. Su historia, la de un jubilado que se pegó un tiro en la cabeza ante el Parlamento tras ser reducido a la miseria económica, es una triste muestra de hasta dónde puede llegar esa violencia silenciosa que el sstema nos aplica todos los días en aras de una recuperación quimérica, de la competitividad o del mero culto a la riqueza. A su riqueza, claro está. Lo explica el propio Christoulas en su nota de suicidio:


“El Gobierno de Tsolakoglou ha aniquilado toda posibilidad de supervivencia para mí, que se basaba en una pensión muy digna que yo había pagado por mi cuenta sin ninguna ayuda del Estado durante 35 años. Y dado que mi avanzada edad no me permite reaccionar de otra forma (aunque si un compatriota griego cogiera un kalashnikov, yo le apoyaría), no veo otra solución que poner fin a mi vida de esta forma digna para no tener que terminar hurgando en los contenedores de basura para poder subsistir. Creo que los jóvenes sin futuro cogerán algún días las armas y colgarán a los traidores de este país en la plaza Syntagma, como los italianos hicieron con Mussolini en 1945″




Antes de apretar el gatillo, gritó: "No quiero dejar deudas a mis hijos".



Su historia puede parecernos lejana, aunque las estadísticas demuestren lo contrario. Antes del inicio de la crisis, Grecia era el país europeo con menor tasa de suicidios, por debajo del 3%. En 2011, esta cifra se incrementó un 40% debido a los recortes draconianos que sufre la sociedad helena. En España, según el INE, diez personas se suicidan cada día, aunque, de momento, esta estadística no ha variado demasiado respecto a los tiempos de supuesta bonanza económica. Sin embargo, todos recordamos los más de cincuenta suicidios en France Telecom por el acoso laboral o, más recientemente, los casos del padre de familia catalán que se ahorcó en plena calle antes de ser desahuciado o el del trabajador valenciano que se quemó a lo bonzo tras ser despedido el pasado febrero.



Si miramos a nuestro alrededor, veremos como la desesperación y la carencia absoluta de oportunidades afectan cada vez a más gente. La violencia de un sistema que expolia sistemáticamente a sus trabajadores comienza a ser evidente, aunque los medios se empeñen en taparla, poniendo el acento en las algaradas callejeras provocadas por las políticas de austeridad y la desvergüenza de políticos, banqueros y demás saqueadores. El futuro dirá si nos atreveremos a colgarles en las plazas antes de terminar rebuscando nuestra dignidad en los cubos de basura. En las altas instancias del capitalismo seguirán hablando de recortes necesarios y de sacrificios en honor a los mercados, sin darse cuenta de que tienen sangre en las manos. Mientras, en la calle, cada vez hacen falta más policías para acallar a los que reclamamos el futuro que nos están robando. Ayer, en Atenas, murió un hombre digno que se negó a acatar una vida miserable. ¿Cuántos de nosotros podremos decir mañana que somos hombres libres?

El Gran Norte

Cuando llegas al Gran Norte, la luz puede cegarte por un instante. Una vez que tus pupilas se han acostumbrado al cielo abierto, hace mucho menos frío de lo que parece. Copenhague está en ese punto en el mapa que marca la frontera hacia el norte indómito y desconocido. El escenario está a la altura de tal título. Encaramada entre las islas de Selandia, Christianshavn y Amager, a medio camino entre el Mar del Norte y el Báltico y a pocas millas de Suecia cruzando el estrecho del Sund, la ciudad ejerce de puente flotante entre Centro Europa y Escandinavia. Todo esto puede verse a pie de calle. Los furiosos vikingos de antaño viajan en viejas bicicletas y un número inesperado de bares acogen, probablemente, el mejor jazz a este lado del Atlántico. Sólo hay que calzarse las zapatillas adecuadas y dejarse llevar por la corriente de los tres canales.


