Mañana se celebran elecciones en Chipre, en las que será elegido el presidente que reciba el más que probable "rescate" de la UE. La situación no sería peor de lo que parece si no fuese porque el propio resultado de las votaciones será un factor determinante a la hora de que los 27 decidan si entregar 17.000 millones de euros para frenar el colapso de la banca chipriota. 17.000 millones de euros que equivalen al PIB del país y que lo encadenarán a una deuda insalvable, como la que pesa sobre su vecina Grecia. El actual presidente, Dimitris Christofias, es el único líder comunista de toda la Unión, algo que no resulta del agrado de la mayoría de sus socios. El favorito de Angela Merkel y de la troika -y por tanto favorito en las encuestas- es el conservador Nicos Anastasiades, al que se vende como una salida a la crisis después de cinco años de comunismo, al acusan sin rubor de dar apoyo a redes rusas de lavado de dinero. Sin embargo, la economía chipriota es una de las principales víctimas de los errores del gobierno económico de la UE. El hundimiento de la economía chipriota se fraguó durante la negociación del segundo rescate a Grecia. En aquel momento, después de que las recetas de la troika agravasen aún más la situación económica de Grecia, se estableció una quita sobre la deuda del país heleno, lo que en la práctica supuso que la banca chipriota perdiese sus múltiples inversiones en el país vecino. 4.500 millones de euros es el precio de los parches chapuceros de la troika. Después de que su petición de ayuda a la UE fuese desdeñada sin contemplaciones, Christofias y su gobierno intentaron evitar el colapso buscando financiación en lugares insólitos. Siguendo el ejemplo de las ventas masivas de deuda española e italiana a inversores estatales chinos, Nicosia consiguió un préstamo de 5.000 millones de euros de Rusia, una cantidad que ha resultado insuficiente, debido a que la presión de los mercados ha multiplicado por tres las pérdidas de la banca chipriota. 



La historia reciente de Chipre dentro de la UE es la de un amor no correspondido. La isla mediterránea ha buscado en la integración europea el punto y final a un pasado miserable. Desde tiempos remotos, la isla nunca ha tenido un gobierno propio, sino que ha ido pasando por manos griegas, fenicias, asirias, persas, macedonias, egipcias, romanas, bizantinas, árabes, venecianas, otomanas y británicas hasta alcanzar la independencia en 1960, el mismo año de la descolonización de gran parte de África. Tras apenas catorce años de convulsa democracia, la dictadura militar griega patrocinó un golpe de estado liderado por el progriego Nicos Sampson. Este golpe de efecto buscaba sumar apoyos al laguideciente régimen de los coroneles y avanzar hacia la enosis, el proyecto nacionalista de unión política entre Grecia y Chipre que obviaba completamente al 30% de población de origen turco. A las pocas horas de que Sampson asumiese el poder, el ejército turco invadió el norte de la isla para defender a la minoría turcochipriota, lo que provocó la desbandada de los golpistas en Chipre y la caída de los coroneles en Grecia en apenas ocho días. Desde entonces, en Chipre conviven dos estados separados por un muro. El último intento de reunificación fue el referéndum de 2004, organizado por Kofi Annan, en el que un 63% de los turcos votaron a favor, pero sólo obtuvieron el respaldo de un 35% de los grecochipriotas. El sur entró entonces en solitario en la UE junto a otros nueve países del este de Europa. Ahora, los líderes de la Unión entran en la campaña electoral chipriota para mover los hilos a su favor. Anastasiades vencerá mañana, a buen seguro, y Chipre recibirá su rescate y, por desgracia, servirá para tan poco como ha servido hasta en dos ocasiones en la vecina Grecia. La Unión Europea debería aprender del pasado antes de intervenir a la ligera en sus estados miembros. Un error de Bruselas hundió a la banca chipriota intentando salvar a la de Grecia, al igual que en otras ocasiones sus medidas de austeridad que prometían crecimiento sólo han generado paro y pobreza. Al igual que los coroneles de Grecia en 1974, la troika mueve sus piezas en Chipre sin entender que se juega su propio futuro.

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