
Día a día, en este simulacro totalitario que se empeñan en llamar democracia, todos y cada uno de los ciudadanos del "mundo libre", en sus versiones de primera, segunda y tercera clase, pueden comprobar sin apenas esfuerzo la magnitud de la falacia. Hablan de libertad, de representación de la voluntad ciudadana, pero en realidad los políticos y sus voceros saben que nada es cierto. Poco más que masa empujada a elegir entre dos o tres versiones de una misma mentira. No existe espacio para ninguna propuesta fuera del redil ideológico que impone un falso consenso, corrompido para poder ser utilizado como la más sutil forma de censura.
Podemos ver los hilos que manejan este guiñol de marionetas que representan ante nosotros, jugando con nuestros ideales, mercadeando con nuestros derechos. En este mundo libre, el derecho a la vivienda digna, al empleo digno, a la dignidad misma, no son más que derechos proscritos, libertades arrancadas con cloroformo para continuar el expolio que nos rige. Lo dijo Galeano, "cuanto más libres andan las corporaciones, más presa está la gente".
Su mentira tiene pechos de plástico y la sonrisa edulcorada, pero su mecanismo opresivo cada vez es más evidente. El palo y la zanahoria para hacer andar al burro. Policías y políticos, pistolas y demagogia para que las piezas perpetúen el engranaje. Mientras unos nos distraen con sus juegos de crispación, los otros nos vigilan escondidos tras las porras, esperando el momento en que echemos abajo el telón del teatro de la "normalidad democrática". Día a día, el mundo se vuelve más injusto y a los medios les resulta más difícil edulcorar el conflicto. Su mentira se resquebraja al mismo ritmo que se pertrechan las brigadas antidisturbios. Algún día reventará la rabia y sus pistoleros dejarán de dirigir el tráfico para volver a entrar a tiros en nuestros parlamentos. Hasta entonces, seguirá la rutina del pan y el circo.