Sólo una ciudad así escondería una fortaleza amurallada en su interior y no presumiría de ella. Como un London Tower con puente levadizo, cañones, molino de viento, barracones de cuento infantil y trincheras de cesped. Al igual que tres islas y tres canales, hay también tres palacios; Christianborg, hogar del parlamento; Amaliemborg, sede de los Schleswig-Holstein; y Rosenborg, custodia de las joyas de la corona. Buscando un poco, uno puede ver sorprendentes colecciones de pintura europea de los treinta primeros año del siglo XX. Más allá del lujo, Copenhague escribe sus mejores historias en las casas ocres de Nyboder, en los bares escondidos de Verstebro, en el sunny side que hace rielar el puerto de Nyhavn y más allá de las fronteras de la ciudad libre de Christiania.

Copenhague, KBH para los locales y CPH para los turistas como tú y como yo, tiene muchas caras y casi todas son amables y hablan mejor inglés que tú. Todo está al alcance de unas zapatillas tercas y un bolsillo sufrido, que echa el resto para devorar smørrebrød y festejar estos dos años juntos con delicias thai y pintas de cerveza en los bajos fondos de Istedgade. Es otra vida, nenos. Un modelo de convivencia que se prueba a sí mismo cada día, sin dejar de permitirse abismos como los mostradores de Pusher Street y el arte salvaje de Loppen, más al estilo punk de Tacheles que al de Chapitô. Días que no volverán, pero que hacen tu vida mucho más interesante. Algo de ti y de mí nunca se irá de allí, jugando con el objetivo macro a las orillas del lago de Ørstedsparken. 8-1-5-0-1, ¿recuerdas? Algún día, puede ser, habrá que refugiarse en una cabaña con parabólica y leña en el patio. Quién sabe, hay mucho Norte por delante para seguir explorando.

Visado de turista


A veces no os echo nada de menos, voy y vengo y, al poco, cambio disimuladamente de tema. Me dejo llevar por el trajín de las maletas y desaparezco de la circulación unos días, aunque sólo sea por no seguir otro camino que el que yo elija. Llamadlo turismo, a mí me sabe a libertad. Llamadme simple, pero es cierto me gustan los aviones y tachar ciudades del mapa. Colecciono puñados de tierra de todo el mundo y en mi pared hay planos usados de las calles donde quemé zapatilla. Me gasto los cuatro cuartos que gano en ir y venir para perderme y perderos un rato de vista. Puede que sea común, pero también es un placer amargo. Sabes que, por mucho que corras, nunca podrás estar en todos los lugares que quieres conocer, una vida no es suficiente, aunque, pensándolo bien, es mejor que sea así.


Cierras los ojos y, de pronto, estás en otra parte y todo parece nuevo a estrenar, todo está por vivir. En parte es la luz y en parte es el olor. Cada ciudad tiene su proporción única de estos dos elementos y uno no puede descubrirla solo. Por eso, hay que dejar que los pies vaguen a sus anchas, saber demorarse donde lo merezca, atreverse a cruzar otra calle, mezclarse, distanciarse y observar. Y, sobre todo, saber irse, saber volver. Por eso, la clave no sólo es el dónde, sino que casi siempre reside en el con quién. Cada ciudad es una historia que necesita personajes, trama y metraje, por fugaz que sea. Copenhague, tú y yo, dos años detrás y mucho guión por delante.

Those were the days



Escuchar tararear a Mary Hopkin este hit olvidado de finales de los sesenta me devuelve a un pasado tan lejano que no consigo recordarlo con claridad. Me trae imágenes difuminadas, de un niño muy pequeño que juega a apilar cubos sentado en una tabla de madera, mientras su abuela cose a máquina y su madre trajina por la casa. El resto, son flashes inconexos de mi infancia y demás parafernalia de los ochenta. Hoy he vuelto a escuchar esa canción, por mera casualidad. Leyendo el periódico, he acabado buceando en la historia de Guinea Ecuatorial, el país más rico del mundo con mayor población viviendo en la miseria.


El clan del dictador Teodoro Obiang mantiene el poder aboluto gracias a las vastas reservas petrolíferas del país y la complicidad de socios tan recomendables como Mohamed VI, Condoleeza Rice o El Pocero. Poco bueno se puede decir de un sátrapa que acumula riquezas insultantes al igual que denuncias por vulnerar los derechos humanos. La oposición denuncia en voz baja sus atropellos, que incluye ejecuciones sumarias, torturas e incluso canibalismo, obviados por los medios occidentales. Su amistad sonroja y enriquece a partes iguales a socialistas como Bono y conservadores como Trillo, mientras sus herederos dilapidan su riqueza entre París, Las Palmas y Venice Beach.


