Después de un mes de ausencia estival que espero no me reprochen, Vuestro humilde narrador se complace en anunciar su vuelta. En el retrovisor quedan veintiún geniales días de vacaciones, una semana de stress currante, un retorno fugaz e incluso una boda.

La gran escapada veraniega dio comienzo en las Fiestas de Vitoria, el primer fin de semana de agosto, una auténtica orgía etílico-festivo-gastronómica que tuvo al Celedón, el champán y los pinchos como protagonistas indiscutibles. Tras unos días de descanso en Madrid ejeciendo de cicerone en el desierto de asfalto, me hice con una rehén y escapé a la vieja patria en busca del Atlántico
devanceiro, con base en Sanxenxo y escalas en Pontevedra, Cambados y Barra. Un hotelito acogedor en el corazón de la Marbella del Norte, degustación copiosa de los productos de la tierra, las viejas copas con los viejos amigos, mucha playa, el tradicional abrazo de hielo y salitre del océano, mariscadas de rigor, escapada en barco a las Cíes culminada bajo el cielo más estrellado que pueda existir, las crêpes de dulce de leche y el brillo en tu mirada al divisar el azul inmenso desde Punta Vicaño. Así, fueron desvaneciéndose las fechas en rojo del calendario y, después de un fin de semana en familia -atentos, esta expresión no suele aparecer en mi vocabulario sin motivo-, vuelta a la vorágine que supone el caótico cierre de una revista mensual.

Sin embargo, una última fecha quedaba marcada en mi calendario. Con las maletas aún sin deshacer del todo, aún tenia que afrontar un viaje fugaz de esos que suponen más de mil kilómetros en menos de cuarenta y ocho horas, para festejar una boda en compañía de los más cercanos. Toda una noche de excesos -montecristos, trajes de gala, derroche culinario, risas y ágapes- a la salud de María y Francisco. De punta en blanco como casi nunca, con una bella acompañante a mi lado y con la impagable ayuda de Gus, silencioso chófer, anfitrión y amigo -escapada tranqui a Madrid cuando quieras, descubrirás que cumplí mi promesa de
flog- en un evento social de altos vuelos del que nos descolgamos pasado el amanecer para volver a matacaballos a la cruda realidad.

¿Intenso? Puede, pero, por encima de todo han sido unas vacaciones tan necesarias como memorables. En el zurrón hay demasiado para desgranarlo en un simple post. El que quiera saber más que se pague unas cañas. Un abrazo enorme a Isa, Lour, Javuco, Piter, Cris, Jo&Don, la gentuza mítica de Silgar y Ourense. Mención especial al amigo silencioso, ese que te anima a seguir escribiendo, a no desintoxicarse del pernicioso hábito de narraros esta historia inconexa escrita desde las entrañas. Por supuesto, no me olvidaré de tí, compañía necesaria en el constante trayecto de estación en estación. Mientras suena aquella canción, te llevo a través de la pista siguiendo los pasos que me enseñaste. Por cierto, estreno nuevo cuaderno...