
Ha sido un fin de semana más de retorno que de desencuentro. De recuperar esas noches interminables sentados en un parque (aunque exiliados del Padre Feijoó), de giros vertiginosos y reencuentros. Y de despedidas. Paso tan poco tiempo en tantos sitios que a veces me parece encadenar sólo despedidas y últimos instantes. El domingo se acabó. Regresé a otro hogar que confundí con el mío, mientras terminabas de resolverte el verano y yo devoraba empanada y proyectos con lo más selecto de la promoción Chaminade del 2001. Otro final feliz que me dibujan sin rutina ni empalague. Otra matrícula, la cola de siempre en secretaría, sobremesas sorprendentes, maletas, planes de viaje y cientos de ratos perdidos paseando la ansiada geografía. Bienvenida sea esta rutina por conocer. Vuelvo, dispuesto a enseñar los dientes y a dejarme llevar a dónde quieras llevarme.
Ahora puedes dejar de ser mi musa del agobio. Duerme, sin guillotinas cronometradas que mutilen tus sueños, sin fechas escritas en rojo en el calendario de los problemas. ¿Recuerdas? Historias enormes que suceden entre cuatro paredes y una cama de 1'05, desayunando ese olor bajo las mantas, cerca... por si la gravedad fallase. Duerme.