Pero no es del cleptócrata Obiang de quien quiero hablar. Uno de los pocos actos acertados de este tirano guineano fue el de derrocar a su tío Francisco Macías Ngema, que pasará a la historia en el capítulo de los más infames. Ngema, megalómano al estilo norcoreano, fue el líder local en quien el ministro franquista Manuel Fraga depositó el poder tras la apresurada descolonización española y éste no tardó en ofrecer pruebas de su "valía". Entre otras ocurrencias, prohibió el uso de zapatos y medicinas, algo que el dictador consideraba antiafricano, al tiempo que hundió todos los barcos y botes del país para evitar que sus ciudadanos huyeran al extranjero. En su delirio, llegó a proclamarse único dios, se declaró seguidor de Hitler y obligó a sus súbditos a llamarle "gran maestro de la educación, las ciencias y la cultura". Todo ello poco después de haber prohibido la enseñanza y perseguido a todos aquellos que hubiesen recibido educación, que llevasen gafas o tuviesen en su poder cualquier libro.


Entre 1968 y 1979, Macías convirtió Guinea en lo que los historiadores han llamado el Auschwitz de África, asesinando brutalmente a un 15% de la población de su país y precipitando el exilio de muchos más. En el colmo de su locura, ordenó ejecutar a 150 opositores el dia de navidad de 1975. Ese día, en el estadio nacional de Malabo, una banda interpretaba sin descanso Those were the days, mientras los soldados asesinaban uno a uno a los condenados. Cuatro años después, él también acabaría frente a otro pelotón de fusilamiento, en este caso de mercenarios marroquíes a sueldo de su sobrino Teodoro Obiang. Sin embargo, esa escena de música mezclada con el repiqueteo sordo de las ametralladoras, pervivirá en la memoria universal de lo infame. Esa imagen, chocante y patética, es un reflejo de lo más mezquino y sonrojante de la condición humana. En mi cabeza, paradójicamente, esa melodía irá siempre acompañada por uno de los recuerdos más felices de mi niñez.

Enemigos del Estado


Hoy, los estudiantes volverán a manifestarse contra los recortes a la educación pública y contra la violencia policial que se ha empleado para silenciar cualquier protesta. Algunos todavía se preguntarán por qué la gente sale a la calle a quejarse de que los gobernantes esquilmen el estado del bienestar para tapar las deudas que ha provocado su incompetencia. Los más graciosos de todos son aquellos que defienden que se emplee la fuerza contra menores de edad desarmados a los que se les niega una educación digna. A esa gente no se les revuelven las entrañas cuando el jefe superior de policía de Valencia, Antonio Moreno Piquer, justifica los desmanes de sus antidisturbios asegurando que los niños que pasan penurias en un instituto sin calefacción son "el enemigo".

Pero, ¿por qué unos chavales que se manifiestan pacíficamente son el enemigo? Está muy claro, cenutrios, porque esos estudiantes reclaman que el dinero público, el de nuestros impuestos, financie gastos públicos, como institutos o ambulatorios, en lugar de engrosar los bolsillos de nuestros mandamases y, claro, los gobernantes no quieren quedarse sin su fajo para que unos bachilleres puedan estudiar. Somos el enemigo de la policía, que tapa su número de serie de manera ilegal antes de agredir a los manifestantes. También de la delegada de gobierno de Valencia y del ministro de Interior, que han avalado una actuación policial que calificarían de nazi si hubiese sucedido en Venezuela.


