El lustro robado


Hoy, 9 de agosto, se cumplen cinco años desde el comienzo de la crisis. Aquel día aprendimos los que significaba subprime y comenzamos a ver como sumas multimillonarias de dinero público comenzaban a trasvasarse desenfrenadamente al sector financiero. Un 9 de agosto de 2007, el Banco Central Europeo y la Reserva Federal de EEUU inyectaron 90.000 millones de euros en los mercados, después de que el banco francés BNP Paribas reconociese que 3 de sus fondos se habían vaciado completamente. A partir de ese momento, comenzó la cuesta abajo. Tras varios años jugando con fuego en los mercados de derivados, muchos bancos y fondos de inversión comenzaron a venirse abajo. Primero fue el británico Northern Rock, que solicitó ayuda estatal en septiembre de ese mismo año y fue finalmente nacionalizado en febrero de 2008. El verano siguiente, fue el turno de las prestamistas estadounidenses Freddie Mac y Fannie Mae, que sirvieron de teloneros del gran batacazo financiero, el de Lehman Brothers. En aquellos días, nos dijeron que todo estaba resuelto, que el mercado se autoajustaría por sí solo y que era necesaria una reforma ética del capitalismo. Todo mentira, evidentemente. Pocos meses después, la crisis se trasladaba del sector financiero al estatal con el descubrimiento del enorme fraude contable en las finanzas públicas de Grecia. Y el resto ya es sobradamente conocido. Dinero público sale de las arcas del estado para sanear a los bancos y éstos emplean los fondos en seguir especulando en lugar de ofrecer créditos a la economía real.


Aún hoy, cinco años después, seguimos escuchando que la crisis no es producto de la avaricia desmedida de eso que se conoce como mercados. Según los iluminados de la economía en crisis, la culpa es del ciudadano, ese que pidió créditos sin saber si podía pagarlos hasta ahogarse en plazos y letras. Todos lo hemos visto, empleados con contratos temporales comprándose una segunda vivienda y las autopistas plagadas de Audis y Porsches Cayenne. Pero esta supuesta verdad no es del todo cierta. Según un estudio recientemente publicado por ATTAC, el 49'9% de los hogares españoles no tenía ningún tipo de crédito o deuda en 2008, por lo que de ninguna manera pudieron provocar el colapso bancario ni endeudarse por encima de sus posibilidades. Por otra parte, analizando los datos del 50% restante, se ve claramente como la mayor carga de deuda corresponde a las rentas más elevadas, del mismo modo que podemos comprobar que la mayor parte de la deuda privada corresponde a empresas y no a particulares, y de esas empresas endeudadas, el 95% cuentan con más de 250 trabajadores. 


Existe un enorme interés en desviar la atención del problema de fondo, que es la incapacidad del sistema económico para evitar su propio colapso. Gracias a la desregulación financiera que iniciaron Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los 80 y que continuaron Bill Clinton, Tony Blair y todos los presidentes del gobierno español en los años siguientes, la banca de inversión emplea fondos de la banca convencional para enriquecerse con complejos productos financieros. Hipotecas subprime, credit default swaps y preferentes son bombas de relojería que reventaron en sus manos, pero todos estamos obligados a pagar los desperfectos. A nadie parece importarle que, tras cinco años intentando tapar el problema con dinero de los servicios públicos, el agujero es cada vez más grande y la recesión parece retroalimentarse. Nadie parece darse cuenta de que toda la riqueza no se ha destruido, sino que se concentra cada vez en menos manos, en fondos opacos, en sicavs exentas de impuestos y en cuentas de paraísos fiscales. 


Por eso, cuando sube el paro o el IVA o se desmantela algún pedazo del estado del bienestar, los iluminados de la crisis se apresuran a repartir culpas entre todos, no vaya a ser que nos dé por enfadarnos de verdad y comencemos a exigir responsabilidades a los banqueros irresponsables, los políticos cómplices, los grandes evasores de impuestos o a los que se divierten inaugurando con fondos públicos aeropuertos sin aviones. Y, a decir verdad, tienen razón, llevan cinco años robándonos a manos llenas y no hemos sido capaces de ponerle remedio. Nuestra indiferencia sí está por encima de nuestras posibilidades. Un lustro después, comenzamos a ver cada vez más cerca la pobreza y preparamos las maletas para emigrar, mientras continúa la barra libre de dinero público. No saber decir basta al expolio sí que es culpa nuestra. No haber aprendido nada en estos cinco años es culpa nuestra. Para todas las demás responsabilidades, hagan caso al gran Lester Freamon, miren hacia arriba y sigan el rastro del dinero.

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