Qué vergüenza de país, en el que ejercer tu derecho a estar en desacuerdo te convierte en blanco perfecto de un terrorismo de estado de bajo rendimiento. La prensa extranjera, tras los sucesos de Valencia, mira hacia el Estado Español con miedo y asco, preguntándose porqué la oposición y los sindicatos no se suman a trabajadores, estudiantes, parados y jubilados en la lucha contra los recortes. Y es que puede que no hayan escuchado nada al respecto, pero hoy la Confederación Europea de Sindicatos ha convocado una jornada de protesta en toda la UE para denunciar el saqueo de las arcas de los estados comunitarios. Pese a que esa organización la dirige el secretario general de CCOO, Ignacio Fernández Toxo, los sindicatos españoles han decidido mantener hoy un perfil bajo para evitar que el PP les recorte aún más las subvenciones.

Para esos sindicatos dóciles, nosotros, los que nos manifestamos, también somos el enemigo. Les dejamos en evidencia cuando se negaron a hacer huelga general contra la reforma laboral del PSOE y volvemos a hacerlo ahora bajo la bota de los consevadores. Y lo seguiremos haciendo, por mucho que intenten amedrentarnos con perros de presa. Hoy, volverán a agitar las porras sobre y contra nuestras cabezas porque están muertos de miedo, porque se han dado cuenta de cuántos somos el enemigo y de lo hartos que estamos de su dictadura de todo a cien. Si quieren saquear nuestros bolsillos como a los griegos, como griegos responderemos en las calles. Porque este enemigo, además de pobre, resabiado y rebelde, puede llegar a ser muy cabrón cuando le tocan demasiado lo que es suyo.

Ultramar

Una semana al otro lado del charco. Ése era el trato, y se ha cumplido con creces. Todo comenzó en un caos de maletas, escalas, colas de seguridad y kilómetros de carretera. Casi veinte horas para saltar de Barajas a Philadelphia, de Atlanta a Montgomery, Alabama, hogar de la primera Casa Blanca de los confederados. Y al día siguiente, el destino deseado, Nueva Orleans. Todavía no se ha disipado el jetlag y aún puedo sentir cómo era estar allí, con mis cuatro compadres, vagando por desfiles y conciertos y siempre de bar en bar. Resuena en mi cabeza la banda sonora de todas las bandas y charangas que desparraman swing por las calles y garitos de la Big Easy.


Junto a ese sonido vibrante y divertido, guardo memoria de la amabilidad incondicional de cientos de extraños que se cruzaron en nuestro camino. Como Lucy, la cincuentona neoyorkina que vino a la ciudad de vacaciones hace más de dos décadas y ya no quiso marcharse. Sus recomendaciones nos llevaron a probar los po'boys de carne de aligator y el jambalaya de Coop's. Su cerveza Naw'leans convirtió el Johnny White en un centro de gravedad en plena calle del pecado, la mismísima Bourbon Street.


También recuerdo a Jerome, nuestro colega en el Mardi Gras más castizo. Nunca olvidaré su cara de asombro y orgullo cuando se enteró de que aquellos cinco blanquitos con los que compartía cervezas venían desde más de cinco mil millas al este para ver su barrio, el emblemático Treme en el que fuimos los únicos rostos pálidos aquel martes de carnaval. Disfrazados de presidiarios, deambulamos por los desfiles de Saint Charles hasta Canal Street, detenidos cada cien metros por espontáneos que nos pedían entre carcajadas hacerse una foto con nosotros. Debíamos de ser una imagen pintoresca, cinco europeos sonrientes siguiendo a las charangas y pidiendo collares a las carrozas.


Más allá de la pobreza extrema, del drama humano constante, de las cicatrices visibles del huracán en el Ninth Ward, aquella gente nos recibió como a hijos pródigos, nos ofreció orientación en el tumulto, conversación franca y música hasta altas horas. Los trajes imponentes de los jefes indios y su alegría subversiva son una lección de dignidad en ese escenario de tragedia constante. En Frenchmen Street, aprendimos que no hay mejor auditorio que el cruce de dos calles y creímos codearnos con Antoine Baptiste en el Spotted Cat. Sólo los predicadores oportunistas y los fanáticos del dios del odio pudieron cortarnos el rollo, profanando la fiesta de Nueva Orleans con sus rezos y proclamas sobre el infierno. Los sin dios nunca irrumpiremos en vuestras misas para echaros en cara vuestros millares de defectos. Preferimos mecernos al calor de un saxo, mientras chirrían las tablas de lavar y atruenan bombos y contrabajos.


Después, tras el Mardi Gras, llegó Atlanta, de la que sólo cabe rescatar el Sweet Auburn, el barrio donde Martin Luther King inició la insurrección de los hombres libres. Ahora, ya de vuelta, la realidad reclama atención constante y avecinan cambios en el horizonte. Terminado este paréntesis de libertad en Ultramar, toca remangarse para bregar aún más duro. Mientras picamos piedra y abrimos veta, tararearemos Carnival Time, de Al Johnson, y soñaremos con el atardecer en Louisiana. Laissez les bons temps ruler, mes amis.

Vendredi avant Mardi Gras


Mañana, a estas horas, estaré sobrevolando el Atlántico Norte, a pocas horas de una escala, otro avión, un coche de alquiler, un motel de carretera y varios cientos de kilómetros en la autopista 86. Todo este maratón tiene un único sentido, coronar el Mardi Gras en las callejuelas de la Crescent City, la vetusta Nueva Orleans mártir de huracanes y campeona de mil madrugadas. De vez en cuando, uno necesita desaparecer, desvincularse por un momento de sus rutinas y sus más cercanos para sacar la cabeza de la pecera y mirar más allá, aunque sólo sea para poder darse la vuelta y poder decir "éste es el punto más al oeste al que he llegado". Acaba mi invierno con dos huidas, una con cuatro gambiteros al Carnaval criollo de Louisiana y la señorial Atlanta, otra con ella a ver despuntar la primavera en Copenhague. Maletas, mapas, cambios de divisa, terminales, callejuelas y miles de fotos. Ingredientes de un año que se ha empeñado en contradecir la corriente general y no deja de premiarme con sorpresas, planes y descubrimientos. Hay tanto por hacer que asusta. Nos dejaremos llevar por las calles que resistieron al Katrina, guiados por las brass band e intentando no parecer demasiado pintorescos en una second line. Verde, amarillo y violeta son los colores de guerra, hay una decena de bares míticos en una chuleta y unas zapatillas viejas para dejarse llevar allí donde suene el blues. A veces, merece la pena desaparecer, aunque sólo sea para decir, "llegué hasta allí, y os eché de menos". En una semana, sabreis de mi. No os preocupeis, volveré.

Viejos tiempos


Ayer, la policía envió un mensaje: ahora que no hay elecciones a la vista, tienen carta blanca para ensañarse con quien quieran. Ayer, los antidisturbios irrumpieron violentamente en una protesta pacífica, sin previo aviso. Agredieron indiscriminadamente a jóvenes, ancianos y a la prensa, provocaron estampidas y ataques de pánico, nos cercaron en calles estrechas y se llevaron detenido a todo el que pudieron. "Volvemos a los viejos tiempos", decían los más mayores. Hemos recibido su mensaje. El problema es que, por mucho que intenten imponer el miedo en la calle, seguiremos saliendo a manifestarnos contra sus reformas opresivas que nos llevan a la miseria. No nos queda más remedio. Nos espera una primavera difícil. Nosotros seguiremos sacando a la calle nuestros argumentos y ellos contestarán una y otra vez con violencia.

Saboreando lo inminente


Entran y salen de plano las olas de frío y, con la broma, vino febrero y yo con la maleta a medio hacer. Pocos días, buena compañía y billetes del Bayou al Øresund. El horizonte es apetecible y hay ganas de recorrer el camino. Mientras tanto, voy viviendo de fin de semana en fin de semana, apurando los minutos en el aire y elevando los listones más allá de lo que debería. Si no, no funciona como a mí me gusta. Hay algo vicioso en la sensación de mantenerse en vilo, mientras fluyen los segundos y hago malabares para que no me falte el aire entre titulares. Ya rebajaremos las tensiones de la tediosa vida diaria en aquella planta 29 al crepitar de las burbujas y que se rinda Madrid a nuestros pies. Quiero lo que tengo, quiero lo que viene. Capeando las oleadas de la recesión, uno aprende a soplar los vientos a su favor. Requiere su trabajo saber apreciar lo que se tiene y lo que se consigue y, por encima de todo, cómo se consigue. Ahí está la gracia de todo este asunto. No quedan más cojones que ser feliz aunque todo a tu alrededor se esté yendo rápida e imparablemente a la mierda. Afuera, hace mal tiempo. Salgan a la calle y sonrían, aunque sólo sea por llevar la contraria.

O vello caimán

Morreu onte pola noite o patriarca da direita española e os meios de comunicación non agardaron moito para comezar a rolda de louvanzas que todo persoeiro recén falecido, aínda que sexa máis malo ca peste, recibe nas esquelas dos xornais. Xa sabedes que o finado non era do meu agrado, coma vos contei nesta, naquela e nestroutra entrada. Non hai moito, morreu o intelectual Isaac Díaz Pardo, defensor da identidade e a cultura de Galiza, e tódolos vellos inimigos pasaron un por un pola prensa para botarlle un responso falso. Co vello patriarca, estas louvanzas xornalísticas pasan moitas veces por esquecer no obituario os méritos e logros que acumulou en tempos da ditadura.


Algúns diarios e telexornais prefiren esquecer a súa defensa prepotente da sentencia a morte de Julián Grimau, tanto en 1963 coma en 2006, cando non dubidou en emporcar a memoria do militante comunista morto no garrote vil chamandoo "sanguinario asasino", aínda que non constase ningún delito de sangue no seu expediente. Tampouco se dí moito de declaracións coma "Franco foi un dos maiores governantes do século XX" ou "a legalización do partido comunista é un golpe de estado", nin tampouco "ser nacionalista é ser un traidor". Para que falar dos seus ataques verbais contra os homosexuais ou o uso do preservativo. Outros meios agochan o papel do Fraga vicepresidente do derradeiro governo do franquismo. En Montejurra e en Vitoria, Fraga esixiu á policía que reprimise calquer manifestación para facer bo o seu dito de que a rúa era súa. Sete traballadores, entre eles un mozo de dezasete anos, foron asasinados por axentes que cumplían ordes dadas por Fraga. E aínda menos se fala da defensa acérrima que o finado fixo do seu amigo Pinochet cando foi xulgado en Londres polos seus crimes.


Vendo os xornais estranxeiros, decatámonos de que a santificación dos persoeiros mortos non só é cousa nosa. Na mesmísima Cuba, o oficial Granma branquea tanto a imaxe de Fraga que nen sequera menciona a ditadura no obituario e falan del só a partires da súa paternidade constitucional. Seica a amizade dos Castro co vello cacique non caducou aínda. Hai que buscar na Arxentina, en Clarín, para ler que os maiores méritos da súa carreira política tiveron lugar nos tempos do franquismo, cando acadou o posto de ministro de Información e Turismo e a vicepresidencia baixo a dirección de Arias Navarro. Trala transición, non volveu a un governo estatal máis que coma xefe da oposición entre 1982 e 1989 e logo tivo que replegar o seu poder á Galiza, onde acadou o posto de terceiro presidente autonómico e defendeuno con azos thacherianos durante tres lustros. Lembro, sendo cativo, as movilizacións nos estaleiros de Vigo e Ferrol, as tractoradas que espallaban esterco no pazo de Raxoi e a dobre voladura do seu refuxio en Perbes. Mais, por riba de todo, lembro a súa derrota nas autonómicas de 2005.


Foise o vello caimán que soubo cambiar de pel tantas veces e non podo dicir que me alede da súa morte. A diferencia de moitos dos esbirros do réxime que Fraga tanto defendeu, non necesito ver morto o meu adversario para vencelo. Ser testemuña da súa derrota ante socialistas e nacionalistas foi o momento da queda definitiva de Fraga. Agora, cando os herdeiros do patriarca mandan na Galiza e en caseque todo o estado, non hai nada que festexar. Unha xeración de caciques vaise, só para seren reemplazada por outra máis nova e cobizosa. Cómpre exercitala memoria e non esquecer quen era o que agora se vai e quen puxo aí os que agora mandan.


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